Mtro. Carlos Salas • Docente UNIVA Plantel Guadalajara
En una época rebosante de alardes de un poder político que nos hacen cuestionarnos el equilibrio entre los Poderes de la Unión, consideré apropiado compartirles una breve historia que ilustra lo frágil que es la democracia y lo difícil que es volver a su senda.
Primer acto
En diciembre de 2006, durante una visita a Nicaragua, conocí a un funcionario estadounidense a quién llamaré “John”. Al inicio la conversación fue trivial: futbol americano colegial y algunas recomendaciones sobre qué lugares visitar durante mi estancia en ese país. Luego de un rato conversando, me preguntó mi opinión sobre la victoria de los Sandinistas (izquierda) en la reciente elección presidencial nicaragüense. Francamente desconozco si John estaba aburrido y quería hacer plática o si genuinamente quería compartir su opinión conmigo; haya cual haya sido su motivo, en tono solemne me dijo: Nicaragua no volverá a ser igual después de este gobierno.
Al percatarse que mis ojos se habían ensanchado y que tenía el 100% de mi atención, John me explicó que, desde el regreso a la democracia en 1985, los nicaragüenses no habían atestiguado nada más que promesas rotas y escándalos por corrupción. Tres décadas la gente había luchado una Guerra Civil y hoy seguía siendo pobre. Con los años, el discurso de los gobiernos conservadores se desgastó y los nicaragüenses buscaron alguien en quién creer. En esas elecciones el voto conservador se fraccionó y el Sandinismo ganó con el 38% de los votos, una ventaja de 9% sobre su rival más cercano.
El vencedor, luego de perder tres elecciones consecutivas, era Daniel Ortega, líder guerrillero durante la Revolución Sandinista en los 70s, ex miembro de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional de 1979 a 1985 y quien, luego de ganar unas elecciones muy controversiales, ya había sido presidente en la restaurada democracia en el período 1986 – 1990. La plática con John terminó y pasó el tiempo.
Segundo acto
En 2010 visité de nuevo Nicaragua y para entonces conocía bien la situación imperante en ese país: Ortega había tomado posesión en 2007, su victoria electoral había sido tan amplia que le fue relativamente sencillo desmantelar paulatinamente la estructura democrática nicaragüense. Comenzó declarando su mandato como una “Segunda fase de la Revolución” bajo la consigna de una república “Cristiana, Socialista y Solidaria”.
El cambio en ese país era evidente, se observaban escasas banderas nicaragüenses y una inusitada cantidad de banderas mirad negra y mitad roja (símbolo del Partido en el poder FSLN, (Frente Sandinista de Liberación Nacional). Al pasear por las calles de Managua se podía apreciar propaganda oficialista tapizando cada rincón de la ciudad y había coloridos murales del Ché Guevara, Fidel Castro, Augusto Sandino y Daniel Ortega en espacios públicos. Se observaban escasas banderas nicaragüenses, en su lugar, había una abundante cantidad de banderas mitad negra y mitad roja (símbolo inequívoco del Sandinismo y del Partido en el poder FSLN, (Frente Sandinista de Liberación Nacional).
En los sitios turísticos podían encontrarse afiches donde la frase “Visite Nicaragua” había sido reemplazada por “Con todos y por el bien de todos, Nicaragua Cristiana, Socialista y Solidaria”. El discurso oficial en medios reproducía el lenguaje del Socialismo del siglo XXI, llamando abierta e impunemente “gusanos” y “traidores” a la oposición y a sus seguidores.
Pero el plan de Ortega iba mucho más allá de los discursos. Aprovechando la mayoría de su partido en la Asamblea Nacional, Ortega realizó cambios a la Constitución para fortalecer su control del poder político del país. El siguiente paso fue el debilitamiento de la ya entonces frágil independencia de la Corte Suprema de Justicia (CSJ). Finalmente, la Asamblea le otorgó al Ejecutivo poderes absolutos en materia de seguridad, lo que utilizó para consolidar un nuevo cuerpo policial militarizado, enteramente bajo su control. La Comunidad Internacional, en especial la OEA, guardó silencio. Estaban muy ocupados castigando a la vecina Honduras luego del derrocamiento del presidente Manuel Zelaya acontecido en 2009. Finalmente, con la anuencia de la CSJ, Ortega pudo buscar la reelección en 2011 y se perfilaba hacia el poder absoluto. El régimen estaba consolidado.
Tercer acto
Luego de alzarse nuevamente con el Poder en 2011 (en unas elecciones altamente cuestionadas), Ortega eliminó definitivamente las barreras legales que le impedían reelegirse para un tercer mandato. Los años que siguieron fueron de gran beneficio económico para Ortega y su familia. De la noche a la mañana, sus muchos hijos han amasado fortunas inocultables e inexplicables. En pocos años se hicieron de propiedades, empresas y capital. Un ejemplo del poder de la familia de Ortega es que actualmente ocho de los nueve canales de señal abierta en el país son propiedad de sus hijos.
En 2017 Ortega asumió su tercer mandato consecutivo con su esposa Rosario Murillo como vicepresidenta. Murillo, otrora poetisa, había fungido en diversos puestos públicos durante la última década manteniendo una presencia permanente al lado de Ortega. En los círculos cercanos a Ortega se asegura que en Nicaragua no hay decisiones importantes en las que ella no tenga injerencia y en las calles se dice que “La Chayo” es la verdadera presidenta del país.
La crisis
En abril de 2018 el gobierno Orteguista reformó profundamente las condiciones para la seguridad social de los nicaragüenses. Estudiantes, trabajadores y familias enteras se lanzaron a las calles para exigir se diera marcha atrás a la medida y estallaron protestas enérgicas en todo Nicaragua. Las clases fueron suspendidas, se sitiaron poblados enteros y la represión fue brutal, con episodios cruentos en los que fuerzas militares y paramilitares abrieron fuego con balas vivas contra los ciudadanos. El gobierno de Ortega dio marcha atrás a las reformas, no sin antes dejar las calles manchadas de sangre. La CIDH reportó al menos 328 muertos y 88 mil exiliados como resultado de la crisis y la represión gubernamental.
El presente
Hace unos días el régimen Orteguista utilizó una página del manual del Socialismo del siglo XXI: atacar a los diarios no alineados a su línea editorial, bloqueando el ingreso de materias primas de sus imprentas. Al menos dos rotativos, La Prensa y El Nuevo Diario, tuvieron que cerrar operaciones. ¿Su pecado?, dar a conocer las versiones de las víctimas y los hechos de violencia y de represión durante el gobierno Sandinista.
Hace 13 años, en una cálida tarde en la terraza de su casa, John me adelantó un futuro que muy pocos imaginaban. El anhelo de justicia social de un pueblo se volvió en su contra y más de una década más tarde, nada ha vuelto a ser igual.