Dra. Martina Carlos Arroyo • Coordinadora de Posgrados y Educación Continua UNIVA Plantel Puerto Vallarta
Cuando hablamos de vida cotidiana, hacemos alusión a una(s) forma(s) de vida que incluye aspectos de ser, de estar y convivir; por tanto, al hablar de formas de ser jugamos también con elementos de subjetividad e individualidad. Al referirnos al estar, necesariamente nos situamos en un contexto-espacio-tiempo, que marca las formas y normas de convivencia entre personas, géneros y ambiente.
Además de ello, la vida cotidiana incluye elementos práctico-comportamentales que pueden situarse en niveles de automatización y, por ende, en una baja capacidad de conciencia. Esto deriva en una secuencia de repetición del ser, estar y convivir cotidiano que corre el riesgo de naturalizar la socialización, por tanto, conduce a la banalización.
Entendemos la banalización como una percepción natural y válida de relacionarse tanto a nivel personal como a nivel colectivo que ejerce influencia sobre la subjetividad e identidad con una interdependencia entre lo individual y lo social, entre lo privado y lo público. Pero la banalización como un ejercicio de la naturalización, puede ofrecer al menos dos consecuencias:
- Por un lado, entendiendo la lógica de una realidad en constante cambio, los procesos de aceptación de la diversidad cultural y de género abonarían a la construcción de una sociedad más libre, más justa. Los contextos y espacios caminarían en torno al tiempo, entendido éste como una construcción social que justifica las interrelaciones sociales.
- Pero, por otro lado, la banalización de la vida cotidiana, puede llevar a la perpetuación de una sociedad carente de empatía, exigente de ritmos, formas de exclusión, de violencia que se vuelve imperceptible al vivirse todos los días, desensibilizando a las personas “que no la viven, que aparentemente no la practican”. La banalización de la vida cotidiana como un ejercicio diario carente de conciencia, puede llevarnos a una sociedad indiferente. La indiferencia sería la antesala de la deshumanización, del egoísmo en su máximo esplendor.
Resulta necesario entonces, que quienes estamos insertos en espacios e instituciones educativas, que quienes somos formadores, facilitadores, líderes o guías educativos, seamos punta de lanza de (auto) conciencias críticas, generadoras de espacios de discusión, de deconstrucción constante, de desafío de formas y pautas rígidas; que busquemos que, a partir de estos espacios socializadores de la educación, se genere una vida cotidiana más humana, más consiente, menos banal y más propositiva.