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La fuente de la Poesía mística

Cristina González Martínez •Alumni de la Licenciatura en Filosofía UNIVA Online

 

El hombre de todos los tiempos ha tenido sed de trascendencia, no se resigna a ver circunscrita su existencia a un mundo con límites de espacio y tiempo, anhela algo más. Platón en su diálogo de Fedón, atribuye a Sócrates de manera magistral dicha aspiración, las tradiciones religiosas teístas abren horizontes al alma humana, horizontes que le permiten vislumbrar al final del camino un encuentro con Alguien más, es este el vértice en que aparece la mística como un deseo de conseguir el contacto, la unión del alma con la divinidad.

Este proceso místico en el cristianismo comprende el descubrimiento del Misterio de Cristo, que lo lleva paulatinamente y por etapas a un encuentro con Dios uno y trino, un recorrido por la vida del espíritu.

Leer las obras de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz es ya una tentativa en el camino de la vida espiritual, en virtud de que la forma de relatar su experiencia conduce a un mundo poco explorado y por muy pocos ensayado, descrito más que explicado por los poetas místicos, suele sembrar en sus lectores la inquietud por conocerlo y andarlo, también hace surgir la pregunta acerca de ¿quién escribe poesía mística?

Un hecho significativo respecto de la actualidad de esta literatura es que el siglo XX se consideró el mejor lector de la obra sanjuanista, se publicaron en ese tiempo el mayor número y los mejores estudios sobre el santo, dándole el título de poeta, pensador y teólogo contemporáneo, atravesando las fronteras del mundo cristiano. En ese mismo siglo, el 27 de septiembre de 1970 para ser exactos, Santa Teresa es proclamada Doctora de la Iglesia, ¿cuál es el contenido y la fuente de la poesía mística para superar el paso del tiempo y seguir respondiendo a las inquietudes más íntimas del espíritu humano?

A pesar del correr de los siglos, cinco ya desde el nacimiento de Teresa y unos años menos del de Juan, todos sus escritos conservan novedad en su contenido, la antropología teológica puede cambiar en la forma de expresarse, de estudiarse, de exponerse, pero no así en su esencia, el espíritu humano es uno y en cualquier época enfrenta un igual proceso: el conocimiento de sí mismo; la lucha contra los atractivos del mundo que le afectan en su desarrollo interior; el dominio de las pasiones y el cultivo de las virtudes; la identificación y combate del mal presente en forma expresa o velada en el demonio.

Para quienes buscan algo más, Dios les sale al encuentro en este punto y se inicia la interiorización que irá acompañada de una serie de exigencias y renuncias, empezando por dejar atrás el apego a los bienes materiales, sin que ello implique necesariamente el no poseerlos, se trata de estar desapegados, empleándolos justamente para avanzar en el camino, constituyéndolos en herramientas para amar a Dios en el prójimo, dando así ese paso del despojo de la propia voluntad para fundirse en la divina. Teresa de Ávila en su obra Castillo interior o Las Moradas, emplea el signo del gusano de seda para mostrar plásticamente la transformación del hombre viejo en el hombre nuevo que vuela hacia el objeto de todos sus anhelos, hasta alcanzar esa morada de la más absoluta intimidad del alma, en la que habita la Hermosura tan antigua y tan nueva de que hablaba San Agustín cuando se lamentaba de haberla buscado fuera, estando tan dentro.

San Juan de la Cruz plastifica el camino en su famoso dibujo del Monte Carmelo, que culmina en la cúspide con aquella famosa frase: nada quiero, nada pido, nada espero, en el Monte sólo mora la gloria y honra de Dios, que a través de sus ricos y profundos escritos va explicitando, muchos de los cuales son verdaderos poemas de amor.

En la tradición cristiana, la ascesis forma parte del proceso místico sólo en cuanto a la respuesta que se da a la iniciativa del Absoluto, de Dios, que llama al alma a un encuentro personal, una auténtica alteridad, es la relación del espíritu humano con el Otro totalmente diferente, único y necesario. Es este el punto en el que se inicia justamente el camino hacia la unión mística que refieren los dos autores, la persona empieza a andar un camino por el cual se aparta de la conducta ajena al querer de Dios, en la medida que va avanzando entra en un espacio en el cual empieza a comprender y creer gracias a las luces recibidas, que le van permitiendo ver con los ojos del alma, que no con los de los sentidos, las realidades sobrenaturales, hasta llegar al punto de unión en el que se da la total quietud del espíritu que es tomado por Dios para Sí, en una experiencia mística inenarrable, que los autores describen a base de analogías.

Los poemas de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz son verdaderos diálogos entre Dios y el alma enamorada, los cuales han sido el fruto maduro de una muy intensa y profunda vida de oración, he ahí la fuente de la poesía mística, es el alma orante la que escribe, la que exhala anhelos de amor eterno.

 

 

Comparto con nuestro lector, algunos textos de consulta:

  • Garrigou-Lagrange, R. (1985). Las tres edades de la vida interior. (5ª edición). Madrid: Ediciones Palabra.
  • Gómez Rincón, C.M. (2015), Experiencia mística, lenguaje y conocimiento. Editorial Universidad del Rosario.
  • San Juan de la Cruz. (1988). Obras completas. Madrid: Editorial de Espirtiualidad.
  • Santa Teresa de Jesús. (S/F). Obras completas. Madrid: M. Aguilar, Editor.
  • Tanquerey, Ad. (1990). Compendio de Teología Ascética y Mística. Madrid: Ediciones Palabra.

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