Jesús se nos presenta como el pan que da vida, ese pan que quien lo come no tendrá necesidad de comer de nuevo, pues este pan nos sacia. Constantemente nos desgastamos tratando de satisfacer las necesidades de nuestro día a día, buscamos el pan en todo lo que el mundo nos ofrece y que en muchos momentos se llega a convertir en obsesión y no nos deja estar en paz hasta que lo conseguimos, pero en el fondo el hombre busca ese pan del corazón, del alma, ese que nos ayuda a no desfallecer en los momentos difíciles de la vida, ese que nos hace fuertes para seguir enfrentándonos a las circunstancias que se nos presentan.
En este evangelio, a través de este símbolo del pan, se nos hace la invitación a profundizar en la palabra de Dios, que es ese alimento que nos ilumina, que nos ayuda a descubrir lo malo que hay en nuestra vida y que nos impide estar cerca de Dios, y que no nos deja aceptar su voluntad. Pidamos al Señor la gracia para saber discernir y optar siempre por el alimento que nos da esa paz y felicidad que tanto anhela nuestro corazón y que así alimentados de este alimento espiritual podamos seguir respondiendo generosamente a Dios con nuestra vida.
