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Mirando desde el rectángulo

Por 27 febrero, 2019noviembre 26th, 2019Convocatorias

Mtro. Miguel Camarena Agudo, Proyectos Sociales y Religiosos • Docente UNIVA Plantel Guadalajara

 

La comunicación se da en la actualidad de forma tan sencilla que no deja de asombrarme cómo hemos desterrado el dolor o la melancolía que antes nos causaba la ausencia de las cosas. La distancia carece de dramatismo y la gente permanece atada entre sí por los lazos de la tecnología.

Guillermo Fadanelli

Con frecuencia pienso en la forma en que la tecnología ha alterado nuestra manera de experimentar las cosas. Un caso de ellos está ligado al asunto de lo llamado único e irrepetible que tiene la vida, si se me permite nombrarlo de esa manera. Esto lo digo por lo siguiente: la mayoría sabemos que nuestra computadora, y más aún nuestro teléfono celular, se han vuelto una extensión de nuestra memoria o quizás de nuestro cuerpo. En esos dispositivos almacenamos una enorme cantidad de información incluyendo el teléfono de la abuela. El problema radica en el uso indiscriminado del aparato y en tratar de ver constantemente la realidad por medio de él, no sólo en el día a día, sino también en un diálogo con el otro, ya sea como intermediario o intruso, en momentos considerados relevantes: una reunión familiar, un bautizo, una boda, un cumpleaños, hasta llegar a casos extremos, un encuentro sexual o, como me sucedió hace algunos años, en un entierro donde algunas personas fotografiaban al muerto antes de sepultarlo. Si apelamos a lo dicho por Mike Shinner (personaje de la película Birdman) ese comportamiento puede ser tildado de “patético” sin lugar a dudas.

La percepción y la intimidad se están deteriorando de manera exagerada. Hoy todo, por cotidiano que sea, es motivo de un registro digital y publicarse por el frívolo hecho de existir. Miramos desde pantallas la vida y no nos quedamos con nada para nosotros mismos. Cada vez más lejos de aquella frase de José Cruz “tengo secretos sin revelar y como un anticuario los guardo en el corazón”. No sólo nos hemos olvidado de memorizar el teléfono de la abuela, nos hemos olvidado de quedarnos con la memoria de vivencias para paladear a solas y en el silencio. Henri Bergson decía acerca de la intuición, ese conocimiento ausente de mediadores (entre otras características más profundas omitidas aquí) que ni con miles de fotografías podíamos dar cuenta de la magnitud de París, pero bastaría estar allí para tener una intuición de esa famosa ciudad. Es decir, captar aspectos esenciales en un momento dado e irrepetible por el hecho de ser eso, precisamente, la intuición, nuestra facultad de percibir lo único. Si bien intransferible, si posible de sugerir a los demás.

Aunque no sólo la intimidad y la percepción de la realidad han ido en detrimento, también la capacidad de asombro. Considero se han perdido grandes territorios de esta cualidad gracias a la cantidad de imágenes y principalmente vídeos circulando por la red, donde cualquier cosa es susceptible verse. Hay dos casos dignos de mencionar aquí sobre este asunto. El primero ocurrió cuando escuché a un padre hablar con un conocido suyo de haber llevado a su hijo a una función del Circo du Soleil, quejándose de la falta de entusiasmo y la cara de aburrimiento del niño durante el evento. Al final del espectáculo el hombre le preguntó sobre su actitud a lo que éste le respondió ya haber visto el espectáculo en Youtube. El segundo es el de una niña de 4 años, hermana de una alumna, a la que le gustaba ver durante horas videos de niñas jugando con muñecas; un día en una plaza comercial le proponen comprarle una y la niña se rehúsa al obsequio, confesando su falta de simpatía por las muñecas.

Por otra parte debo de reconocer el impacto y la gran sorpresa dados a mi vida por las filmaciones de acontecimientos extraordinarios que si hubieran sido objetos de una narración me resultarían inverosímiles o creaciones de un realismo mágico. Me fascinan los vídeos de animales haciendo locuras y los vídeos de gente cometiendo hazañas físicas, lo mismo que me impresiona imaginar las situaciones en los mundos de algunos personajes dentro de la literatura. Pero, de ahí en más, no dejo de ver con estupor el hecho de la pérdida de nuestra capacidad de inventiva y de narrativa.

Hoy nos basta con mostrar una fotografía de alguna mujer amada o admirada para de tajo aniquilar las razones de nuestro embelesamiento por el hechizo de su belleza. Eliminando la posibilidad de provocar en el otro un esfuerzo de imaginación mediante una descripción verbal, llena de matices y metáforas. Hablando de la imaginación, ¿qué hubiera pasado si Aquiles y los otros griegos que emprendieron el rescate de Helena hubieran tenido su perfil de Facebook? Seguramente Aquiles habría desistido a dicha empresa por considerar a Helena poca cosa, argumentando tener entre sus esclavas algunas con mayor talante y belleza. A la mejor hasta le habría sugerido a Menelao dejar a Paris y Helena en paz para buscar en Tinder un mejor prospecto. ¿Qué hubiera pasado con todas esas historias que hoy conocemos desde la antigüedad, si desde esos tiempos las redes sociales hubieran sido el principal medio de comunicación? ¿De qué estamos llenando nuestra memoria? ¿Para qué estamos viviendo? ¿Para subir fotos y vídeos a la red?

“Escoge Facebook, Twitter, Snapchat, Instragram y miles de otras maneras de echarle bilis a gente desconocida. Escoge actualizar tu perfil. Dile al mundo lo que desayunaste esperando que a alguien le importe… La interacción humana reducida a mera información… Escoge la vida.”

Mark Renton, Trainspotting 2