Dr. Fabián Acosta Rico Docente-Investigador UNIVA Guadalajara
Hay cambios generacionales que marcan la entrada en vigor de nuevas actitudes y posturas colectivas e individuales que definen agendas culturales cada vez más globales, que determinan un rompimiento con los viejos paradigmas y modelos que, por su incapacidad de adecuarse a las transformaciones de los contextos socio-culturales, declinan y entran en desuso. Puede que lo viejo persista en el gusto e inclinaciones de un grupo generacional; pero, se verá obligado soportando el estigma de ser revalorado como anacrónico o pasado de moda.
Como nunca antes en la historia de la humanidad, el vértigo del cambio y las transformaciones socioculturales, inducidas por los avances tecnológicos y los eventos globales, han troquelado el gusto y las actitudes de generaciones enteras, delineando inter-generacionalmente una frontera idiosincrática entre una humanidad pretérita, una contemporánea y una futura, todas en perfecto deslinde e incluso antagonizando. Entiéndase, entonces, que hay marcadas diferencias idiosincráticas que se reflejan en los consumos culturales entre los migrantes-digitales de ayer y los nativo-digitales, de hoy y del mañana.
Hay usos del lenguaje y códigos simbólicos que regulan la comunicación de cada generación, influyendo poderosamente en su forma de describir y confrontar su realidad; es muy posible que, como en la torre de Babel, entre las generaciones haya dificultad para comunicarse entre sí; es casi emblemático los gritos de desahogo, reclamo y a veces casi de rabia del adolescente que exclama ante los adultos: “ustedes no me comprenden”; “son de otra época”; “el mundo ya cambio y no se han dado cuenta”; “son obsoletas y pasadas de moda sus ideas”… Pero ¿cómo puede haber entendimiento entre individuos de generaciones distintas que tiñen semántica y semióticamente su mundo con tonos y matices?
Los más nuevos pueden argumentar que su versión de la realidad es la más actual y por tanto, vigente; esa lógica sería la que debe prevalecer. En este ejercicio de darle significación generacional al mundo, también entran en juego las ideas y creencias religiosas; estas, como ya hemos tenido oportunidad de explicar, ya no sólo se transmiten o difunden en los espacios sacralizados y por los medios e instrumentos tradicionales; hay un esoterismo de masas presente en un sinfín de productos culturales que es consumido por todos los públicos, pero en especial por las nuevas generaciones. ¿Cuáles son estas nuevas generaciones que, inducidas por su exposición al esoterismo de masas, han redefinido el sentido y muchas veces también la presentación de lo sagrado y lo divino?
Se les conoce como nativo-digitales y de momento, el interés antropológico, sociológico y mercadológico, está puesto en dos: los millennials o los nacidos después de 1980 y antes de 1995; y los centennials o los nacidos después de 1995 y antes del 2006; estamos hablando en el caso de los primeros, de jóvenes adultos y de adultos jóvenes; en el caso de los segundos, de jóvenes y adolescentes.
Deteniéndonos en los millennials estos han demostrado ser una generación poco convencional en los asuntos religiosos; a su manera y por nuevas vías, buscan experiencias personales con lo sagrado que no impliquen comprometer su fidelidad y permanencia a una religión en particular. Seguir y asumir un dogma no es lo suyo, al menos no entre los millennials occidentales dado que, tenemos en contra punto, el caso del mundo islámico con sus juventudes fundamentalistas que abrazan con cierto fanatismo el credo musulmán y se someten a las estrictas leyes de la sharia.
En lo político, igual como ocurre con lo religioso, los millennials rechazan la militancia directa; pero son bastante proactivos con causas como la no discriminación, la defensa del medio ambiente, la igualdad de género, la justicia social… los totalitarismos y las dictaduras no son lo suyo: les agradan más las democracias, en especial las de índole participativa. Muchos manifiestan una seria adicción por el Internet, las redes sociales y los videojuegos, llegándole a dedicar a estos medios un promedio de 6.5 horas diarias. Muy presentes en Facebook, Instagram, WhatsApp, Twitter… las redes sociales son un mundo que conocen bien y en el que gustan expresar con o sin apasionamientos, sus puntos de vista sobre los tópicos más variados. Por lo mismo, defienden la libre manifestación de las ideas aunque tienen cierta proclividad a no tolerar la crítica y la discrepancia en la narcisista y egocéntrica creencia de que sus ideas y apreciaciones son las más acertadas o correctas. Cada quien su verdad y todas muy respetables, reza su credo subjetivista.
En lo laboral, al típico millennial le agradan los horarios flexibles y el trabajo en casa; no responden bien a mandos rígidos y verticales; prefieren actividades que no sean rutinarias y que les permitan explayar su creatividad y originalidad. Necesitan la oportuna gratificación emocional y reconocimiento de sus jefes y colegas; tómese en cuenta que muchos fueron hijos únicos o provienen de familias poco numerosas que fueron criados por padres protectores y consecuentes.
Están habituados a ser escuchados y premiados por ínfimos o pequeños que sean sus logros; esto les generó una baja tolerancia a la frustración. Crecieron asumiéndose como únicos y especiales y en muchos casos, para afianzarles esa autovaloración, sus padres los mantuvieron de pequeños realizando muchas actividades extracurriculares: clases de piano, ballet, de artes marciales, natación… Su movilidad laboral es alta; la lealtad a una empresa o una institución no es tan férrea como la que profesaron las anteriores generaciones. El trabajo no es su religión y quieren tener tiempo para su esparcimiento y recreo: para estar con su familia, convivir con sus amigos, pasear, viajar y estudiar.
