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José Saramago

José Daniel Meza Real • Coordinador de Calidad Académica UNIVA Plantel Guadalajara

#Tendencias

 

Un error al registrar el apodo de tu familia en vez de tu apellido puede ser el inicio de una larga vida de problemas… a menos que ese apodo sea Saramago.

Era 16 de noviembre de 1922, el piso de maternidad de un hospital permanecía inmerso en un silencio incomodo, los oídos de las personas en la recepción se crispaban de repente con los largos y desgarradores gritos al final del pasillo desolado, frío y con iluminación intermitente.

En uno de esos gélidos cuartos un bebe salía del útero materno, apacible, hinchado, nada lo perturbaba, el doctor tenía que corroborar que estaba vivo, lo acercó a la luz, le dio una pequeña palmada y fue hasta ese momento que, a sus dos minutos de nacido, cobró conciencia, lanzó un alarido tan desesperado como angustioso que más que de su boca brotaba desde un corazón que nunca dejaría de gritar.

 “Se nace con el amor por las letras, no se hereda ni se aprende, simplemente lo tienes o no”.

Aunque muchos no estén de acuerdo, usaremos como ha sido repetido en cientos de ocasiones un cliché básico al decir que una madre nunca se equivoca, y la de Saramago no fue la excepción que con el conocimiento de los pocos recursos con los que contaban y la esperanza puesta en el único miembro de la familia que saldría del analfabetismo, le compró al pequeño José su primer libro O Mistério do Moinho, de un autor inglés.

“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”

Años después, aquel adolescente (por entonces) clase mediero enfrentó la trágica realidad y con ello la necesidad de tomar una decisión entre escuchar a dos órganos esenciales de su cuerpo; el corazón o el estomago.

Por esto fue que ingresó a la Escuela Industrial Afonso Domingues para estudiar Serrería Mecánica y así conseguir su primer empleo en el Hospital Civil de Lisboa.

Si bien, es cierto que en ese momento estaba ganando un poco de dinero para sobrevivir su corazón seguía gritando y para ese entonces José Saramago sabía que lo único que podía apaciguarlo era la dosis diaria de letras que encontraba todas las noches en la biblioteca del Palacio das Galveias.

El escritor en potencia (porque así le llamaremos hasta este momento para que aquel lector que ignora el oficio del homenajeado en este texto pueda deducir poco a poco hacía donde nos movemos y de quien se trata este ilustre personaje) se movió en un sinnúmero de empleos, en su mayoría oficios, que le dieron una solvencia económica pero que nunca los vio como una verdadera carrera ya que sabía que estaba preparando el terreno para dejar salir en un gran golpe todo lo que había guardado en su pecho durante 20 años.

El escritor en potencia (nombramiento que ya hemos explicado) y su alma nunca se separan, José Saramago necesitaba a alguien que lo complementara, una persona que lo tomara de la mano durante el inicio del gran viaje de la vida que estaba por emprender y quien mejor que una artista que sabía de antemano lo que era desahogar un pecho lleno de emociones, sólo que no como gritos ni palabras, sino con imágenes; por esa razón en 1944 contrajo nupcias con la pintora Ilda Reis.

Tres años después recibió los hermosos frutos de su amor y su trabajo, nace su hija Violante, y porque nos vamos a seguir permitiendo los clichés en este texto como un regalo al lector mexicano que disfruta de los pequeños guiños a su cultura, diremos que la niña venía con una torta bajo el brazo que fue la publicación de Terra do Pecado su primera novela.

Aún faltaba más por decir, era hora de iniciar una verdadera catarsis literaria, ya había publicado su primera novela, pero esa fue sólo la entrada, 2 años después llegó el plato fuerte.

En 1949 fue cuando el escritor (por obvias razones ya podemos permitirnos el nombramiento) terminó Claraboya, novela en la cual se afianzó el estilo literario del portugués con una crítica social tan fuerte como sutil; una historia donde se sacan a la luz las más íntimas desestructuras sociales de la clase media.

Claraboya no se publicó, el mundo aún no estaba listo para recibir a Saramago y él lo sabía, así que, a partir de ese momento, tomó un libro, buscó el lugar más cómodo para él, ya que éste puede variar según cada persona y su resistencia lumbar, y se sentó a esperar pacientemente el instante en que volviera a tener algo que decir.

Poco a poco José Saramago comenzó a inmiscuirse cada vez más en lo que sería su carrera como escritor, ingresó a trabajar en la editorial Estudios Cor.  y conforme pasó el tiempo terminó dedicándose de lleno al periodismo y el análisis literario para revistas especializadas, hasta terminar siendo el director adjunto del Diario de Noticias.

