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Ana Sofía Peña Barba · Estudiante del Bachillerato en Comunicación Bilingüe, UNIVA Guadalajara

 

Hoy todo lo venden. Todo se compra. Todo tiene una etiqueta fosforescente con un número. Tener depresión es normal y la ansiedad ya es cosa cotidiana. ¿Será coincidencia que muchos ganen dinero de tal situación?

En las tiendas hay enfermedades en pastillas. Pareciera que nos surten de veneno como si fueran frutas. Compramos vidas. Vendemos nuestro tiempo. Comerciamos con lo que sale de la tierra y cada idea que no genere dinero va directo a la basura.

¿Pesimista o realista?

En las pantallas se reproducen historias asombrosas y nos drogan con estímulos ficticios del mundo en el que vivimos.

¿Qué tanto es real? ¿Hacia dónde estamos caminando? ¿En realidad cuánto sabes?

Bueno. No te preocupes. Podríamos decir que nadie. Que nadie lo sabe. Es algo que no se puede predecir con exactitud y que hablar de ello no es más que andar de derrotista. Oye, pero tengo que contarte algo ¿Sabes qué? Sí lo sabemos.

Tú lo sabes.

Yo lo sé.

Ellos lo saben.

Todos han escuchado el mensaje y lo han mandado por la coladera. Lo encerramos en una bolsa de plástico y lo tiramos al mar como todo lo que tenemos. Siempre por lo más barato. Siempre por lo más cómodo. Por lo que tenga más mentira para no sentirnos culpables.

Aquel que diga que aún queda tiempo, es que en realidad no usa reloj.

Todo tiene mala cara. Se está volviendo personal.

Me duele la cabeza en la mañana por haber soñado sobre todos los finales que puede tener el mundo.

A escondidas, cuando nadie ve, una lágrima llena de impotencia y culpa escapa de mi párpado. Pobre gotita. No puede hacer nada. Se desliza con pereza esperando que cambie el mundo, aguantando el ruido de los coches y el calor extremo del invierno. Se pregunta si está haciendo lo correcto. Tiene dudas; todo se mueve tan rápido mientras cae.

¡Pum!

Una explosión (al menos así se sintió), llegó al suelo. Y nada cambió. Sí, pobre lágrima. Tan solo dura un segundo. Y después muere. Todas son iguales.

Por eso da miedo. Da miedo salir al mundo sabiendo lo que sabes. Eso no se puede cambiar, no se pueden enlatar recuerdos, no se pueden poner en un frasco al vacío en el fondo de la nevera. Da miedo y da coraje no poder verlo como antes. Da rabia no disfrutar igual, ya no poder caminar sin juzgarlo todo.

Si se vendiera también la pérdida de memoria, ¿la comprarías?

Qué valiosa es la ingenuidad, la cosa es que con ella no se puede realmente vivir en lo verdadero. ¿Y sin ella?

Sí, sí… Muchas preguntas, pocas respuestas. Y un sentimiento de abandono sobre el mundo en el que vivimos, que simplemente se queda.

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