Cada uno de nosotros tenemos una concepción de Dios distinta, pero, ciertamente, se muestra como Padre amoroso que no es ajeno o indiferente a nuestros sufrimientos, aunque también podemos tener una concepción de Dios como juez, castigador o un dictador que gobierna cielos y tierra. A Dios no le podemos conocer en su totalidad y cada quien dará razón de su existencia según la relación que tengamos con Él, y de cuánto en realidad creemos que Dios interviene en nuestra vida, en nuestros acontecimientos del día a día.
Es difícil poder hablar de Dios cuando no aceptamos su voluntad y cuando nos escandalizamos de la historia personal en la cual más que ver su presencia, sentimos abandono o incomprensión. Jesús ha venido al mundo y nos ha dado a conocer al Padre, pero la incredulidad y dureza de corazón les ha impedido poder reconocer en este hombre al Mesías y Salvador, y es por eso que reprocha por no entender su mensaje y dar mayor relevancia a las escrituras y no a su palabra. Este evangelio nos invita a reflexionar sobre nuestra fe y como es nuestra relación con Dios, ya que podemos caer en el error de pensar que amamos a Dios y creemos en Él porque vamos a misa, pero con nuestra vida reflejemos la poca confianza y duda de su existencia. Pidamos al Señor la gracia de nuestra conversión, para que con nuestro obrar, actuar y hablar, digamos al mundo que Dios existe, que está vivo y habita en nosotros.