En este último punto se puede decir que, gracias a los avances de las tecnologías de la información, es de las generaciones más instruidas y preparadas; desde su temprana edad los millennials tuvieron acceso a información de manera rápida y global; están enterados y versados en todo, aunque muchas veces de manera superficial, suelen prestarle un interés volátil a los datos que obtienen de la web; no son de lecturas largas y profundas sino de textos breves y cargados de imágenes e incluso de videos.
Dada su constante exposición a los medios de información global (superaron el consumo de la televisión local) los millennials tienen una mentalidad más cosmopolita y abierta: toleran y encuentran enriquecedora la diversidad, en todas sus expresiones: cultural, étnica, religiosa, lingüística, sexual…; nuevamente, el millennial típico de occidente está más allá de los chovinismos y localismos de sus antecesores, no encajan en el modelo del patriota que al ver amenazada su nación, raudo va a reclutarse para defenderla; son ciudadanos del mundo hermanados por un sentido de pertenencia a la humanidad.
Muchos millennials por elección o necesidad se han casado pasado sus treinta años. Por miedo al compromiso y en defensa de su libertad, llegada su temprana mayoría de edad, no se fijan como meta tener una familia y procrear hijos; antes está la realización y la felicidad personal.
Por su parte, los centennials son la generación cien por ciento nativo-digital; por su rango de edad, son adolescentes y jóvenes que aún están por completar su maduración física, mental y emocional; no obstante, ya se pueden delinear sobre ellos algunas tendencias o inclinaciones culturales que los caracterizan y diferencian de las demás generaciones.
Para empezar, desde muy pequeños han sufrido de una sobre-exposición a la tecnología; en muchos de ellos, guiados por el lenguaje iconológico, aprendieron antes a manejar un smartphone que a leer. Les toco un Internet más avanzado e interactivo que, además de dispensar todo tipo de contenidos textuales, visuales y auditivos, también es receptivo con sus usuarios, es decir, les permite a estos subir su información y convivir virtualmente con otras personas conectadas. Repartidas sus vivencias y socialización entre la realidad de facto y virtual, los centennials tienen lo que podríamos llamar una “doble ciudadanía”; para ellos lo que ocurre en sus redes sociales es tan importante y trascendente como lo que les acaece en su mundo concreto o material. En su día a día, para el centennial ambas realidades interactúan entre sí y se influencian mutuamente; la Internet refleja y recrea los acontecimientos y experiencias del ámbito exterior y este a su vez, se re-significa y cobra sentido gracias a la realidad virtual.
Fenómenos como el de la Ballena Azul, que puso en tensión a miles de usuarios en todo el mundo por la manipulación ejercida para realizar acciones suicidas, son un claro ejemplo de cómo la Internet puede trastocar las conciencias de sus usuarios, extorsionándolos psicológicamente para incluso atentar contra su propia vida; hay que destacar que muchas de las víctimas de este reto de Internet eran centennials.
A diferencia de otras generaciones que padecieron el anonimato sentenciado por una modernidad enamorada del concreto, que insistió en la edificación de megalópolis donde el individuo se perdía entre millones de habitantes; los centennials, por el contrario, conviven todo el tiempo en esa realidad virtual de las redes sociales en las que pueden, a través de sus publicaciones, dar detalles de su vida privada, talentos, aspiraciones e ideas en búsqueda de seguidores y de likes.
Antes la fama estaba condicionada a una ocasional o constante aparición de televisión y en menor medida en la radio o la prensa; el estrellato social era para unos pocos privilegiados o afortunados. Ahora, el ser reconocido, el romper el anonimato y convertirse en una figura pública o influencer está al alcance de cualquiera que tenga acceso a una red social como YouTube, Instagram o TikTok…
Si en los millennials es una aspiración válida el ser único y especial; en muchos de los centennials es prácticamente una necesidad, dado que su vida social depende en buena medida, de que tan carismáticos y creativos sean en la generación de contenidos subidos a Internet, ya sea a través de un smartphone, tablet, computadora o de cualquier otro gadget. La tecnología es parte de ellos al permitirles entretenerse, socializar, trabajar, comprar y proyectar en el mundo virtual ese “yo” ideal, que construyen con la intención de convertirse en un youtuber o un tiktoker con millones de vistas y de seguidores. En las redes sociales, los centennials se reafirman constantemente y estas los obligan, dada la exigencia de la novedad como foco de atracción, a estarse renovando y redefiniendo constantemente.
El centennial ha crecido en ámbitos familiares menos religiosos que sus antecesores; además el tipo de sociedad que lo ha acogido es una donde la diversidad y libertad religiosa se han vuelto parte de la cotidianidad; pero sobre todo, se ha familiarizado con ideas y creencias distintas a las judeo-cristianas sobre lo sagrado y divino, manteniendo un consumo constante de productos culturales dispensados por el esoterismo de masas: los hombres lobos, los vampiros, los duendes, los elfos, los demonios y con ellos, superhéroes, los viajeros interdimensionales, los extraterrestres… ya no son solo seres fantásticos o de ficción, ahora son también personajes de series, videojuegos, películas, mangas, animes que habitan esa realidad virtual a la que son tan susceptibles. Como ninguna otra generación, los centennials resultan influenciables por el esoterismo en la construcción de su propio imaginario religioso.
Centennials y millennials califican como las generaciones del hoy y del mañana; si habrá religión y religiosidad en un futuro, serán ellas quienes tendrán que decidirlo; lo que parece un hecho inevitable y casi normal, es que su manera de entender lo sagrado y lo divino, dadas sus influencias culturales, será una muy distinta a la que sus padres y abuelos tenían. Los nativo-digitales están gestando un nuevo tipo de religiosidad que habrá que explorar en un esoterismo de masas que juega y recrea viejas ideas, creencias mágicas, mitológicas y religiosas, en general.