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Pbro. Lic. Armando González Escoto • Director de Publicaciones del Sistema UNIVA

 

En Guadalajara “primavera” significa tres cosas: una estación del año, un árbol maravilloso que florece en vísperas de dicha estación con un estallido de intenso color amarillo, y un bosque cercano que garantiza la calidad del aire que respiramos.

Este importante pulmón de Guadalajara, forma parte de la Sierra Madre Occidental y del eje volcánico transversal, zona de volcanes, lagos y bosques que ciñe la república mexicana desde el occidente hasta el estado de Veracruz.

El bosque debe su nombre a una hacienda resinera que se estableció en los terrenos de la familia Lancaster Jones, la cual, en 1896, había tenido allí una tequilera. La hacienda se llamó “La Primavera”, e inició sus operaciones a principios del siglo XX.

De las treinta mil hectáreas que originalmente formaban este bosque hoy día restan apenas unas veinte mil, es decir, se han perdido diez mil hectáreas a manos de fraccionadores y de políticos.

El drama comenzó cuando el gobernador Medina Ascencio declaró a la Primavera zona de utilidad pública y uso turístico, y ya no reserva protegida, como lo venía siendo desde el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas. La decisión fue avalada por el nuevo presidente Luis Echeverría, en beneficio de su nutrida y agresiva familia política. En 1972, el gobernador Orozco Romero declaró reserva urbana a dicho bosque, lo cual permitió la construcción de fraccionamientos como Pinar de la Venta, Bugambilias y el Palomar, desatando el insaciable apetito de los urbanizadores que siempre quieren más.

Fue en 1980, con el presidente José López Portillo y el gobernador Flavio Romero, que se derogaron los decretos anteriores, y se protegió nuevamente lo que quedaba del bosque, ahora establecido como “Zona de protección forestal y refugio de la fauna silvestre”.

En delante, serán los incendios, habitualmente provocados, los que tomen la revancha, incendios criminales para la naturaleza, para el ambiente y para la misma sociedad humana. Recordemos que solamente el año pasado se registraron 47 incendios, aunque ninguno como el del 2005, que dañó más de ocho mil hectáreas del área “protegida”.

En el presente año seco, ya van dos incendios, el segundo afectó seriamente la salud y la vida de algunos de los combatientes, cosa que tiene sin cuidado a quienes provocan estos siniestros. Es igualmente notable que estos ataques vengan desde municipios aledaños, como sería Tlajomulco, y las poblaciones de Arenal y Tala. A estos males deben añadirse la explotación de bancos de material, los pozos geotérmicos, la tala descontrolada, algunas otras actividades agrícolas y ganaderas, y el turismo irresponsable.

Por lo mismo resulta plausible que el Congreso estatal insista en que dicho bosque debe cerrarse hasta iniciado el temporal de lluvias, contra la opinión desinformada del responsable, que persiste en mantenerlo abierto, porque la gente, dice, en medio de la pandemia, necesita esparcirse justamente en ese espacio, como si no hubiese otros lugares donde poderlo hacer al alcance de la mano.

De cualquier manera, la historia reciente de este gran bosque no es sino un muestrario de los daños que pueden provocar las alianzas perversas entre políticos y empresarios, todo lo cual hace sospechar, sin que conste, que la ausencia de normas claras y medidas preventivas eficientes y radicales, son parte de esas mismas alianzas.

 

Publicado en El Informador del domingo 25 de abril de 2021.

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