Pbro. Lic. Armando González Escoto • Director de Publicaciones del Sistema UNIVA
A cuantos amamos la soberanía de Jalisco nos acaba de recordar fehacientemente que Jalisco ni tiene petróleo ni lo refina. Podríamos comprarlo en el extranjero e introducirlo por Puerto Vallarta, hasta podría ser más barato, pero de momento no existen las condiciones. Nos queda claro que comercio y política nunca se han soltado de la mano, aunque lo parezca.
Esta misma realidad que ha vivido el estado lo vive la nación entera, ya que buena parte de la gasolina que consume la importa de Estados Unidos, por lo mismo lo que ha sucedido en Jalisco y en otros estados, puede suceder en todo el país; esa es la suerte de las naciones que pierden su autosuficiencia, y México es una de ellas pues desde hace años dejamos de ser autosuficientes tanto alimentarios como energéticos, en aras del libre comercio y de las políticas neoliberales que tan grandes beneficios económicos dejaron a quienes las promovieron.
En este México de soñadores hay otro sector que se ilusiona con la esperanza inminente del consumo generalizado de energía eléctrica que habrá de sepultar para siempre el uso del petróleo. Que Europa lo considere una posibilidad para el 2040 es desde luego creíble, pero ¿en México?
Para sustituir el petróleo por energías renovables se requiere la infraestructura adecuada. En el caso de la electricidad, ésta se origina básicamente de cuatro fuentes, si prescindimos del carbón y del petróleo: hidráulica, eólica, solar, o nuclear ¿para cuántas de estas fuentes tenemos o estamos ya invirtiendo para conseguir la infraestructura indicada? ¿Y mientras eso se logra, debemos seguir siendo dependientes energéticos? ¿Acaso Estados Unidos ha cerrado sus refinerías en pos de la utopía por llegar?
La crisis del abasto de gasolina que ha afectado a los estados dependientes de la refinería de Salamanca tiene que ver con el tema del guachicoleo, nombre folklórico con el que se describía al tequila adulterado y que hoy se aplica al robo de combustible; también podría aplicarse al robo que se hace a la sociedad con la venta de combustible, acepción más amplia que abarcaría a las diversas jerarquías de este negocio ilícito, en primer lugar al mismo gobierno que con la carga impositiva eleva artificialmente el precio de los combustibles, en segundo lugar a los gasolineros que siguen tan campantes vendiendo el producto con mediciones alteradas, lo mismo si es combustible legal que robado, en tercer lugar a los grandes beneficiarios de la ordeña de los ductos, y en cuarto lugar la mano de obra barata, o mejor dicho, de perforación barata, los que se arriesgan horadando tuberías, llenando bidones y pipas para obtener algo de esta gran industria del robo presidida por el gobierno. En esencia, todos son guachicoleros combatiendo entre sí, como siempre a expensas de la sociedad.
Finalmente, si alguien pensaba que los guachicoleros populares habían resucitado a Chucho el roto, robando gasolina a los ricos para dársela a los pobres, tal vez en los comienzos estos ladrones buscaron una reivindicación frente al aumento constante del producto, acción que de inmediato fue valorada y expandida por las estructuras de la corrupción y de la delincuencia con los resultados que hoy observamos.
Publicado en El Informador del domingo 14 de enero de 2019