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DESTRUYAN ESTE TEMPLO Y EN TRES DÍAS LO LEVANTARÉ… (JN. 2:13-22)

El evangelio de hoy nos habla concretamente del templo, lugar de la presencia de Dios espacio de oración y encuentro. Tanto para los judíos como para nosotros, el templo representa el lugar sagrado donde entramos en intimidad con nuestro Padre, que es amor y misericordia. Era normal el comercio en las fechas cercanas a la celebración de la pascua, mucha gente acudía y compraba animales para sus sacrificios.

Jesús ha subido a Jerusalén y al ver en el templo a los vendedores, los echó a todos con un látigo, y les dijo que no convirtieran la casa del Padre en un mercado, pues Jesús sabía que el templo es el lugar donde se adora al Padre. Esta situación causó revuelo entre los judíos y al cuestionarlo sobre su actitud, les respondió hablando sobre su propio cuerpo: destruyan el templo y será reconstruido en tres días.

El templo y este acontecimiento, donde podemos ver a un Jesús molesto, nos hace una invitación seria a la conversión, a ser coherentes, a vivir en la verdad, ser personas de una sola pieza; es decir, que exista una vinculación entre lo que somos y hacemos.

Pidamos hoy al Señor que nos conceda la gracia de ser personas que con nuestro testimonio reflejemos el amor de Dios actuando en toda nuestra persona.