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Mtro. Marco Antonio Parra Soledad • Coordinación de Acreditaciones

 

En más de alguna ocasión, al calor de los ponches, al ritmo de los villancicos y algo más, al compás de la fiesta y de la algarabía de los niños vueltos locos por los regalos, una vista educada en la observación, puede quedar atrapada en medio de las pajas, del pesebre y de la tierna inocencia del festejado. Seguro estoy que, todo universitario dotado de una capacidad de observar diferente a la cotidiana, en un afán de trascender los festejos, podría plantearse la pregunta sobre el festejado y la enseñanza de su presencia.

Pero, ¿qué le puede decir esta celebración a un universitario? ¿Puede encontrar en ella, algo más que festejos y ocasión de vacaciones? Partimos del hecho de que, es tal su importancia, que el mundo entero, la mercadotecnia, los medios, se mueven alrededor de la Navidad y, si ha trascendido el festejo, debe haber sido, al menos en primera instancia, por la importancia del festejado, aunque después, en diversas coordenadas espacio-temporales, el festejo haya cambiado de festejado o simplemente se haya quedado sin Él. Lo cierto es que, a tenor de su importancia, cabe preguntarse sobre la enseñanza que nos deja el acontecimiento, de modo que su celebración y el goce de los días de descanso que disfrutamos, adquieran un sentido más profundo.

Sócrates, en los albores de la discursión racional que comenzó a dibujar los inicios y la esencia de la filosofía, llevó a la fama el método de la “mayéutica” que tenía por objeto llegar a la verdad de las cosas o de alguna cuestión particular. La “mayéutica”, oficio que, además, practicaba la madre de Sócrates, en términos llanos, no era otra cosa que el arte de ayudar a las mujeres a dar a luz a sus pequeños en el parto, y fue tomada por Sócrates para redefinirla como una reflexión basada en preguntas con la intención de ayudar a sus discípulos a dar a luz a la verdad, siguiendo la analogía.

Precisamente, esta verdad tan anhelada por Sócrates y, después por sus famosos seguidores, era expresada por los griegos como “logos”, es decir, “palabra”, pero no cualquier palabra, sino una palabra originada de la reflexión, de la meditación, del esfuerzo por escudriñar, por dar a luz a la verdad, por encontrar la razón de las cosas.

Este mismo “Logos” fue utilizado por san Juan en su Evangelio, al referirse a la llegada del festejado con el que iniciamos nuestra reflexión, como la “Palabra [de Dios], hecha carne” (en griego: “jo logos sarx egueneton”), es decir, la acción por la cual, la verdad de Dios, la razón de Dios, el sentido de Dios, se hace hombre.

Los griegos (y con ellos, el mundo helenista) estaban tan abiertos a escuchar al “Logos”, que tenían espacios específicos para reflexionarlo (el Ágora). Quizá sea por esto que el Evangelio de San Juan utilice esta expresión para hablar de Jesús, como la mismísima verdad encarnada (Jn 1, 1). Lo cierto es que, de la revisión de lo que acontece alrededor de la encarnación del “Logos”, poniendo a parte la reflexión sobre su contenido, el evangelio deja enseñanzas muy claras sobre la actitud que debemos tener para recibir a la Verdad y para poder mirarla cara a cara. Por la “mayéutica” del Evangelio, se da a luz a la Verdad y, alrededor de este acontecimiento, se nos ofrecen luces para encontrarnos con ella y que ahora vamos a considerar:

  1. Pobreza.

La narración de San Lucas, habla del comité de bienvenida para el festejado: unos pastores. El Hijo de Dios, que ha nacido en lo escondido de una gruta, rodeado de la pobreza del calor de los animales, no ostenta su condición divina. Se trata de un Rey sin corona ni palacio, que invita a los pobres a recibirlo. La verdad se revela a la gente sencilla, a la que, a pesar de saber mucho, compara su abundancia con la abundancia del bagaje humano y la sabe nimia comparada con todo lo que puede aprender.

