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El amor a la vida y la fascinación por la muerte: El ambiente biofílico y necrófilo

Dr. Juan Manuel Madrigal Miranda • Docente UNIVA Uruapan

 

En cierta forma la condición humana es muy simple: el nacimiento de la conciencia como especie y como individuos implica una separación entre sujeto (yo) y objeto (tú, las cosas). Así nace la conciencia, pero también, se conlleva la conciencia de la separatidad, de que estoy solo en cuanto al yo individual; de este darse cuenta nace el impulso más poderoso en el ser humano: el deseo de darle sentido a la existencia, la trascendencia de mi soledad, esto me lleva a relacionarme tratando de encontrar la unión, la comunión, con “ella”, “el mundo”, los objetos o situaciones

Este deseo de unión para trascender mi soledad toma tres formas básicas:

  1. Los estados orgiásticos
  2. El conformismo
  3. La unión creativa benigna

Los estados orgiásticos son usualmente a través de drogas (legales e ilegales), sexo compulsivo, sobrestimulación sensorial, y poder material; se caracterizan por ser intensos, violentos, implican al cuerpo y a la mente, son transitorios y periódicos; pero traen frustración, angustia, confusión, neurosis, agresividad, enfermedades, muerte y destrucción del medio ambiente.

El conformismo implica rutinas, pasividad y convencionalismo; trae mediocridad, destrucción del medio ambiente y del tejido social, así como la posibilidad de poderes políticos opresores y criminales.

La unión creativa o biofilia trata de cuidar a las personas, a otras especies y al medio ambiente, trae equilibrio personal y ecológico. Esta forma de unión considera que la salud mental es la capacidad de amar maduramente (respeto, cuidado, responsabilidad, justicia, ternura y conocimiento).

Estas tres formas de unión, de búsqueda de sentido, de saciar el Deseo Supremo (amor incondicional), por lo general no se dan en forma pura, se presentan en nosotros en forma alterna o mezclada, pero tiende a predominar una de ellas (véase, Erich Fromm, El Arte de Amar, Ed. Paidós, México, 1987).

La muerte de Dios como expresión radical de la necrofilia

Desde la Segunda Guerra Mundial pensadores muy influyentes, intelectuales, filósofos, teólogos, artistas, ateos “militantes” (agresivos contra las religiones), etc., influenciados especialmente por Federico Nietzsche han hablado de “la muerte de Dios”. Esos términos han fascinado a muchos, incluso surgió con Jean Paul Sartre el movimiento cultural “existencialista”, pero ¿qué significa a profundidad la “muerte de Dios”? Para comprender esto es necesario recordar que toda sociedad humana requiere un orden y sentido mínimo, un nomos para poder sobrevivir con sus niños y jóvenes, para reproducirse como comunidad que tiene una identidad que la estructura. Por esto el surgimiento del ser humano siempre ha ido acompañado de expresiones religiosas y simbólicas, como las de las pinturas rupestres y entierros.

Así, vemos que la religión, la aceptemos o no, es la actividad humana que trata de ordenar la vida cotidiana, es una lucha continua por mantener un orden sagrado y/o legal que le da sentido al sufrimiento, a la muerte y a la alegría de vivir; es una lucha constante contra el caos, la desorganización, contra el sufrimiento inútil; es un “escudo” contra el terror del sinsentido.

Entendemos por “religión” a un foco vital de orientación y devoción, así los ateos también son religiosos en el sentido de tener un foco, como la democracia, justicia social, etc., y somos conscientes que las religiones pueden también convertirse en factor de manipulación y enajenación cuando se olvidan de su núcleo: la espiritualidad (amor fraterno, compasión y justicia social).

La falta de orden benigno (nomos) es la anomia, la cual es un peligro contra el individuo pues pierde su sentido de realidad, la razón de vivir, la alegría y paz, se esfuman los vínculos emocionales benignos, la identidad gozosa y el disfrute de la belleza. Sin un orden benigno terrenal y trascendental el ser humano se queda en una absoluta orfandad, sin rumbo ni mundo coherente. La anomia produce anemia espiritual, angustia y sufrimiento sinsentido (“infierno”). La anomia puede ser individual o social y se retroalimentan recíprocamente (véase, Peter Berger, La construcción social de la realidad, Ed. Amorrortu; y del mismo autor, El Dosel sagrado, hacia una teoría sociológica de la religión, Ed. Amorrortu).

