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De malas feministas y las flores más bellas

Irene Damaris Anguiano Rodríguez • Alumna de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación    

 

«Preferiría ser una mala feminista a no serlo en absoluto«. – Roxane Gay

 

Hace unos días una cuenta anónima en Twitter me reclamó que mi feminismo era falso, que en realidad no quería hacer nada más que alzar mi ego y sentirme superior por nombrarme feminista, aun cuando no hacía absolutamente nada que respaldara mi ciberactivismo. Esto me hizo mucho ruido, pues la persona decía conocerme no sólo a mí, sino también a una amiga que también formaba parte de la conversación. Inmediatamente vino a mi mente Roxane Gay, quien habla de lo rápido y fácil que juzgamos y atacamos a una mujer dentro del mismo feminismo cuando hace algo que consideramos que va en contra de los valores de la lucha feminista. Gay menciona que solemos poner a las figuras públicas en un pedestal y que somos muy rápidos para quitarlos del mismo, al ver la más pequeña separación de su forma de pensar con el ideal que ya nos creamos de quiénes son y de cómo debe ser y actuar. En esa misma lógica ella pide que se le reconozca como una mala feminista, pues su feminismo no puede ser perfecto.

Culturalmente, a las mujeres se les exige más que a los hombres. Taylor Swift se ha vuelto recientemente una crítica muy abierta de ello. En su documental Miss Americana habla de lo cansado que es estar constantemente reinventándose para mantenerse relevante, y cómo las artistas femeninas lo hacen hasta 4 veces más que sus contrapartes masculinas. El video musical The Man, escrito, producido, dirigido y estelarizado por Swift caracterizada como Tyler Swift, hace una parodia del personaje de Leonardo DiCaprio en la película de El Lobo de Wall Street. Jordan Belfort, hace también referencia a esta diferencia significativa que viven las mujeres en la actualidad, haciendo una crítica directa a cómo su imagen y todo lo que tiene que ver con su vida personal y pública se trataría de una manera completamente opuesta si ella fuera hombre y no una mujer. En este momento, alrededor de Swift existe un debate interesante, pues hay quienes están aplaudiendo que tome la plataforma gigantesca con la que cuenta para tratar temas más profundos, mientras que otro frente le reclama el no haberlo hecho antes y la tachan de convenenciera. Lo mismo le pasó a Beyoncé cuando se declaró feminista, lo mismo le sucedió a Natalie Portman, a Emma Watson, a Belinda, y la lista sigue y sigue.

El punto al que quiero llegar es que no existe un solo movimiento feminista, porque no todas las feministas pensamos igual, pero no por eso debemos atacarnos entre nosotras, pues esto debilita la fuerza de sororidad que decimos predicar. Algo que me ha costado mucho aprender es a escoger mis batallas, soy una persona tranquila, pero también muy combativa, no me gusta quedarme callada y digo las cosas como las pienso y como las siento. Poco a poco he aprendido a moderarme, a entender que no todas ni todos piensan de la misma manera en la que yo lo hago y que eso no significa que están en mi contra ni que están equivocados. No ha sido sencillo, pero he aprendido a cambiar mis gritos y respuestas por escucha y diálogo, lo cual me ha traído mejores resultados.

Hace dos años, en el marco del 8M yo, enojada, le reclamé a todo mundo que ni se atrevieran a felicitarme por el día de la mujer, le volteé la cara a todo el que quiso dar el discurso de que la mujer es la flor más bella y la creación más hermosa y delicada de Dios. Entré en discusiones que francamente lo único que generaron fue terribles dolores de cabeza y asperezas con amistades queridas. Taché de ignorantes a todos los que dijeron que no entendían la razón de por qué el desearme un feliz día de la mujer era machista, les dije indignada que no era mi deber educarlos y que ellos mismos debían de informarse. Recuerdo que en ese enojo eliminé y expuse a varios de mis amigos por haberse reído de un chiste machista. Con algunos de ellos logré retomar la amistad después de un tiempo y aprendí que la mejor manera de cambiar su forma de pensar no era desde el señalamiento, sino desde el diálogo. Uno de ellos me sorprendió en días pasados, pues pasó de burlarse de la lucha feminista y defender ideas misóginas en lugar de frenar las acciones agresivas de sus compañeros, quienes querían destruir el tendedero de denuncias que se puso afuera de biblioteca Monseñor Santiago Méndez Bravo.

Creo firmemente en la revolución, creo que muchas veces para lograr un cambio se debe de romper completamente con el orden establecido, pues un acto fuerte tiene en muchas ocasiones el mayor impacto. Sin embargo, también creo que después de ese impacto el no abrirse al diálogo y seguir generando conflicto en vez de propiciar el cambio, lo frena. También sé que mi opinión no es universal y que en muchas ocasiones generar un diálogo es prácticamente imposible. Sé que me dirán tibia, que soy mala feminista, que atacarán mi manera de pensar y no tengo problema con ello.

Al contrario, me preocuparía más que todos los comentarios fueran favorables, que todo mundo compartiera mi opinión, porque creo firmemente que las diferencias nos ayudan a pintar una imagen más clara, a abrir nuestras perspectivas y a mejorar nuestros propios criterios. Pero para hacerlo, tenemos que estar abiertas y abiertos a escuchar.

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