Joven universitario: los títulos no se hicieron para marginar o sentirse en otros niveles, se hicieron para comprobar que, en el aprendizaje, vamos dando pasos en un camino que muchísima gente ha andado y en el que ha dejado mucho que aprender. Quieres ver la verdad cara a cara, sábete pobre de saber y enriquécete buscando saber más: “yo solo sé, que no sé nada”

  1. “Pastoreo.”

Siguiendo al mismo evangelista, se dice que los pastores que recibieron el anuncio del Ángel del Señor, se encontraban “al aire libre y velando por turnos al rebaño.” Para encontrar la verdad, es necesario salir al aire libre, pero ¿libre de qué? De edificios, de seguridades, del calor protector; encontrarse con la verdad implica, necesariamente, abandonar, en no pocas ocasiones, lo que creemos seguro, estar a la intemperie, dejarse empapar por el rocío matinal de la verdad; al aire libre se dan los deportes extremos, es el espacio para lo arriesgado. Encontrarse con la verdad, implica tomar riesgos, los riesgos de las consecuencias de su fuerza.

Joven universitario: mucha gente prefiere no saber más, porque saber, muchas veces, nos deja a la intemperie, la intemperie de tener que aceptar lo que no puede ser de otro modo. No conoceremos la verdad si no salimos a su encuentro.

Velando por turnos: la verdad llega a las personas que se encuentran haciendo lo que tienen qué hacer, pero no de manera aislada, sino “por turnos”, con los demás. Joven universitario: al conocimiento se llega conociendo, es decir, entrando en contacto con el objetivo del conocimiento. Es necesario “velar”, sobre todo cuando la noche es más oscura y los párpados se cierran, pero, reconociendo que no vamos solos y que el conocimiento colaborativo es mucho mejor, que caminar juntos ayuda a superar esas dificultades. Quieres obtener tu título universitario: necesitas resiliencia y apertura al compañero.

  1. Humildad: observar y seguir.

Por su parte, al séquito de bienvenida, Mateo, el evangelista, agrega a unos “magos de oriente” (Mt 2, 1). Se trata, probablemente, de unos sacerdotes astrólogos persas que, según estudios del astrofísico Kepler y apoyado por muchos otros, encontraron un mensaje profético en la conjunción de Saturno, Júpiter y la constelación de Piscis. Saturno guiaba a Palestina, Júpiter representaba a un gran rey que iba a nacer y Piscis, el final de los tiempos, lo cual, interpretado quedaba así: el gran rey del final de los tiempos nacerá en Palestina, razón por la cual, dejando sus seguridades, estos “magos” emprendieron un largo viaje. Se trata de la fuerza que tiene la evidencia, capaz de arrastrar a quienes la encuentran.

Joven universitario: quieres conocer la verdad o ¿no quieres? Porque, cuando la verdad se presenta, la fuerza de la evidencia la precede. En un mundo en el que, muchas veces, ya no importa si las cosas son o no son, sino, si las quiero o no, aunque sean o no sean. Hoy se corre el riesgo de ser engañado por la manipulación de ideologías alejadas de “la estrella” de la evidencia, con bandera de moda o vanguardia. Nadie se acerca a un médico para que le diga: “tienes tal o cual enfermedad, pero eso no importa, lo que importa es que tú quieras la enfermedad o no. ¡Adiós, que te vaya bien!” Más bien, buscas al que dicta los mejores diagnósticos y que atina a sacar completamente los males, al que se basa en evidencias, que es objetivo. Querido estudiante: es necesario observar, para encontrar y, encontrando, moverse hacia allá. Si encuentras la verdad y no sigues su rastro, equivocas por necedad. Se necesita profesionales objetivos.

  1. Anuncio.

Volviendo a Lucas, en el mismo pasaje de los pastores, es de destacar el mensaje que los ángeles les dan: su presencia les trae claridad, comparten la verdad y dan pistas sobre cómo encontrarla: “hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (2, 12).

