Docente UNIVA • Plantel Guadalajara
Durante el pontificado del Papa Juan XXIII (hoy santo) y con motivo de la develación de un crucifijo dentro de los jardines del Vaticano, el santo padre comentaba con uno de los cardenales presentes lo siguiente: “¿Qué le parece? Nuestro Señor ha estado cerca de dos mil años con los brazos abiertos en la cruz esperándonos; y nosotros, ¿de qué manera le estamos respondiendo?”
Cada que llega el último mes del año, todo el mundo se desborda en buenos deseos, en decoraciones interiores y exteriores de las casas, en preparar debidamente todo en torno a la cena que convocará (de preferencia y/o deseablemente) a toda la familia, los regalos, etc. Vemos esfuerzos sobrehumanos para que todo salga a la perfección, sin embargo, recordamos verdaderamente ¿por qué hecho en específico se hace todo esto? ¿Quién es el festejado?
Nos hemos dedicado a relativizar el misterio de la navidad, dejarlo todo a un simple fenómeno mercadológico encabezado por la figura regordeta y vestida de rojo del “Santa Claus”, sus renos y su fábrica ubicada en el polo norte. Respondemos de forma automática a la programación consumista y damos la razón a lo que comentaba a grandes rasgos Enrique Rojas en su libro El hombre light: que este era un ser que no ha experimentado la paz interior y la felicidad.
Eso que tanto anhela el hombre es uno de los grandes obsequios que nos ha traído Dios, encarnado en ese pequeño e indefenso niño envuelto en pañales, dependiendo de sus padres, recostado en un humilde y hasta incómodo pesebre, reconocido y adorado por esos pastores y sabios de oriente. Ese pequeño niño, viene a recordarnos que la vida del hombre es frágil y que no necesita de mucho para ser feliz, nos aclara el panorama sobre el cual está situado el sentido del hombre y nos enseña cuál es el máximo objetivo a alcanzar… la salvación. Porque no hemos de olvidar que si en estas fechas recordamos el nacimiento del Hijo del hombre, no debemos perder de vista la misión que vino a cumplir: darnos la buena nueva y enseñarnos el camino para llegar a la casa del Padre.
Necesitamos redescubrir el sentido de la navidad y de la importancia que tiene para nosotros los que nos decimos cristianos, y no sólo nos quedemos con eso. Vayamos jubilosos dando testimonio como los pastores a su regreso de adorar al Niño Dios.
Una vez reflexionado lo anterior, ahora si… ¡Feliz Navidad! Por Cristo, con Cristo y en Cristo.