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Cuaresma: Tiempo de Conversión

Por 8 marzo, 2019noviembre 28th, 2019Convocatorias

Pbro. Lic. Marco Antonio Cedillo Jiménez • Coordinador de Formación Espiritual

 

“La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios” (Rom 8, 19).

Con esta cita de san Pablo a los Romanos, el Papa Francisco nos anima a prepararnos para celebrar la Solemnidad de la Pascua, para que, por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios (prefacio I de Cuaresma).

En la Cuaresma, toda la liturgia nos impulsa a vivir una reconciliación con nosotros mismos, con el prójimo, y con Dios. Habremos de tener un espíritu abierto y humilde para escuchar la Palabra de Dios y encontrar en ella, como discípulos, el amor de Dios anunciado en el Antiguo Testamento y manifestado en plenitud con Jesús, en el Nuevo; deberemos disponer nuestro espíritu a recibir a Dios en el banquete de la Eucaristía y encontrar en ese Dios-con-nosotros, el culmen y la fuente de nuestra vida como misioneros suyos.

Muchas personas, actualmente, navegan a través de mares inciertos, han vivido lejos del puerto y las dificultades del mar encrespado de su vida, les ha llevado a sentirse tripulantes sin identidad sobre las olas de un mar sin nombre, viajando sin un rumbo claro. Les invito a vivir este tiempo de gracia con la firme intención de llegar al puerto seguro que nos da el sabernos hijos de Dios, abriéndonos al plan salvífico que Él nos ofrece, que es un plan de vida en plenitud.

Por otro lado, muchos viven totalmente volcados hacia afuera, preocupados de la imagen, por aparentar, olvidándose de que no es lo de fuera lo que daña al hombre, sino lo que sale de dentro (Cfr. Mt 15, 11). Que el tiempo de cuaresma sea una ocasión en la que nos adentremos con mucha humildad, en el desierto de nuestra oración, a las profundidades de nuestro ser y podamos descubrir los sentimientos, las actitudes, y las acciones que deben ser renovadas en el amor de Dios.

Vivimos en un tiempo en el que muchas cosas han ido adquiriendo nuevos significados. Para muchos, el sentido profundo de este tiempo se ha perdido y lo que era parte del folclor del que se viste la celebración en cada coordenada espacio-temporal, a veces se ha convertido en el fin único, algo así como “Cuaresma sin Dios”. Dejemos de ver la cuaresma como el tiempo de las empanadas, de los viernes de pescado, o incluso como el tiempo en que la Iglesia vive en luto por la muerte de Cristo. Nada de esto, por sí solo, alcanzaría para describir la riqueza que encierra celebrar a conciencia estos cuarenta días previos a la celebración Pascual.

Nos hace falta desierto. En un tiempo en el que muchos, consciente o inconscientemente, viven en un “oasis” de placer hedonista, en un “caudal” de comodidades que tienden a hacernos minimalistas y conformistas, la cuaresma se vuelve una invitación al desierto. Que nuestro desierto cuaresmal vaya encaminado a perfeccionar nuestra vida, a reconciliarnos con el prójimo, a ser mejores en lo que somos y en lo que hacemos, a manifestarnos a toda la creación como hombres nuevos llenos de la Gracia Divina.

La creación está aguardando la manifestación de los hijos de Dios. Así es, nuestra Universidad, nuestra familia, nuestros amigos, nuestra sociedad, está en espera de nuestra manifestación como hijos de Dios. ¿Cuántos espacios esperan hijos de Dios, llenos de fe, comprometidos con el otro? ¿Cuántas aulas esperan a docentes que vivan con pasión su profesión? ¿Cuántas familias esperan hijos agradecidos y coherentes? ¿Cuántas comunidades esperan ciudadanos responsables, respetuosos, preocupados por el bien común? La creación entera lo está aguardando. En el desierto de nuestra reflexión, quizá sea la ocasión para preguntarnos ¿en qué medida nos hemos manifestado como hijo de Dios en nuestra vida? ¿No estaremos mostrando alguna filiación diversa a ésta?

Cierto es que celebrar no es cosa de uno solo. Se celebra aquello que se vive juntos. Que la gracia de vivir en comunidad, sea una fortaleza para cada uno. Animémonos mutuamente, encomendémonos a Dios y pidámosle, nos ayude a vivir santamente la cuaresma, para que, con los frutos que obtengamos, podamos transmitir la esperanza de vida que se nos ha dado en la resurrección de Cristo.