Querido estudiante, no olvides el sentido profético de la verdad. Conocer la verdad, el acto de aprender no debe ser una actividad inmanentista, egoísta, ensimismada, en la que te llenes de conocimiento glotonamente, sino que, ésta debe compartirse, para que, compartiéndose, se incremente su conocimiento y su profundización. Por otro lado, estás llamado a ser “ángel de la verdad” (del griego, ánguelos, “mensajero”), un mensajero, que provoque el asombro de quienes le rodean y les muevan a buscar, también la verdad: “vayamos, pues, hasta Belén” (2, 15).

  1. Duda.

Refiriéndonos nuevamente a Mateo, se nos presenta una actitud muy válida ante la Encarnación del Hijo de Dios. José, Padre de Jesús, no encontrando, de momento, claridad, evidencia, sobre la noticia de su prometida, María, decide, prudentemente, alejarse de ella. José sabe que, de ser falsa su afirmación, correría el peligro de ser lapidada y que la ley sería, por el contrario, condescendiente con él. Por ello, prefiere ser culpado y retirarse.

Querido universitario: es válido dudar sobre la evidencia de la verdad, pero, ante la duda, corremos el riesgo de salir airosos, luego de que se compruebe que teníamos razón o, por otro lado, de ser acusados por la prueba de la verdad, evidenciando que, muchas veces, dejamos que nuestra ignorancia hable. No encontrar evidencia sobre la verdad, no supone maltratarla en ese preciso momento como mentira. Requiere una actitud de respeto profundo por quienes la anuncian como tal, requiere silencio de reflexión, requiere humildad, madurez intelectual. A José “se le apareció en sueños un ángel” (1, 20), la reflexión profunda, la actitud humilde, el respeto, el recogimiento y, en ocasiones, la distancia, nos pueden dar la posibilidad de mirar la verdad de frente o, bien, comprobar que teníamos razón. Querido estudiante, dudar, a falta de evidencias y creer, por tanto, que tienes la razón, no es motivo para pisotear. Se debe distinguir entre la verdad investigada y el investigador, siempre persona, siempre valioso, colega en todos los sentidos. Quiere la verdad, pero respeta profundamente a quien la busca.

  1. Resguardo.

Situándonos en la figura de María, en el Evangelio de Lucas, se cuenta la visita de los pastores en pocas palabras: fueron a Belén, encontraron todo como el ángel se los había anunciado y contaron a José y María lo que les había pasado esa noche, “María, por su parte, guardaba todos estos acontecimientos y los volvía a meditar en su interior.” (2, 19).

María, es la “Madre de la Verdad”, guarda los acontecimientos y los medita, los reflexiona, los escudriña, los piensa y los repiensa. Querido universitario, el aprendizaje es colaborativo. Nadie es dueño absoluto de la verdad, sino que ésta se conoce con mayor profundidad en la medida en la que estamos abiertos al otro, a escucharlo y a guardar con mucha reverencia la experiencia que tiene. Ser la “Madre de la Verdad,” no obnubiló a María ni la hizo envanecerse ni le impidió escuchar la narración de los pastores y meditarla en su corazón. Quieres encontrarte con la verdad, descúbrela detrás de todo acontecimiento, de toda persona. Seguro que ésta, siendo tan grande, no podrá, sino ser profundizada con el auxilio de todos. Claro está, apreciable estudiante, se necesita “meditar”, es decir, la actitud de María no es una pasiva de manera alguna, ella no “se traga” todo lo que le dicen. Hoy, estamos expuestos al bombardeo de información a través de múltiples medios, de modo que es necesario que escuches mucho, sí, pero que medites, que reflexiones, que pienses, mucho más, también, de modo que puedas discriminar adecuadamente lo que llega a tu vida.

Hasta aquí, la mayéutica del Evangelio nos sitúa frente a la Verdad. Que esta Navidad sea un motivo de alegría, de reflexión, de examen acerca de lo que eres consciente acerca del mundo, de los demás y de ti mismo. Quizá esta meditación en tu interior, abra tu hambre de saber y conocer, de formarte y dote de un renovado sentido tu preparación profesional.

¡Mis mejores deseos! ¡Que ésta Navidad, en tu corazón nazca la verdad! ¡Feliz Na-Verdad!

 

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