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Los actuales desafíos de la familia

René Alfredo Alvarado Martínez ∙ Estudiante de la Licenciatura en Teología en UNIVA Online

 

La familia, como centro de la sociedad, está sufriendo un terrible momento en su historia, debido a la degradación de la moral, así como, el egocentrismo-hedonista que ha producido una serie de desafíos para la cultura y la religión, sin importar el origen de su procedencia.

El papa Francisco (2013) nos dice que, “La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales” (Evangelii Gaudium (EG) # 66). En este sentido, el papa Francisco nos explica la condición actual de nuestras familias en medio de la sociedad. Además, es importante reconocer que la familia de por sí, es el pedestal de la sociedad, y es, en sí misma, la estructura más compleja e interesante de toda la creación; por tanto, si la familia -base de la sociedad-, no anda bien, por ende, la misma sociedad no andará bien.

En este ensayo, reflexionaremos sobre el sentido de la familia como el núcleo de la sociedad y su exposición a los grandes desafíos que esta encuentra en el mundo actual. Tomaremos para ello, algunos pasajes de la Exhortación Evangelii Gaudium (2013), del papa Francisco.

El papa Francisco en su texto habla sobre la crisis de la familia, pero ¿a qué se debe que las familias experimenten está crisis? Esta es una pregunta muy compleja para responder en una forma sencilla. Recordemos que la familia está compuesta de células que forman el tejido del cuerpo familiar. Desde la biología se podría decir que cada célula que compone una parte de la familia es la unidad morfológica y funcional de todo ser vivo. La célula, que está compuesta de orgánulos, moléculas y átomos (Costas, G. 2021), es el componente más pequeño del cuerpo humano, y aun, así, cumple su función particular para el crecimiento de este; de la misma manera, cada individuo -como célula- en la familia, es de suma importancia para el funcionamiento de esta.

Pero esto, que se ve muy sencillo de comprender, es más complejo de lo que creemos, porque, así como cada célula del cuerpo tiene sus propios retos para mantenerse saludable, cada miembro de la familia por muy pequeño que sea, tiene también sus propios desafíos, dependiendo –claro está-, del nivel de su función o disfunción en relación con los demás miembros.

Sobre este punto, el papa Francisco habla sobre “vínculos sociales”:

En la familia, los vínculos se vuelven especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres trasmiten la fe a sus hijos (EG 66).

Disfunción familiar

La disfunción -nos dice el diccionario-, se puede catalogar como algo que no funciona bien o que no funciona como corresponde (RAE), es decir, que no cumple adecuadamente con su fin. Por ejemplo: Si el carbón se moja con agua, éste, no puede cumplir su función de prenderse con la llama. Cuando un miembro no funciona bien (se empapa de ira, rencor, envidia, etc.), puede llegar a hacer cosas incorrectas que, aunque se arrepienta, dejará huella en otros miembros y en sí mismo.

Está disfunción es aquella en la que uno o varios de sus miembros (células) no funciona correctamente, es decir, que, no ejercen sus roles como se debe. Esto los lleva a la frustración al no verse realizados como individuos dentro del ambiente familiar.

Cuando la disfunción es de parte de los padres, estos no se ocupan de sus hijos; los abusan físicamente, psicológicamente y en cierto modo, los pueden abusar espiritualmente, aun así, ellos mismos no sean religiosos o no crean en Dios.

En estos hogares, usualmente predomina la incomprensión, la falta de respeto hacia la pareja e hijos, la falta de respeto y maltrato hacia los padres, hermanos y mascotas; los chamacos se drogan, alcoholizan y/o se prostituyen; pierden el tiempo en los videojuegos violentos; se entregan a relaciones sexuales fuera del matrimonio con múltiples parejas; no existen límites para la violencia.

Algunas características de la disfunción familiar lo podemos ver en la manera que nos relacionamos unos con otros: Somos exigentes con nuestros hijos (comparamos con otros); ahogamiento en el silencio (aquí solo mis chicharrones truenan); tendencia a tener un hijo preferido (produce violencia intrafamiliar); hacerles sentir que no valen (puede llevar a la depresión y suicidio).

Los efectos de la disfunción familiar afectan directamente a los niños: se sienten aislados e incapacitados para reaccionar ante situaciones difíciles (divorcio de los papas); toman responsabilidad del hogar, teniendo que madurar rápidamente (suele pasar en hogares alcohólicos); problemas de salud mental que impide actuar correctamente en la escuela, en la sociedad y ambiente familiar). A su vez, estos se sienten estresados y deprimidos y se busca ayuda en la calle; guardan rencor y odio a sus padres; puede llevarlos al suicidio. Pueden enviciarse con alcohol, droga, sexo desordenado; puede cometer crímenes como robar, abusar físicamente de otros niños, volverse violento con los animales y llegar a acecinar.

