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El newsfeed, ¿espejo, ventana o prisión?

Por 7 junio, 2019diciembre 4th, 2019Convocatorias

María Fernanda Tapia Cortés, Alumni • Jefa de Información de noticieros Radiorama y DK1250

 

La analogía de una pantalla con acceso a Internet como una ventana que nos conecta a una constelación de espacios comunicativos donde fluyen con libertad las ideas (Habermas, citado por Coleoni et. al., 2014, pp. 317, 318), es peligrosa. La convergencia de voces, identidades, temas e intereses que encontramos en el feed de las redes sociales es más parecida a un espejo que refleja nuestras actitudes, creencias e intereses. En lugar de conectarnos, nos encierra en nosotros mismos.

La clave está en el modelo de consumo informativo en la era de las redes sociales. Pasamos de un esquema vertical, en el que los medios tradicionales seleccionaban el orden y la jerarquía de la información para una audiencia pasiva (McCombs, Shaw, 1972), a la autocomunicación de masas (Castells, 2007), en la que la audiencia asume el papel activo de productora y consumidora a la vez. El poder de decisión, ya no está en un factor externo, sino en nuestras propias manos.

Sin embargo, el ejercicio de ese poder no implica una selección consciente y constante de los contenidos que consumiremos entre todo el mundo de información, sino en la programación de las fuentes que nos darán acceso a su flujo informativo.

Dicho de una forma más sencilla, nosotros elegimos “seguir” y “agregar a nuestros amigos” a una cantidad limitada de personas, medios, y páginas para que su información llegue hacia nosotros de forma constante, pero una vez que lo hemos hecho, estamos sujetos a su contenido porque será el que nos aparecerá en el newsfeed.

Esta selección de fuentes es completamente subjetiva, y sus criterios pueden resumirse en dos palabras: usos y gratificaciones. Por eso, en la mayoría de los casos terminamos seleccionando aquéllas que se asemejan a nosotros en intereses, valores y formas de pensar.

Este proceso se ve agudizado, además, por la acción del algoritmo de las redes sociales: un mecanismo a través del cual se filtra la enorme cantidad de información para seleccionar y mostrarnos únicamente el contenido que en teoría es más relevante para nosotros. Pariser (2011) explica que en la mayoría de las plataformas, este filtraje se realiza bajo los principios de la segmentación de audiencias. Es decir, con base en un perfil determinado a partir «la huella digital», que vamos dejando con nuestros clicks, likes e interacciones.

En teoría, la acción conjunta de estos dos procesos, la programación, y el filtraje algorítmico, nos facilita enormemente la tarea de navegar entre la millonaria cantidad de datos que cada segundo se generan en la red. Sin embargo, como ya decíamos en la introducción, progresivamente nos llevan al aislamiento.

Al fin y al cabo, cambió la forma en la que recibimos la información, pero no su papel en su nuestra construcción de la realidad. El contenido que recibimos de nuestras fuentes nos sigue imponiendo la agenda (Wohn, Bowe, 2011), porque determinará nuestro acceso a un tema, la importancia que le damos y nuestra actitud hacia el mismo.

Tomemos como ejemplo un tema altamente polémico, como una propuesta de un candidato presidencial. Primero, dependemos de que nuestros amigos, o una de las páginas a las que seguimos, compartan esa información, y que el filtro algorítimico decida que vale la pena colocarla en el newsfeed. En segundo lugar, es necesario que nosotros le atribuyamos también cierta importancia para que nos tomemos el tiempo de leerla, y la relevancia que le otorgamos seguramente crecerá mientras más veamos repetida la información en diversas fuentes. Finalmente, nuestra opinión de la propuesta, especialmente si es de un tema del que sabemos poco, se verá influenciada por cómo nos la presentaron nuestros contactos. Si su opinión es favorable, probablemente acabaremos teniendo también una visión positiva; si la mayoría difiere, la rechazaremos también. Sólo si vemos suficiente de ambos ángulos, seremos capaces de formarnos un criterio.

De esta forma, las redes sociales van construyendo para nosotros una realidad informativa, formada a partir de un micro-verso de contactos, pero que para nosotros representa una generalización de lo que está ocurriendo en el mundo, alias: la analogía de la ventana.

Mientras más parecidos sean los integrantes de nuestra red y más homogénea la información que comparten, mayor probabilidad hay de que esa percepción esté viciada. Es decir, si entre un grupo de personas sólo compartimos contenidos y actitudes idénticos, reforzaremos nuestras creencias preexistentes pero no tendremos aprendizaje. Como consecuencia, nuestra visión será cada vez más similar, y diferirá más de la realidad del resto del mundo.

Es exactamente lo que Sunstein (2011) describió como cámaras de eco: una condición en que las opiniones y creencias se ven repetidas y confirmadas como en un eco, en lugar de contestadas o expuestas a algún tipo de oposición. En ellas, hay tan poco espacio para contradecir como para ser contradicho.

La evidencia de que existen estas cámaras se presenta a diario. Basta ver las discusiones entre los llamados “chairos” y “fifís”, y las redes construidas alrededor de cada uno de ellos; lo mismo, con los llamados conservadores y liberales; los miembros de distintas agrupaciones religiosas o políticas, y de forma menos obvia, en los clústers de personas que comparten un interés, como los videojuegos, o los deportes.

De esta forma, si a microescala tenemos individuos confundidos entre su realidad, y la realidad del mundo, a nivel macro lo que hay es una sociedad cada vez más polarizada, distanciada y mal informada.

¿Cómo evitar caer en la trampa?

Primero, entender nuestro papel en la conformación de nuestra red informativa, y de forma consciente, buscar la diversificación de nuestras fuentes. No sólo en cuanto a la construcción de nuestro newsfeed; también, en el número de plataformas que consultamos.

Segundo, recordarnos constantemente que cuando navegamos en redes sociales no estamos ante una ventana del mundo hiperconectado, sino ante un espejo de nuestras propias conexiones.