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Una tradición a ultranza

Mtro. Miguel Camarena Agudo • Encargado de corrección y estilo del Sistema UNIVA

 

Cada suspiro es como un sorbo

de vida del que uno se deshace.

Juan Rulfo

 

Un tema recurrente dentro de la literatura es la muerte. Desde la Ilíada hasta los Cien años de soledad, hemos leído sobre el asunto. A los antiguos griegos les preocupaba a raudales, al grado de que algunos historiadores de la filosofía como Guthrie proponen que el sentimiento de “angustia”, por el destino inevitable de nuestras existencias, dio origen a la propia filosofía.

El no saber si algo de nosotros queda o trasciende después de la muerte, les hizo pensar a muchos en hipótesis (específico pensadores de la Antigua Grecia y desde luego a los filósofos romanos) sobre el destino y la constitución del ser, la vida, el cosmos, etc., había que buscar un aliciente para no sentirse, del todo, seres efímeros con interacciones efímeras, en un mundo que, como sentenció José Alfredo Jiménez, ni él es eterno.

Y hablando del tema de la muerte, nuestro país se distingue precisamente por celebrar un día dedicado a ese hecho, del cual los vivos no tenemos experiencia propiamente. Maruan Soto Antaki, ha escrito que lo que sabemos de ella no es más que producto de una construcción narrativa. Conjeturamos sobre la muerte, la verbalizamos, la representamos por todos los medios posibles tratando de hacerla asequible, comprensible y digerible; siempre desde la perspectiva de los vivos, en específico dentro de la literatura. Para los epicúreos tal meditación era considerada un desperdicio de tiempo y una preocupación anodina, por el hecho de ocuparse de algo que es inevitablemente y va a llegarnos a todos. Pero lo inevitable es eso, precisamente, dejar de pensar en ese día. Pues sabemos que sucederá pero, no cuándo ni cómo.

Escritores como Juan Rulfo, Octavio Paz, Jaime Sabines, Carlos Fuentes, Félix Vargas, Francisco Rojas González, desde luego, el maestro Carlos Monsiváis, han echado mano del tema; algunos de ellos lo han tocado con maestría excepcional, al grado de volverlo el eje central de su obra. Pero también lo podemos encontrar en el cine mexicano, principalmente en el denominado de “Oro”, la música ranchera, los corridos, la pintura; en casi todo encontramos una representación de la muerte. En nuestro país no es un tabú (al menos mientras no haya alguien muerto de por medio) como sí lo es en otras latitudes. Los griegos, según no lo cuenta Kazantzakis en Libertad o muerte, decían no hables o pronuncies aquello que no quieras que suceda. En nuestra cultura desde lo prehispánico hasta el día de hoy, es algo constante y presente.

Paz enlistaba una serie de aspectos representativos de la celebración del 2 de noviembre en México. El pan simbolizando los huesos, las calaveritas de azúcar con el nombre de las personas, las catrinas, las composiciones rimadas deseando de manera irónica y humorística la muerte de alguien, (por lo regular querido), etc., el asunto es que acá el misticismo en relación con la vida después de la muerte es una condición cultural. Los relatos populares se encargan de alimentar ese enorme y multicolor bagaje de manifestaciones, alrededor de la muerte.

Para Gabriel García Márquez la muerte era, una injusticia, una trampa, algo inaceptable, mientras que Rulfo pensaba en lo bueno que sería tener a un amigo enterrado al lado de su tumba, para poder espantar el aburrimiento una eternidad. Véase desde la perspectiva que sea, trágica o sarcástica, la muerte es un hecho colectivo, social, donde los involucrados reconstruyen según su herencia y su propia experiencia la imagen de este suceso.

Por último, me gustaría sugerir algunas recomendaciones sobre el tema: la película de Macario (1960) de Roberto Gavaldón; la novela Pedro Páramo de Juan Rulfo; la canción No sé qué tienen las flores interpretada por Óscar Chávez, el libro de cuentos La muerte de rostro azul de Félix Vargas; los poemas Qué costumbre tan salvaje y Procesión del entierro de Jaime Sabines; los grabados, ilustraciones, dibujos de Guadalupe Posadas y la canción de La Llorona, interpretada por Chavela Vargas, versión amada por una entrañable amiga y compañera.

 

Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida.

Mario Benedetti

Comunicación Sistema UNIVA

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