El matrimonio como base de la familia

Es por ello por lo que debemos de comprender que la familia -que en sí misma, dijimos anteriormente-, es la base de la sociedad, debe de estar compuesta de las experiencias vividas mutuamente, es decir, que en medio de todo aquello que atravesamos en los años que vivamos juntos, nos lleve a la madurez, sea esta, moral, psicológica y espiritual. Primeramente, debemos de recordar que en el momento en el que nos unimos en matrimonio ante el altar, hacemos juramento de por vida: “Yo Anacleto, prometo serte fiel todos los días de mi vida… en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza…”. Pero ¿qué ha pasado? Pasan los años, vienen los hijos y el amor empieza a diluirse, porque hay otras circunstancias que se ponen en medio de la felicidad individual.  Y es precisamente en este punto en el que empiezan nuestros desafíos y crisis familiares.

Como yo -no soy feliz-, estoy sufriendo, por lo tanto, no veo el sufrimiento de mi pareja y el de mis hijos. Eso nos aparta de lo que debe de ser un matrimonio como sociedad. Empezamos a pensar como individuos separados del vínculo familiar. Esto nos dice el papa Francisco, “… debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas (que integran la familia), desnaturalizando los vínculos familiares” (EG 67).

Esta manera de actuar individualista nos lleva a buscar “otros medios” para sentirme feliz, ya que en mi familia no lo soy. “El machismo (adulterio, sexo desordenado), el alcoholismo, la violencia doméstica, una escasa participación en la Eucaristía, creencias fatalistas o supersticiosas que hace recurrir a la brujería, etc.” (EG 69).

Estamos expuestos a lo que el mundo nos ofrece a cambio de “sentirnos bien”. Nuestro deseo de ser feliz sin importar si mi pareja o mis hijos lo son, nos lleva (como lo advertimos anteriormente), al aislamiento, a la separación y en un sentido más grave, se puede llegar hasta el mismo suicidio porque, aunque busque la felicidad, no la encuentro, entonces esto nos deprime a tal grado que ya no pensamos con certitud, y es entonces, que nuestros pensamientos se vuelven oscuros y empezamos a culpar a todos por nuestra infelicidad. Maltratamos, golpeamos, ofendemos y hasta quitamos la vida por nuestra desvinculación con la realidad.

Está experiencia familiar que supuestamente debería de ser como tierra fértil en la que sembramos semilla de amor para cosechar amor en los hijos, en los nietos, en los padres y abuelos, lo transformamos en lo que denominamos “desertificación”. La tierra fértil la convertimos en desierto y tierra árida en la que ningún tipo de cultivo prevalecerá. Si analizamos este ejemplo de desertificación, literalmente podemos decir que en el mismo no hay más que dolor, sufrimiento e inestabilidad. Eso es en lo que convertimos la vida familiar.

¿Qué hacer entonces?

Primero que nada, debemos de reconocer cuál es la disfunción y quién la está causando. Segundo, hay que reconocer que necesitamos ayuda, buscando terapia individual y familiar. Tercero (esto es bien importante), buscar ayuda espiritual a través de un encuentro personal con Cristo.

Nuestro reto es por lo consiguiente, fomentar el deseo profundo del amor en medio de cada situación que se presente en nuestra familia. Aprender que para que yo sea feliz, debo de hacer feliz a mi cónyuge y a mis hijos. De la misma forma como hijos, ser felices, haciendo felices a los padres. Esto no significa que vamos a hacer cosas absurdas e ilógicas para lograrlo. Es simplemente dejar de hacer las cosas que no les agradan a los otros miembros de la familia. Si a mi pareja no le gusta que beba, entonces la hare feliz dejando de beber. Si a mi pareja no le gusta que comadree tanto, entonces para hacerlo feliz, debo comadrear menos. Si a mis hijos no les estoy dedicando tiempo, entonces, aunque cansado del día de labores, hacer tiempo para acompañarlos en sus actividades. Jugar con ellos su videojuego, especialmente el que es violento, para aprovechar el momento y dialogar con ellos sobre la violencia, etc.

Si a nuestros padres le gusta que seamos ordenados, entonces trabajar por serlo, eso los hará feliz y, por ende, su felicidad nos recompensará. Si los padres se están sacrificando para dar estudio a sus hijos, por lo tanto, los hijos deben de responder estudiando arduo para que un día puedan tener lo que hoy no tienen y, en ello, encontrarán la felicidad y al mismo tiempo, darán felicidad a sus padres.

