Pbro. Lic. Armando González Escoto • Director de Publicaciones del Sistema UNIVA
El próximo 13 de junio se cumplen doscientos años de la Declaración de la Independencia regional, luego de la adhesión de esta, entonces intendencia de Guadalajara, al Plan de las Tres Garantías, esta declaratoria conducirá posteriormente al establecimiento del Estado Libre de Jalisco, sin embargo, ni a las instituciones educativas, ni a las culturales o políticas parece importarles ¿por qué?
Probablemente porque muchas de las personas que están al frente de estas instancias o quienes las instruyen no logran salir del pantano de la memoria, es decir, esa carencia de la historiografía mexicana que nos hace oscilar entre el infantilismo y la adolescencia crónica.
El infantilismo historiográfico es la de aquellos dominados por sus caprichos ideológicos, no les gusta como fue que las cosas sucedieron por lo cual o pretenden alterar los hechos o simplemente los ignoran, los sepultan, que nadie se entere, mucho menos que se celebren, o de perdida, se conmemoren.
La adolescencia crónica afecta a quienes entran en crisis entre lo ideal y lo real y acaban por no querer saber nada ni de lo uno ni de lo otro.
Iturbide existió, él y Vicente Guerrero consumaron la independencia nacional, Pedro Celestino Negrete y Andrés Quintanar, no eran de aquí, pero fueron quienes operaron la declaración de independencia regional, aunque nadie los recuerde en parte por el maniqueísmo de sus detractores. ¿Quiénes deciden quién sí y quién no deben formar parte de nuestra memoria histórica? Deberían ser los hechos, pero para admitir los hechos se requiere de una madurez intelectual que estamos lejos de alcanzar.
En su lugar se instala la demagogia historiográfica, la indigestión de ideologías manipuladoras, y desde luego la irrupción de los “intelectuales orgánicos”, es decir, la de quienes ponen su cerebro al servicio del mejor postor.
Por otra parte, celebrar o conmemorar no puede reducirse a un evento festivo o a un acto indicativo de un suceso trascendente, es la ocasión para reflexionar, revisar los trayectos, evaluar los logros, identificar las fallas, mucho más allá de señalar culpables, héroes o villanos, algo a lo que nuestros historiadores han propendido incurablemente, olvidando que la lealtad a los hechos expresa una honestidad mucho mayor que la lealtad a nuestras fantasías.
1821 fue un año excepcional, fue el año en que los movimientos confusos y caóticos de 1810 acabaron por dar fruto, señalan un proceso de maduración mental y social que daría inicio a otro de más larga duración, pero que no puede ser excluido de la cadena histórica sólo porque a revisionistas posteriores no les gustó el modo en que las cosas ocurrieron.
Ese lejano año demuestra que los líderes de aquella sociedad entre virreinal e independiente fueron capaces de evolucionar, de modificar posiciones inicialmente negativas, de reconducir procesos, ciertamente de salvaguardar sus intereses y perpetuar su estatus, también esto es parte de los hechos, por más que contemporáneamente se buscara un bien social de mayor amplitud, que tanto se lograron unos y otros fines, lo debe mostrar la investigación histórica profunda, honesta y madura.
Por lo pronto no olvidemos que el 13 de junio de 1821, la intendencia de Guadalajara declaró su independencia y comenzó una nueva etapa de su historia.
Publicado en El Informador del domingo 9 de mayo de 2021