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No vamos solos

Mtro. Miguel Camarena Agudo • Encargado de corrección y estilo del Sistema UNIVA

 

Estamos aquí para matar la guerra. Estamos aquí para reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida que la muerte tiemble al recibirnos.

Charles Bukowski

 

Gilles Lipovetsky cuenta en su libro La felicidad paradójica que la mayoría de franceses encuestados en una investigación X preferían un mejor ambiente laboral a una mejor remuneración. Y esto tiene lógica porque, si hacemos cuentas, un porcentaje considerable de tiempo en nuestras vidas transcurrirá en los lugares de trabajo. Ser consciente de ello para muchos puede ser, de bote pronto, una podredumbre. Ken Robinson, en una entrevista que le hizo Eduard Punset, calculó que el 80 por ciento de la población humana está condenada a morir sin haber hecho en una sola ocasión lo que a ellos les gustaba o les apasionaba. La cifra me parece muy optimista a pesar del desaliento que de por sí ya pueda generar.

Entonces, tenemos una mayoría de seres humanos con trabajos que no les gustan, en un ambiente que no les gusta, con una vida en general que no les gusta y, además viven amargados y no conformes con ello, también se la pasan amargando a quien les siga la corriente. Cabral contaba que en una ocasión, a su madre de nombre Sara, un presidente de Argentina le preguntó en un encuentro ocasional, si algo le hacía falta y ella le respondió lacónicamente: con que no me joda es suficiente. Esto lo traigo a colación por el hecho de que muchas personas les fastidian a otras personas sus vidas por deporte o como un mecanismo de defensa o aburrimiento, qué sé yo; o tal vez, no sucede nada importante en sus vidas y buscan generar algo de emoción mediante el conflicto, y así, colmar sus vacíos.

Sus pláticas transcurren referenciando a otros, creando conflictos telenovelezcos. Obstinados en estorbar o convertirse en un estorbo para el otro, en lugar de ser un apoyo o un fantasma, por lo menos. Pero esto no es un caso in situ, algo que suceda en cierto lugar y listo; es parte, considero, de la condición humana. Pero esa predisposición del carácter viene desde el pasado, tiene una historia en cada persona, como Savater lo escribió en alguna parte: Nadie llega a convertirse en humano si está solo: nos hacemos humanos los unos a los otros. Y es cierto, al final el déficit de amor o atención que cada uno siente es el mismo que manifiesta. La búsqueda del reconocimiento es algo natural, innato. Tzvetan Todorov así lo expresó: El niño busca captar la mirada de su madre no solamente para que ésta acuda a alimentarle o reconfortarle, sino porque esa mirada en sí misma le aporta un complemento indispensable: le confirma su existencia.

Hacemos lo que hacemos para sentirnos amados o sentirnos con existencia, incluyendo el joder al otro. Pero eso de agobiar al prójimo no es más que una expresión del vacío padecido por quien se enfoca en dicha obstinación. Ahora bien, todos tenemos y experimentamos una especie de vacío en las diferentes etapas de nuestras vidas, nadie está exento, pero eso no es justificación para que andemos amargándole la vida a todo el barrio. Para Sartre, actuar de mala fe es de alguna manera tener siempre un subterfugio para justificar todo lo malo que hacemos o nos sucede. La vida es demasiado corta como para estar perdiendo el tiempo en sentimientos tan pusilánimes como la envidia, la hipocresía, el egoísmo y todas esas patrañas bien publicitadas por el mercado y la política. Fabricar enemigos, inventarlos, cultivarlos también es algo intrínseco a nuestra especie, pero ya se debería, por lo menos cada quien por su cuenta,  abolir un vicio tan inveterado. La competencia es buena cuando ayuda a las personas a superarse pero, es mejor la cooperación cuando construye un bien para todos, cuando se crean ambientes de convivencia donde, desde luego, no va existir una paz perpetua libre de todo conflicto, sino que,  debe buscarse una paz y la resolución de éstos confrontándonos mediante el diálogo y los argumentos. Hay que enseñarnos a estar juntos, pues es en el otro, donde solemos encontrarnos a nosotros mismos, donde aprendemos a escucharnos, a vernos; seamos peligrosamente diferentes o agradablemente semejantes como Manguel lo sugiere.

Cantar, soñar, reír, caminar, estar solo, ser libre, saber que mis ojos ven bien, que mi voz vibra, ponerme al revés el sombrero cuando me plazca, batirme por sí o por un no, hacer versos… trabajar sin inquietarme la fortuna o la gloria, pensar en un viaje a la Luna, no escribir nunca nada que no nazca de mí mismo y contentarme, modestamente, con lo que salga; decirme: «Amigo mío, conténtate con flores, con frutos, o incluso con hojas, si en tu propio jardín las siembras y las recoges.

Edmond Rostand