Mtra. María Cristina Martínez Arrona • Jefa de UNIVA Online
Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, frágiles y desorientados;
importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos
(Papa Francisco)
En más de una ocasión he hablado de las características de la persona, mencionando entre sus particularidades que es “única, irrepetible, social por naturaleza, criatura, contingente, vulnerable…”, en un contexto de pandemia mundial (OMS), algunas de ellas se hacen más evidentes.
A finales de diciembre, en China, se empezó a divulgar la presencia de un nuevo virus con una alta tasa de contagio y propagación, por lo que desde que inició el 2020, hemos constatado como este virus se ha extendido en el mundo paralizando la vida, el ánimo, la dinámica social y con ello la actividad productiva. Se han colapsado Centros de Salud; algunas empresas han cerrado o paralizado parcialmente sus funciones, miles de personas han perdido el trabajo, otras, se han visto imposibilitadas para trabajar por la emergencia sanitaria.
Algunos contemplaban esta realidad como una película de ciencia ficción, una situación difícil de creer y pidiendo que no llegara a nuestro país; otros la consideran “un invento” creado por intereses políticos, económicos y luchas de poder. La verdad es que, a nivel mundial, estamos luchando con una epidemia que está enfermando a cientos de miles personas, y decenas de miles han perdido la vida.
Ante esta realidad, la única opción efectiva -conocida hasta el momento- es el distanciamiento social, la sana distancia, con el propósito de evitar que las personas enfermas entren en contacto con personas sanas reduciendo así las oportunidades de transmisión. Al estar en casa, en contacto con nosotros mismos y con las personas que convivimos, tenemos la posibilidad de escuchar y de escucharnos. Más de alguno hemos experimentado incertidumbre, impotencia, carencia, limitación, soledad, debilidad, miedo, en otras palabras, nuestra fragilidad humana.
El término fragilidad (fragilis = quebrar o romper), desde la perspectiva antropológica se comprende como la condición de finitud propia de la persona, nos concebimos a nosotros mismos indefensos y susceptibles de sufrir algún daño. A nuestro ser limitado (= restringido, condicionado), contingente (=incierto, circunstancial) y vulnerable (=frágil, indefenso), le afecta y daña las condiciones ambientales y socioeconómicas que estamos viviendo a nivel glocal, afectando nuestro bienestar físico, psicológico, espiritual, social, constatando así nuestra fragilidad como seres humanos.
Esta vulnerabilidad constituye el fundamento del autocuidado, esta relacionado con el imperativo ético de velar por la protección de la vida. La experiencia de la Resurrección se hará presente cuando cada uno de nosotros velemos -dentro de nuestras posibilidades- por ofrecer una atención adecuada y oportuna. Cuidemos que toda persona sea tratada con respeto, se le ofrezcan los mismos cuidados y derechos desde un enfoque de justicia social, de ahí que, “los más fuertes” tenemos la obligación moral de proteger la fragilidad del otro, y poder decir junto a Jesús: “la paz esté con ustedes” (Jn 20,19).
Publicado en El Semanario Arquidiocesano de Guadalajara del domingo, 12 de abril de 2020.