Esta noche intensa, absoluta y absurda es la “muerte de Dios”, la negación de todo valor benigno como cimiento de la vida personal y social (necrofilia). Federico Nietzsche se bañó delirante en esta sangre espesa y oscura, y logró alentar al nazismo. Gran parte de la historia de la humanidad es la lucha por sostener al nomos: un orden justo, la justicia, la paz, la belleza, el sentido benigno de vida y de muerte, y la alegría de vivir (biofilia)…

El gran humanista Erich Fromm (1900-1980), sociólogo, filósofo, psicoanalista, pacifista y luchador por el bien social, fue uno de los más importantes pensadores del siglo XX. Fromm desarrolló dos conceptos cruciales para comprender la condición humana actual que se debate entre la esperanza y el pesimismo, entre la injusticia, la violencia y la búsqueda de paz y alegría de vivir. Estos conceptos son el síndrome de Biofilia y el síndrome de Necrofilia.

Esta concepción fue desarrollada por Fromm, especialmente, en su obra El corazón del hombre: su potencia para el bien y para el mal, Ed. FCE, México, 1974.

El síndrome de Crecimiento o Biofilia

Este síndrome consiste esencialmente en el amor a la vida, al ser humano y a la libertad. Implica amor al vecino, al extraño y a la naturaleza. Lo bueno es la reverencia a la vida, todo lo que le sirve y fortalece. La biofilia construye y produce balanceadamente, considerando al Todo; prefiere lo nuevo y la aventura en vez de lo rutinario y repetitivo; elige la alegría en vez de la tristeza, gusta de lo orgánico sobre lo artificial y mecánico. El amor a la vida es el núcleo de las filosofías, piscologías y religiones humanistas. Quiere influir por el amor y la razón, con el ejemplo más que con órdenes. Todo lo ve como algo vivo, lleno de espíritu. Su carácter es genital, quiere compartir con cuidado y respeto más que dominar.

El síndrome de Necrofilia o Decadencia

“Necrofilia”, etimológicamente significa “atracción por la muerte”, a veces se usa el término para designar la fascinación morbosa hacia los cadáveres, pero aquí la usaremos en un sentido más profundo, como una fascinación humana por la destrucción, la muerte, la oscuridad, lo enfermizo, lo marchito, frío, mecánico, gris, la basura, la admiración obsesiva por “la ley y el orden”; los necrófilos admiran al poder sobre otros, la capacidad de matar, desprecian a los débiles y pobres, ven cosas más que valores en sí y personas, prefieren lo pasado y la memoria en lugar de la frescura del presente, del aquí y ahora; quieren dominar, controlar; fácilmente caen en el sadismo y en el masoquismo, son posesivos, buscan compulsivamente seguridad. Esta orientación de carácter es anal, tienen tendencia a retener y a acumular.

La biofilia y la necrofilia son raras en su forma pura, la mayoría somos una mezcla, pero siempre predomina en la personalidad una de estas tendencias. La biofilia y la necrofilia no son un fatalismo mecánico como el Eros (“instinto de vida”) y Thanatos (“instinto de muerte”) de que habla Sigmund Freud, sino tendencias modificables de carácter personal y social. Predomina la tendencia a la biofilia, pero si no se cultiva, predomina la fascinación por lo perverso y el pesimismo.

La necrofilia está vinculada, como síndrome, con el egocentrismo y la fijación al placer. El “narcisismo óptimo” necesario, es decir, el impulso a sobrevivir, poseer y centralizar; el tener un centro de referencia entre los contenidos de conciencia puede inflarse, exagerarse y convertirse en soberbia y adicción a uno mismo, lo cual es una deformación patológica. También existe el narcisismo de grupo, pequeño o grande (nacionalismos fanáticos, trasnacionales imperialistas, etc.).

El placer es medicinal, pero con sustancias o personas inadecuadas (pedofilia, perversiones sexuales, etc.) o en circunstancias no éticas, se transforma en veneno. El narcisismo y la fijación al placer son los dos obstáculos más poderosos para desarrollar el amor maduro, la biofilia. El amor maduro conlleva responsabilidad, cuidado, justicia, respeto, ternura y conocimiento, es diferente al enamoramiento y a la pasión ciega.

¿Qué factores producen a la biofilia y a la necrofilia, en general?

La convivencia con personas biofílicas es muy decisiva, es un ejemplo vivo más allá de reglamentos y órdenes. El cariño, la libertad en vez de autoritarismo o libertinaje; otros factores son el estímulo de la creatividad, el cultivo constante de la ética y la espiritualidad; el contacto con la naturaleza, lecturas de sabiduría, estilos de vida sanos (ejercicio, dietas sanas, etc.), aprecio de la serenidad, la calma, tranquilidad, la respiración correcta, la contemplación estética, etc.

