Dra. María Cristina Martínez Arrona • Jefa de UNIVA Online
“Con amor y paciencia, nada es imposible”
(Daisaku Ikeda)
Este año ha estado enmarcado por una pandemia que nos mantiene -en la medida de lo posible- en confinamiento, por el bien nuestro y el de los demás; la pregunta por el sentido de la vida nos ha interpelado de una u otra forma; actividades que considerábamos esenciales para un sano desarrollo integral y social, motivación y sentido, en este contexto, han pasado a un segundo plano.
La convivencia social, espacios para la diversión y el desarrollo físico, las rutinas de fines de semana para fortalecer el encuentro familiar y social, momentos para alimentar el espíritu, de recreación y ocio, son ocupaciones esenciales, pero que, en este contexto de epidemia, debemos realizar de forma creativa, bajo otros esquemas, sin que implique movilidad, ni aglomeraciones.
En México, en el mes de abril, 12 millones de personas salieron del mercado laboral sin goce de sueldo, y sin la cereza de regresar a su trabajo, el porcentaje de personas No Económicamente Activa (52%) fue superior a la Población Económicamente Activa (47.5%) (INEGI). Una proporción muy alta de personas no pueden quedarse en casa, el 56.2% de la población trabaja en el sector informal y tienen la necesidad de buscar recursos para cubrir sus necesidades básicas para vivir, para la convivencia familiar, como es: alimentación, luz, gas, agua, servicio de internet, renta, por mencionar algunas.
Se comprende la necesidad de buscar reactivar la economía con los mayores cuidados de salubridad posibles, pero ¿cuándo no es ésta la motivación? ¿cuándo el apuro de salir es para socializar, divertirme, distraerme por el “cansancio” del confinamiento? Se han visto bares, restaurant, fiestas y reuniones clandestinas sin las medidas de sanidad que se requiere, exponiéndose y comprometiendo a las personas obligadas a salir para cubrir sus necesidades esenciales.
Me pregunto, ¿cómo es nuestra solidaridad? ¿acaso no tenemos la creatividad y el amor suficiente para transformar esas necesidades sin afectar a los otros? ¿por qué no dejar el espacio a los que realmente lo necesitan? Hay personas que están arriesgando su vida por nosotros. Debemos evitar que el cansancio, la rutina, la monotonía ponga en riesgo la Vida, distinguir lo que es verdaderamente importante.
Uno de los frutos que del Espíritu es la paciencia (Gal 5,22), la fortaleza para soportar y elegir el momento correcto de tomar acción. La paciencia es la capacidad que nos ayuda a actuar con tranquilidad, a no perder la calma. Aunque ya pasó Pentecostés, sigamos pidiendo a Dios que nuestra paciencia se active ante un escenario que no podemos controlar, pero sí la forma como vivirlo. Hay que soportar el tiempo que sea necesario sin perder la esperanza, y no pensar sólo en nuestras necesidades sino en las de los demás. La paciencia nace del amor (1 Cor 13,4).
Publicado en El Semanario Arquidiocesano de Guadalajara del domingo, 14 de junio de 2020