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La agonía de Erato

Por 28 marzo, 2019noviembre 28th, 2019Convocatorias

Mtro. Miguel Camarena Agudo, Proyectos Sociales y Religiosos • Docente UNIVA Plantel Guadalajara

 

¿Será acaso que la poesía se encuentra en terapia intensiva, con un diagnóstico desalentador? No lo sé, pero mi opinión subjetiva eso dice, aunada a mi poco científica percepción. Bastaría preguntarse a sí mismo, sin ánimos de sembrar el terror, ¿hace cuánto que no leo poesía? O aún más demoledor: ¿Hace cuánto tiempo que no le dedico a alguien o me dedican algún poema? ¿No sucede que hay un desabasto (si se quiere nombrar romanticismo) de gente que se tome un tiempo para escribir o por lo menos transcribir un poema? Por el otro lado, pareciera que falta gente que lo valore.

Miles Davis en el ocaso de su vida declaró que el Jazz había muerto, ¿no estaríamos en una coyuntura similar para decir lo mismo de la poesía? Está bien, esto puede parecer una exageración; la poesía no ha muerto pero está agonizando. En términos de mercado, podríamos hablar de una caída en su demanda y, por qué no, en su oferta, transgrediendo de esta manera la lógica propia de nuestra dimensión económica. Michel Foucault se refería a la poesía como una forma de poder ejercido sobre el otro. Como también se sabe, para él las relaciones humanas son en casi todos los casos relaciones de poder. De ahí que la poesía en el fondo busca convencer o apropiarse mediante versos propios o ajenos del sujeto de nuestros deseos. Ya saben, muy al estilo de Schopenhauer, quien hablaba del amor como un montaje, una novela, para encubrir el interés principal del genio de la especie: la reproducción.

Independientemente si la poesía es para buscar un fin reproductivo o de posesión, tengo la percepción de que se ha ido devaluando, quizá más por el desencanto de quienes buscan generar algo en esos taciturnos receptores. Insensibilidad, frivolidad, estupidez, ignorancia, deshumanización, no sé cuál sea la razón de todo eso. Quizás como Montaigne alguna vez escribió sobre la enseñanza de lo inútil (la literatura, la filosofía, caso específico), con ese sarcasmo singular, se haya convertido verdaderamente en una inutilidad dejando de tener el atractivo de un tiempo ya pasado donde Jaime Sabines, Mario Benedetti, Pablo Neruda, Federico García Lorca, golpeaban los corazones con sus composiciones, disponiendo de mejor manera a los implicados en el juego del amor. Como sucede en Il postino (1994) un filme italiano basado en el exilio de Pablo Neruda en un pueblo del mediterráneo donde entabla una relación con un hombre sencillo, un cartero llamado Mario Ruoppolo quien, gracias a las enseñanzas del poeta, logra seducir y conquistar el corazón de Betrice Russo, mediante el mágico efecto de los versos. O el caso Del lado obscuro del corazón donde la misma poesía no sólo sirve para conquistar a las mujeres, sino hasta para ser la moneda de cambio de Oliverio para comprar comida. Hoy, dado casos esporádicos, dudo mucho que la poesía tenga el efecto sentimental o económico de los ya mencionados filmes.

La agonía de la poesía no será producto de una falta del apasionamiento y de la intensidad a la hora de vivir cualquiera de los procesos donde se involucran, tanto el placer como el sufrimiento. En palabas de William Faulkner, considero que ahí se encuentra un tanto la razón de esta agonía y pobreza poética imperante en la sociedad:

“Hoy en día nuestra tragedia consiste en miedo físico general y universal sostenido desde hace tiempo, que incluso podemos soportarlo. Ya no hay problemas del espíritu. Sólo está la pregunta: ¿Cuándo seré barrido? Debido a ello él o la joven ha olvidado los problemas del corazón humano en conflicto consigo mismo que es lo único que puede generar buena escritura porque es lo único que merece la pena escribir, que merece la agonía y el sudor.

Debe aprenderlo de nuevo. Debe enseñarse a sí mismo que lo más bajo de todo es estar asustado; y, enseñándose eso, olvidarlo para siempre, sin dejar sitio para nada, salvo las viejas certezas y verdades del corazón, la viejas verdades universales sin la cuales cualquier historia es efímera y está condenada, hasta que hace eso, trabaja bajo una maldición. No escribe acerca del amor sino acerca de la lujuria, acerca de derrotas donde nadie pierde nada de valor, acerca de victorias sin esperanza y, lo peor de todo, sin piedad ni compasión. Sus aflicciones no afligen hasta lo más hondo de un modo universal, no dejan cicatrices. No escribe acerca del corazón sino acerca de las glándulas”.

Esta indolencia y resguardo de aquellos placeres que generan al final pueden dejarnos profundas cicatrices que se busca a toda costa evitarlos. Se multiplican las experiencias hedonistas de todo tipo pero siempre con la velocidad y la distancia necesaria para no padecer los efectos secundarios de estas, perdiendo la posibilidad de toda asimilación y significación profunda, lejos de cualquier forma poética de experimentar cualquier cosa. Pero como buen pesimista, con un mínimo dentro del bolsillo. propongo antes de esperar resignadamente la muerte absoluta de la poesía, instaurar obligatoriamente en las clases de gramática la conjugación de un nuevo verbo sugerido por una conocida virtual (muy parecida al software de la película Her) de nombre Alejandra; se trata del verbo poesiar.

Yo poesío

Tú poesías

Él poesía

Nosotros poesiamos

Ustedes poesían

Ellos poesían

A futuro, dicha práctica traerá como resultado (por mínimo que parezca) el rescate de la poesía por lo menos por repetición; así como quien hoy en día no ha olvidado la tabla del 7 aprendida ya hace tiempo en la primaria.

 

Se necesitan malos poetas. Buenas personas, pero poetas malos. Dos, cien, mil malos poetas se necesitan más para que estallen las diez mil flores del poema. Que en ellos viva la poesía, la innecesaria, la fútil, la sutil poesía imprescindible. O la in-versa: la poesía necesaria, la prescindible para vivir… Funcionarios, consultores todo eso sobra. Faltan los poetas… poetas consagrados a la cuestión del género, poetas que canten al hambre, al hombre, al nombre de su barrio, al arte y a la industria, a la estabilidad de las instituciones, a la mancha de ozono, al agujero de la revolución, al tajo agrio de las mujeres, al latido inaudible del pentium y a la guerra entendida como continuidad de la política, del comercio, del ocio de escribir.

Rodolfo Fogwill