La necrofilia se fomenta en la convivencia con personas admiradoras del poder sobre otros, de la fuerza bruta, con los que desprecian a los débiles y pobres económicamente y a los diferentes, los abusivos, injustos, adictos, rutinarios, fríos, discriminadores, soberbios, obsesivos, que viven en la constante sobreestimulación sensorial, dominados por las emociones destructivas (odio, ira ciega, lujuria, avaricia, gula, pereza, envidia, violencia).

Socialmente, un factor clave para el desarrollo de la biofilia es la justicia social (no se usan a los demás como medio para acumular poder y objetos), esto implica la equidad de bienes y de oportunidades. Otros factores son la no producción de mercancías que dañen a las personas (física, psicológica y espiritualmente) y al medio ambiente; ausencia de manipulación por los medios masivos de información y comunicación (TIC); fomento de las artes; posibilidad de descanso y diseño de sano uso del tiempo libre; conservación e incremento de áreas verdes, parques y jardines; protección de la naturaleza; estimular a las religiones para que vinculen conceptual y prácticamente a la espiritualidad con la ecología.

Lo más importante para la construcción de la Biofilia

Decía Platón desde hace más de 2,500 años que la realidad externa es un espejo de la realidad interna, de nuestra conciencia, a esto se le conoce como “El espejo de Platón”. La experiencia humana se construye a partir de la existencia de algo, para la física ese “algo” es la partícula elemental y primordial de hidrógeno, para las religiones, para el cristianismo, por ejemplo, es la existencia de Dios. En ambas versiones el ser humano viene después de esa creación original a partir de “la nada”.

La conciencia humana es fruto de un proceso previo en ambas narraciones, “cuentos”. Pero aquí está la clave para comprender que la conciencia se forma a partir de “algo” que está allí, la Tierra para la ciencia y el Jardín del Edén para el cristianismo, es decir, lo objetivo se hace algo subjetivo. Esta subjetividad vino a dar los conceptos o ideas, el pensar a partir de impresiones sensoriales, un proceso que va desde hacer una lanza de una rama, afilar una piedra, hasta construir un edificio o una nave espacial, escribir libros sagrados, de poesía y música.

Así, el ser humano ha creado maravillas benignas, pero también, armas mortíferas e instituciones grises como cárceles, organizaciones criminales, manicomios, leyes injustas drogas sintéticas, entre otras más; lo más asombroso es que luego esas cosas creadas por él mismo se convierten en una selva extraña, compleja y destructiva, esto es lo que llamamos “el mundo”, “la realidad”, y pensamos que, “así es la vida” y nos resignamos… Pero no, así no es la vida, así la hacemos. El gran secreto olvidado para desenredar este nudo es revertir el proceso de encadenamiento y confusión, retornar al punto donde se decide entre la conciencia biofílica o necrófila, al origen de la conciencia, es decir, el darse cuenta -raíz de la formación de conciencia- como especie y como individuo.

De esta manera, la posibilidad de una conciencia benigna está en darnos cuenta a cada instante, en el continuo, de qué estamos sintiendo y pensando aquí y ahora pues, de esto depende cómo vamos a actuar y qué mundo estamos haciendo. Este cultivo metódico de la atención dentro del marco de que estamos hechos para el bien es precisamente la Atención Plena (mindfulness).

Este es el núcleo de toda religión humanista, de su espiritualidad más sabia pues de ello depende la calidad ética y la evolución benigna del cerebro humano. La espiritualidad universal, la psicología profunda, la filosofía y la neurociencia coinciden aquí. En términos religiosos es posible decir que la Atención Plena es una forma de oración continua (atención y concentración constantes, centradas en la reverencia a la vida, en la biofilia).

Pero, saber lo correcto no implica hacer lo correcto automáticamente (esto es un autoengaño), para desarrollar la Atención Plena, se requiere entrenar a la propia conciencia (mente). Nuestra conciencia ingenua u ordinaria, enajenada, vive presa de la libre asociación y el azar de las huellas mnémicas, de los recuerdos (ruido interno), y de las impresiones sensoriales ambientales (ruido externo), es decir, siente, piensa y actúa a base de ocurrencias, por esto está el mundo líquido, violento, gris y caótico. La Atención Plena es un estado óptimo de conciencia sana y una puerta hacia la evolución benigna de la conciencia humana.

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