En ese entonces Portugal vivía una situación política que caminaba lentamente y que al igual que el elefante Salomón que describe Saramago en El viaje del elefante (guiño intencionado para que el lector se acerque a la obra del escritor en cuestión y así poder entender la referencia) tendía a caer sobre sus rodillas. La dictadura de Salazar se encaminaba cada día más a la inevitable revolución de los claveles.

Ya que han pasado un par de párrafos sin que recurramos al cliché del que poco a poco vamos adquiriendo un gusto diremos que amores nuevos se olvidan los viejos y conforme pasaban los años, José maduraba en cuerpo, mente y espíritu, el contexto político en que vivía aunado con su propio contexto social, lo hizo salir de la madriguera en que estaba guardado y declararse abiertamente un miembro del partido comunista de Portugal. Un año más tarde se divorció de su esposa que a partir de este momento y al perder el título antes mencionado simplemente la nombraremos como la madre de su única hija, siempre y cuando, sea estrictamente necesario mencionarla en esta historia con su carácter de personaje secundario.

Saramago nunca estuvo realmente alejado de la escritura, ya que no dejaba de publicar crónicas, editoriales, artículos y poemas; sin embargo, sólo era para tener pequeños aperitivos que mantuvieran su alma tranquila mientras se preparaba para gritar con todo el ímpetu de su corazón.

Para 1973 siguió publicando sus volúmenes de crónicas y es hasta entonces cuando se vuelve encargado de dirigir su propio suplemento literario en El Diario de Noticias. Pero un año más tarde estallaría la revolución y él como un comunista activo no tendría otro oficio que le fuera pertinente que trabajar en el Ministerio de Comunicación Social.

Unos meses después, una mañana, que siendo sinceros con el lector, no podemos saber si era de lunes o martes, cruzaba la puerta de entrada de su casa y llevaba abrazada una caja llena de periódicos, fotografías, artículos de papelería, todo aquello que horas antes adornaba cada espacio libre de un escritorio que con el paso de los años él había hecho suyo, dejando cada día una huella de su existencia, como si el convertir un lugar de trabajo en una extensión del hogar nos diera la esperanza de estar ahí indefinidamente. Su ideología política al parecer nunca empató con la del diario, ahora entraba a su hogar arrastrando los pies, cargaba la caja como si pesara toneladas, pero el peso no venía de ahí, era su corazón y su conciencia que estaban llenos; miró directamente un escritorio ubicado en el fondo de la biblioteca y en ese momento lo supo: había llegado la hora de descargarlo todo.

Un tal José Saramago desempleado decidió dejar todo para vivir cada segundo restante de su vida a través de las letras; sintió que se hacía tarde y tenía mucho que decir.

Pasados dos años, en 1977, publicó Manual de Pintura y Caligrafía, consolidándose como un narrador de primera, con un estilo inigualable, que reta a cualquiera a hacer un ejercicio mental y de conciencia.

Los lectores estaban abrumados con cada párrafo que leían, páginas y páginas enteras sin ninguna otra separación que las simples comas, una redacción que, aunque para algunos resulta pesado al inicio (pequeña esperanza ofrecida para que usted que está leyendo no se desanime ante la lectura recomendada intrínsecamente) es idónea para mostrar un corazón desbocado de ideas y de precisas reflexiones sobre el ser humano, que se esconden sutilmente en la cotidianeidad.

A partir de ese momento nadie pudo detenerlo, nació (literariamente hablando claro está) un genio de la narrativa y cada publicación que tocaba a su puerta, iba acompañada de un nuevo premio. El autodidacta que sólo estudió cerrajería y otros oficios para sobrevivir, con una ironía que parecía haber salido de uno de sus propios libros, fue galardonado con decenas de doctorados Honoris Causa en las universidades que él nunca tuvo oportunidad siquiera de pisar.

Las 24 horas del día no le eran suficientes para atender a tantos compromisos y al mismo tiempo seguir vaciando sus ideas, sus sentimientos, sus emociones; sin embargo, aunque día a día su rutina lo iba convirtiendo en un autómata, siempre brotaba el ser humano, el hombre en género y especie que al igual que en su primer despertar literario, necesitaba una mano amiga, alguien que lo acompañara en este nuevo camino y quien mejor que la mujer que conocía su trabajo así como su alma mejor que nadie, la traductora de sus libros.

En 1988 se casó con Pilar Del Río, una periodista sevillana que no sólo se convirtió en su compañera y amante, sino también en su terapeuta, su agenda, su traductora y principalmente su agente de viajes. Ellos se amaban, se necesitaban y simplemente se admiraban.