Por último, debemos de comprender que la célula de la sociedad debe de estar conectada de una forma directa con el Cuerpo de Cristo. Una familia que no se encuentra enamorada de Dios, le será muy difícil enamorarse de cada miembro de la familia. El reto mayor para los padres hoy día es acercar a los hijos a Cristo. Esto no debería de ser así. Está parte que parece tan insignificante dentro de la sociedad, ha sido el talón de Aquiles para muchos padres. El problema es que, como adultos, queremos que el catequista eduque a nuestros hijos sobre la fe, pero nosotros mismos no vivimos de acuerdo con la fe. Hoy mandamos con regaños a nuestros hijos a confesarse y nosotros no vamos. Hoy enviamos obligados a los hijos a comulgar y nosotros no lo hacemos. Por otro lado, se encuentran los padres a los que llamamos los “santos” (enmascarados de plata), que se mantienen metidos en la Iglesia todo el tiempo y por “servir” a Dios no compartimos con los que Dios nos dio a nuestro cuidado. Nos encontramos con madres bien devotas (de botas) marianas o guadalupanas y más, sin embargo, no dedican tiempo a compartir con sus hijos y en el hogar se convierten en Blue Demon.

El desafío más grande es el balancear nuestro tiempo, dedicando primordialmente (obligatorio), el tiempo necesario a nuestros hijos, especialmente si estos son menores, pues, es cuando más necesitan de nosotros. En el hogar, hay que buscar el momento en el que, como familia vamos a orar juntos (ojo, no a rezar), dejando que cada uno de los miembros pueda expresar su sentimiento a Dios por medio de sus propias palabras, sin monopolizar el instante, enseñando a los hijos a confiar en Dios, creyendo que él siempre escucha nuestras súplicas. Otra manera de orar juntos es visitar el Santísimo, ya sea expuesto o no en el tabernáculo, enseñándoles el respeto que se debe, demostrando con nuestras acciones el respeto que nosotros mismos le tenemos. Si se reza el Rosario, entonces no hacerlo como carrera de caballos. Al contrario, permitir que, cada uno de los integrantes se haga partícipe, ya bien sea de un misterio o de la lectura del Evangelio o compartir lo que entendió de lo que se leyó.

Si asiste a la iglesia, tratar de ser inclusivos con cada miembro. Si el padre o la madre es catequista, entonces incluir a los hijos a ser parte de la preparación de la clase y no solamente como oyente. Si se es ministro extraordinario de la Eucaristía, entonces explicar a los hijos en casa el significado de serlo y a lo que esto conlleva, dando testimonio tanto en la calle como en la casa. Si se va al grupo, entonces hacerlo partícipe del mismo, que ayuden a colocar sillas, que ayuden con los cables de los micrófonos, que ayuden los más grandecitos (preadolescentes y adolescentes), a preparar material que será dado a los más pequeños:

“El problema no es siempre el exceso de actividades, sino sobre todo las actividades mal vividas, sin motivaciones, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable” (EG 82). Es por eso por lo que ya sea el cónyuge o los hijos tienden a sentirse aislados y poco a poco desbaratados de su fe y, por consiguiente, “… se van convirtiendo en momias de museo” (EG 83).

Aunque parece que esto es una tarea demasiado difícil de realizar, debemos de verlo como un verdadero desafío para crecer moral, psicológica y espiritualmente. Recordemos lo que nos dice Pablo en Roma 5:20: “… donde abundó el pecado, abundó la gracia”. Quizá han sido muchos años en los que se ha luchado para ser feliz, hoy te invitamos a que luches por hacer feliz a tu pareja y si en ello encuentras felicidad, entonces tus hijos serán también felices.

Es el momento de reaccionar y buscar la ayuda de Dios en nuestras vidas: Busca el amor y siéntete amado. Busca el perdón y siéntete perdonado. Busca amar a tu familia y ámala. Busca perdonar al que te hizo daño y perdona de corazón.  Busca al que le hiciste daño y pide perdón. Entonces te sentirás libre para realizar tu función como la célula del cuerpo que produce y da vida.

 

 

Bibliografía:

Papa Francisco (2013): “Exhortación Evangelii Gaudium” https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html

Real Academia Española: “Disfunción” Diccionario de la lengua española, 23ª ed., [versión 23.7] https://dle.rae.es

Costas, G. (2021): “La teoría celular: historia, concepto y postulados” https://cienciaybiologia.com/teoria-celular-concepto-postulados/

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