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El sexenio que se va

Por 20 noviembre, 2018noviembre 22nd, 2019Convocatorias

Pbro. Lic. Armando González Escoto • Director de Publicaciones del Sistema UNIVA

 

Otros seis años más en la historia de Jalisco, desde luego, de la post historia, la que comenzó al concluir el sexenio de Flavio Romero y que contenía ya en su desarrollo las semillas del declive imparable que ha sufrido el estado, no sin excepciones, sin altibajos, como el ciervo herido que intenta levantarse para caer de nuevo.

Un sexenio sin primera dama, por cierto, pues o fue extraordinariamente discreta o simplemente decidida a no figurar, lo cual logró con éxito. Un sexenio abocado fundamentalmente a conseguir inversión extranjera como un detonante que podría beneficiar a todos los sectores de la sociedad, rubro éste en el cual se han dado los mejores resultados del periodo, casi los únicos resultados, los presumibles.

Hace seis años Jalisco era un estado ya bastante inequitativo, desigual, deformemente centralista, en múltiples aspectos, anárquico. La agenda de entonces era apremiante: el problema del agua, de las carreteras, de las zonas marginadas, como Colotlán, Autlán o Jilotlán, los problemas de límites con los estados de Colima y Nayarit, el complejo asunto wixarica, el tema de la inseguridad por completo fuera de control, la ausencia total de educación cívica, además de las cuestiones relativas a la impunidad, la corrupción, la pobreza y la salud pública; seis años después ¿realmente hemos superado al menos en algunos grados toda esta problemática? Más que abrumar a los lectores con estadísticas en favor o en contra, habría que acudir a la experiencia de las personas, de los que viven en las doce regiones de Jalisco, de los habitantes de la conflictiva zona metropolitana de Guadalajara, ellos y no los analistas de escritorio, tienen la mejor respuesta, la más realista.

Habría que acudir igualmente a toda esa enorme cantidad de personas que fueron víctimas de la corrupción o beneficiarias de la misma, las que están cerrando el sexenio con muy buenas cuentas porque percibieron salarios por cargos que no devengaron, porque figuraron en la lista de asesores de tal o cual dependencia sin jamás haber hecho nada, porque supieron redondear su presupuesto con la aportación forzada de sus subalternos, ese lastre pasmoso y pesado que arrastra la sociedad trabajadora como una verdadera septicemia.

Para el gobierno saliente lo único importante era llevar a término la colosal obra del sexenio, la todavía interminable Línea 3, cinco años en construcción, veinticinco kilómetros, entre lo elevado y lo subterráneo. En ese mismo periodo de tiempo China construyó la vía férrea Golmud – Lhasa, con una extensión de 1118 kilómetros, en las condiciones geográficas y climáticas más inhóspitas del planeta, sobre una meseta situada entre los cuatro y cinco mil metros sobre el nivel del mar, incluyendo más de cuatro kilómetros de túneles y 675 puentes. Por supuesto que las comparaciones ilustran por más que puedan resultar humillantes.

No somos China. Ciertamente no, tampoco tenemos su sistema político, su desarrollo tecnológico, su riqueza nacional aplicada a mejorar la infraestructura del país, no la de sus políticos. Pero hay que recordar que hace setenta años China era un país caído en la miseria, en la anarquía y el desastre gubernamental ¿por qué a ellos sí les funcionó la revolución, mientras que a nosotros todavía no

 

Publicado en El Informador del domingo 18 de noviembre de 2019