Dra. Rocío Angélica Salinas Osornio • Profesor Investigador
El coronavirus COVID-19 llegó al mundo entrando por China, mientras el resto del mundo veíamos padecer a los chinos e incluso morir a causa de él, como quien ve a los toros desde la barrera, sin embargo, no contábamos con que el virus como los toros podía saltar la barrera y propagarse en otros países.
La facilidad de algunos para poder salir de nuestro país ya sea por turismo o por motivos profesionales nos puso en riesgo y fue entonces cuando México, pese a encontrarse a miles de kilómetros de China, ya se veía con su primer caso, causando gran temor.
Las autoridades gubernamentales nos avisaban, nos alertaban de la posible propagación, y al mismo tiempo nos recomendaban qué hacer para evitarlo, exactamente de la misma manera en que nos alertan de la presencia de otras enfermedades de las cuales debemos cuidarnos como la obesidad y la diabetes mellitus, recomendándonos mantener un estilo de vida saludable, de la misma manera en que se ha insistido para evitar la propagación del COVID-19.
En México, la obesidad es un problema de salud severo, ocupa el primer lugar de casos de obesidad en el mundo, la cual es considerada una enfermedad inflamatoria que desencadena procesos bioquímicos y fisiológicos nada recomendables para la homeostasis celular, conduciendo al individuo que la padece a desencadenar otras patologías, afectando su esperanza de vida.
La presencia de obesidad está relacionada con malos hábitos dietético alimentarios y un estilo de vida sedentario, disminuyendo la funcionalidad de las personas, afecta el desempeño laboral y la estabilidad emocional de quien la sufre, por lo que, no puede sólo ser visto como un problema de salud, sino, también como un problema económico para nuestro país, ya que, además de afectar el gasto destinado a la salud pública, afecta la productividad y competitividad del mismo.
Una de las afecciones de la obesidad es la resistencia a la insulina, la cual conduce al desarrollo de diabetes mellitus, considerada como la epidemia dulce del mundo, la cual es silenciosa, lenta e indolora; un alto porcentaje de la población la padece, pero lo ignora, sin embargo, como todo enemigo, de un momento a otro es devastadora; ésta toma ventaja porque agarra al individuo en un estado de salud deprimido causando problemas aun más graves relacionados con el funcionamiento cardiovascular, renal, visual y músculo esquelético, entre otros; condicionándolo a una muerte prematura, no en vano, es considerada la segunda causa de muerte en nuestro país.
¿Y esto, no nos asusta? ¿Acaso el malinchismo se revive en una enfermedad viral que tuvo que venir de otro país para temerle, para creer que nos puede llevar hasta la muerte? El coronavirus COVID-19 por sí sola nos asusta tanto que somos capaces de olvidar incluso que dicha enfermedad viral se potencializa con mayor ahínco en los individuos que padecen obesidad y/o diabetes mellitus. ¿Seguiremos igual o debemos tomar cartas en el asunto respetando nuestra salud, cuidando cómo vivimos y para qué vivimos?
Entre las recomendaciones para prevenir la propagación del COVID-19 está el aislamiento, evitando la realización de actividades fuera de casa, y esto, nos ha costado, enfrentándonos a una resistencia por parte de las personas a mantenerse en casa, ahora resulta que hay una inquietud generalizada por salir a caminar, ir a un parque, pedalear la bicicleta o subir a la patineta, cuando, si así siempre se fuera, el sedentarismo no sería un problema de salud en nuestro país.
Hagamos frente a la obesidad, reconociendo que se padece, que se requiere ayuda profesional, teniendo un estilo de vida en ambientes saludables en todo sentido, con una conciencia de nuestra salud y nuestro futuro en edad avanzada, de tal manera que permitamos el establecimiento y el impulso de políticas públicas firmes dirigidas a un objetivo principal, la salud de los mexicanos.