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Contra la aceleración

Por 12 marzo, 2019noviembre 28th, 2019Convocatorias

Mtra. Jazmín Velasco Casas, Plantel Guadalajara

 

Si hay algo que se ha vuelto un rasgo que caracteriza la vida posmoderna es la aceleración, y se refleja en las dinámicas de las relaciones personales, la tecnología, la economía, la política y la salud.

El mexicano Luciano Concheiro estudió este fenómeno en su libro Contra el tiempo, donde propone soluciones para las consecuencias de la aceleración que ha empleado el capitalismo para cumplir sus intereses. Según el autor, no hay que comenzar analizando la psicología de las masas, sino sus fenómenos económicos y políticos que le dan forma.

Explica que la historia del capitalismo puede entenderse como una sucesión permanente de innovaciones técnicas y tecnológicas, encaminadas hacia el incremento de la eficacia de producción, en donde la máquina marcó el cambio de la cadena productiva, y abrió el camino a la aceleración sin fin por la mecanización del trabajo. De esta manera, el capitalismo adoptó el siguiente principio: el más rápido es el más poderoso, y cuanto más poder se tiene, más rápido se es.

De acuerdo con Luciano, en esta época se vive —como consecuencia de lo anterior— apresuradamente. Se termina una tarea para iniciar otra, la lista de pendientes es interminable, se siente que el tiempo nunca es suficiente; descansar es una ilusión difícil de alcanzar. El trabajador contemporáneo está disponible 24/7, es multitasking y está sofocado por ejecutar sus labores; la tolerancia a la frustración ya casi no existe, y así como el capitalismo, las personas también adoptan el principio: ser más rápido es ser más productivos. ¿Cuáles son los efectos? Estrés, presión arterial alta, depresión, intolerancia, ansiedad, ataques de pánico, entre otros. La paradoja de este industrialismo es que no le ha facilitado la vida al hombre, por el contrario, existe un cansancio generalizado y el burn out y la adicción al trabajo son enfermedades cada vez más frecuentes, pero aceptadas.

Después de presentar este diagnóstico, el autor invita a llevar otra forma de vida. Si bien este tiempo se define como el fin de las ideologías, excepto la capitalista, y no puede mejorar drásticamente por ahora, tal vez lo que hace falta es iniciar una relación estética con el mundo.

Menciona el proyecto slow movement, que busca aminorar el ritmo de la vida promoviendo el slow sex, la slow fashion, el slow gardening, el slow food y el slow traveling. En otras palabras, que la gente tome tiempo para desarrollar actividades que disfruta y reconecte con los aspectos naturales que le rodean. Posteriormente propone disfrutar el instante, el cual está contenido en los gestos simples de la cotidianidad o en momentos que permitan la contemplación, ya sea de la naturaleza, el silencio, la reflexión y especialmente el arte, pues considera que estar frente a una obra artística coloca al hombre fuera de sí y, simultáneamente, lo hace regresar a su ser original, lo vuelve a sí. Además, logra que el tiempo desaparezca, que se deje de medir. Cita a Gaston Bachelard para resaltar que el instante no tiene duración y lo compara con un parpadeo, un acto impulsivo y evanescente que nos aparta por un momento de la realidad circundante.

Finalmente, si algo nos deja muy en claro Luciano, es que se debe dejar de seguir en el acelerado deseo consumista de posesión y actualización, y debemos aprender a vivir de una forma pausada, emprendiendo escapes hacia el contacto con lo íntimo, cotidiano y artístico, para recuperar el sentido y ritmo de la existencia, pues a final de cuentas, lo que está en juego es la propia vida.