Pbro. Lic. Armando González Escoto • Director de Publicaciones del Sistema UNIVA
Luego de un breve periodo de relativa paz, las hogueras latinoamericanas vuelven a encenderse, en parte porque los rescoldos han permanecido siempre encendidos.
Desde hace dos años, es decir, antes de que la pandemia agravara las condiciones sociales y económicas en que la gente vive, una primera oleada de violencia social sacudió a varios países, que tal vez no tenían el desfogue de la violencia cotidiana que se vive en México. Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Nicaragua y Bolivia eran los adalides de insurrecciones en principio provocadas por contiendas políticas, reformas constitucionales o como protesta ante tales o cuales circunstancias o medidas de los gobiernos, incluyendo, por ejemplo, el alza en el precio del transporte público.
Es verdad que, desde hace doscientos años, en América Latina la violencia social ha sido endémica, apenas superada por estados o partidos dictatoriales, posteriormente fracturados por nuevas conflagraciones, sólo en México la transición de la dictadura de partido a la dictadura de sistema ha sido pacífica hasta ahora, como lo fue por un breve período de tiempo la transición chilena hacia el socialismo.
Centroamérica es muy tropical, ahí hasta las dictaduras se pudren antes de madurar, mientras que el sistema de explotación se mantiene boyante bajo cualquier partido o gobierno, sobrellevado por una población que ha solido pasar de la hamaca a la guerrilla y viceversa. Los líderes, al igual que muchos de los del 68 en México, han usado la ideología, cualquier ideología, no como un credo personal, sino como un trampolín para desbancar a los que están, y ponerse en su lugar, resultando peor el remedio que la enfermedad.
La noticia de la semana es el resurgimiento peruano de “Sendero Luminoso” y el riesgo colombiano de regresar tan pronto a la era de las FARC, mientras Nicaragua ansía y teme la caída de una dictadura que habiendo nacido de izquierda se volvió de derecha, con los defectos de una y otra línea.
Brasil sueña de nuevo con Lula y su socialismo de centro, ante los descalabros y desvaríos de Bolsonaro, pero también es un brasero ardiente, dispuesto a mayores confrontaciones vividas y expresadas en portugués.
Consolidar un sistema político y económico que garantice la genuina prosperidad y su corolario, la seguridad y la paz social, sigue siendo el gran pendiente latinoamericano, y la causa esencial de la emigración hacia Estados Unidos y Canadá, países donde ese sistema sí existe, y por lo mismo, la gente está muy dispuesta a dejar la hamaca por el trabajo tenaz, sabe que allá sí dará resultados. Pero un semejante sistema exige de una transformación social, de un hacerse cargo responsablemente de la política, tensión de infinitos altibajos en un continente con climas tan diversos y mapas genéticos tan complejos.
Nosotros, a falta de soluciones prácticas, seguimos inventando partidos políticos, que amplían el número de los que buscan vivir del presupuesto; con esa misma lógica, los partidos en el gobierno siguen aumentando la nómina burocrática, en tanto la sociedad permanece asolada por la pobreza y la delincuencia, son esos los vientos que mantienen vivas las brasas y en cualquier momento las pueden prender a lo largo y ancho de América Latina.
Publicado en El Informador del domingo 23 de mayo de 2021