Pero claro, si el lector imaginaba que nos habíamos olvidado de él y que sólo pretendíamos dar pequeños momentos de placer para luego dejarlos a la deriva sin esos clichés que ya han pasado de ser un exceso a una necesidad mencionaremos que, detrás de un gran hombre hay una gran mujer y ahora que José Saramago tenía quien cuidara de su espalda, le diera el apoyo y la fuerza que necesitaba para emprender las nuevas batallas que estaban por venir, publicó en 1991 O Evangelho segundo Jesus Cristo,  una novela polémica en la que confirmó su declarado ateísmo tomando pasajes bíblicos para a través de su propio humanismo enfrentar y realizar una crítica de los planteamientos dogmáticos que han estructurado toda una institución religiosa como lo es la Iglesia Católica.

La censura llegó tan rápido como el reconocimiento, el gobierno de Portugal vetó al escritor de la candidatura al Premio Literario Europeo. Este suceso lo orilló a dejar el país, sin causarle un conflicto muy grande. Y a pesar de que tenía un patriotismo arraigado, desde niño su corazón fue más fuerte que cualquier decisión política sin mencionar que en ese momento, aunque era portugués de nacimiento se había convertido en español por enamoramiento.

Se ha demostrado, quizá nunca de manera científica, pero si nostálgica, que la agilidad con la que pasa el tiempo es directamente proporcional a la cantidad de ocupaciones que tenemos y el año de 1998 pudo ser una prueba indiscutible de esta hipótesis; Saramago estaba cansado, abrazaba una maleta al igual que aquella caja del Diario de Noticias sólo que esta vez no la sentía pesada, cada viaje era un encuentro con sus lectores que volvía su equipaje ligero no por su contenido sino por la fuerza que estos encuentros le proporcionaban. Ingresó accidentadamente al avión, deteniéndose ante cada pasajero que apresuradamente levantaba su equipaje para ponerlo en los maleteros y así alcanzar los espacios más cercanos a sus lugares. Él sólo pensaba en lo lejano que estaba su asiento al final del estrecho pasillo. Cuando finalmente estaba a punto de llegar, escuchó cada vez más cerca una voz que detrás de él gritaba su nombre.

Una sobrecargo tocó su hombro y con el teléfono en la mano le gritó, asegurándose que los demás pasajeros escucharan no sólo por la noticia sino para que supieran que era ella quien daba el anuncio y tener sus 5 minutos de fama:

“Felicidades maestro, se acaba de ganar el Nobel”.

Con este nuevo galardón, José Saramago se convirtió en uno de los escritores más aclamados en el mundo, sus compromisos lo hicieron viajar por los 5 continentes, pero naturalmente él sólo lo vio como un premio más.

“Te lo digo y puedes preguntarlo a los que me conocen, soy el mismo Saramago antes y después del Nobel”.

En 2009 presentó la última novela que pudo ver publicada, y cerró de esa manera un ciclo con broche de oro. Con Caín, utilizó un formato similar al del polémico Evangelio según Jesucristo, donde desmenuzó al ser humano y su ética moralista a través de los pasajes del antiguo testamento, esperando como ya era su costumbre la ola de críticas y censuras que nunca le importaron… las descalificaciones podían ir y venir, pero el nobel de literatura se quedaba siempre en su sitio.

El 18 de junio del 2010, su cuerpo fue vencido por la leucemia, sólo este agresivo cáncer pudo acallar los gritos de su corazón y aunque no hubo medicina que pudiera salvarlo de su trágico final, aun en su agonía supo mantener la tranquilidad en su alma de la única manera posible para él. Se dice que llevaba tres capítulos escritos y corregidos de una próxima novela.

José Saramago sigue vivo, lo mantenemos vivo, sus lectores, su familia y todos los que lo rodearon, especialmente su esposa Pilar. En 2012 se publicó Claraboya “la novela perdida” sí, así como lo están leyendo, aquella que nunca le quisieron publicar y con la que decidimos nombrarlo escritor en toda la extensión de la palabra. Tal vez tenían que pasar 63 años para que el mundo estuviera preparado para recibirla.

Se deben estar preguntando estimados lectores si el objetivo de este texto será dejarlos con esa incertidumbre de final de telenovela y se cuestionan ¿Qué pasó con esos tres capítulos de su inconclusa novela? O quizá ¿Qué sucedió con su amada Pilar? Pues con afán de que ustedes puedan descansar tranquilos (y ciertamente con la intención de recomendar el texto como lo hicimos algunos párrafos arriba) les contaremos que Pilar del Río se volvió la principal promotora de la herencia literaria de su gran amor, manteniéndolo vivo en los corazones de los nuevos y viejos lectores (no en edad sino en experiencia) y como parte de este inmenso trabajo tomó aquellos 3 capítulos para mostrarlos al mundo.

En el 2014 se publicó Alabardas un texto en el que se aprecia un Saramago que ante el presentimiento de su propia despedida y consciente de las dificultades que el mundo pasaba, se lee desesperado por dar un último grito que estremeciera al mundo.