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El juego del calamar y el culto al dinero

Dr. Fabián Acosta Rico • Docente-Investigador UNIVA Guadalajara

 

Dicen los musulmanes fundamentalistas, en su radicalidad religiosa e intransigencia con los no adeptos a su fe, que los occidentales somos idólatras: que adoramos a un dios materialista, pero omnipresente que puede asumir todas las formas deseables; codiciado por todos y venerados por la mayoría; ese dios es en efecto el dinero y la religión en la que le rendimos culto se llama capitalismo.

El dinero es el causante de nuestras agonías, pero también el dispensador de nuestras alegrías. Inventado por los fenicios el dinero ofreció una forma práctica para tazar el valor de las mercancías sin los engorros y las subjetividades del trueque. Su uso hoy es universal y sólo los muy espirituales o anticapitalistas lo desprecian. La serie del momento, la que está en el top ten de Netflix, El juego del calamar tiene como gran protagonista al dinero. Su argumento es simple; pero de una crudeza universal: el dinero pervierte y corrompe a los individuos de cualquier clase social; es malo carecer de él, pero igual de patológico resulta el poseerlo en exceso.

Los coreanos son reconocidos y queridos a nivel mundial por sus artistas juveniles de K-pop y hasta por sus telenovelas. Este país está de moda y el concierto de las naciones le tributa su admiración. Malinchistamente, pero con una connotación asiática, muchos mexicanos soñamos ser como los coreanos del sur; anhelamos convertirnos en una sociedad híper-tecnologizada y económicamente moderna y prospera. Pero la felicidad de esta avanzada y ejemplar sociedad tiene también una cara negativa; un pecado barrido por debajo de la alfombra. Corea del Sur, como lo describe la también aclamada película Parásitos, volvió a soltar un mea culpa por su bonanza económica y su éxito industrial en El juego de calamar. La serie escrita y dirigida por Hwang Dong-hyuk nos enseña que el capitalismo más rampante no es para nada inocuo ni les dispensa a todos la deseada prosperidad; en su marcha triunfante va dejando una estela de personas angustiadas y abrumadas por sus deudas; deudas que contrajeron por querer gozar de una sociedad de mercado y consumista que marginan a los de poco poder adquisitivo.

En la historia del juego del calamar, uno de estos atribulados por el sistema capitalista es Seong Gi-hun (interpretado por el actor: Lee Jung-jae). Este cuarentón, que vive con su anciana madre, es un adicto a las apuestas; trabaja como chofer, está divorciado y le debe dinero principalmente a la mafia de su barrio. Su pequeña hija a la que cría su ex esposa junto con su nuevo marido está a punto de irse a Estados Unidos con su familia. Para obtener la patria potestad de su hija necesita de salir de deudas y mejorar de trabajo. A él y a otros en situación idéntica; los recluta una organización secreta para participar en unos juegos tan infantiles como mortíferos; juegos en los que el ganador obtendrá una impúdica cantidad de dinero: suficiente para salir de sus compromisos económicos y para darse una nueva y opulenta vida.

La tentación es grande, pero el precio a pagar por el premio mayor es también alto: más de cuatrocientos participantes y un solo ganador en este juego de sobrevivencia; todos exponen su vida y dignidad por el idolatrado dinero; el dinero que en su ambigüedad sustantiva es por su ausencia fuente de sus angustias y por su abundancia, dispensador de su felicidad. Así como en la serie sorprende el masoquismo de los depauperados concursante igual llama la atención el sadismo de sus opulentos organizadores. El dinero es un falso dios que degrada a las personas, saca lo peor de ellas, como ya se dijo por su ausencia o carencia.

El éxito del juego del calamar puede deberse a la simple premisa de que los seres humanos de todas las culturas y civilizaciones no somos tan distintos en lo referente a nuestra relación con el dinero; esta prosaica “divinidad” es venerada por todos sin marcar una diferencia que seas europeo, africano, americano… todos codiciamos su mundano amparo: él da capacidad adquisitiva; pero también seguridad y estatus. ¡Que viva el dinero!

Igual que en su serie, Hwang Dong-hyuk, también se sacó el premio gordo después de batallar diez años intentando colocarla en alguna casa productora. En este momento se encuentra trabajando en una película cuyo título tentativo es KO Club (Killing Old men Club) la cual trata sobre la guerra intergeneracional. Lo anterior nos indica que de momento no está trabajando la segunda parte del juego del calamar. Pero el éxito de la serie podría hacer que reconsideré el continuarla a la brevedad para seguir jugando con esta patética ficción que tanto gusta al público global porque, sin ningún recato, trasparenta el vergonzoso hecho existencial sobre el sometimiento que tenemos los individuos de la postmodernidad al maldecido bíblicamente dios Mammón; dios demoniaco de la codicia y la opulencia.

 

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