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El caso de Miss Japón y la controversia de los etnocentrismos nacionalistas

Dr. Fabián Acosta Rico • Docente UNIVA Online

 

Una nación orgullosa de la belleza de sus mujeres. Representar, por tus atributos, desenvolvimiento, inteligencia, aplomo y ángel, a todos sus connacionales en la pasarela internacional, este era el sueño de muchas jovencitas de todos los rincones de nuestro ancho mundo. El título de Reina de belleza, más aristocrático, de distinción y valía.

La reina de cada país, la mejor de todas, debía, con sus rasgos faciales y proporciones corporales, reproducir el fenotipo típico y reconocido de su nación, identificado y presente a la vez en el imaginario cultural global. Con ellas, vamos todos, pintados o retratados en nuestra apariencia más estereotipada. ¿Quién no está orgulloso de su etnia?

Ver al conterráneo y reconocerlo como mi igual en apariencia, tal identificación, durante milenios, funcionó como agente vinculatorio que hermana etnocéntricamente. Somos de la misma tribu, ahora magnificada como nación, y en nuestra representante de certamen, estamos todos retratados. Este etnocentrismo añejo es la antítesis del cosmopolitismo que asoma en el nuevo milenio en sociedades cada vez más diversas en su configuración.

El vitral racial, cada vez más polícromo por el mestizaje rampante, son las sociedades postmodernas, al menos así es Europa y América, donde, además, la migración es un factor que potencializa esta diversificación, también cultural, religiosa, lingüística y obviamente racial. La identificación nacional con un determinado fenotipo ya no opera del todo. Pero hay sociedades en esta postmodernidad, la cual no es tan hegemónica como se pensaría, que aún siguen manteniendo cierto orgullo etnocéntrico, sobre todo en Asia y África. Este es el caso de Japón.

En el país nipón hubo precisamente una controversia que se presentó a raíz del triunfo, en su certamen de belleza, de una mujer que no solo no replica el molde étnico nipón, sino que, además, es de padres extranjeros y ni siquiera nació en la nación del “sol naciente”. Se llama Carolina Shiino y es oriunda de Ucrania, llegó a Japón cuando tenía 5 años residiendo con sus padres en la ciudad de Nagoya.

Shiino es la primera mujer nacionalizada en ganar el certamen, ocasionando que muchos se pregunten qué es ser japonés y más en el marco de un certamen de belleza. Diez años atrás, la corona la obtuvo la primera mujer birracial, Ariana Miyamoto; hija de madre japonesa y padre afroestadounidense. Aunque también hubo polémica con su designación como Miss Japón 2015 sobre si debían ser elegibles para la corona mujeres mestizas; al menos le sirvió de atenuante, ante la opinión pública, que algo tenía de japonesa. No es el caso de Shiino y las redes sociales le han dado voz a ese orgullo étnico tan disonante con las ideas y valores de la diversidad, la representación y la tolerancia del progresismo global.

Al ser cuestionada por los medios internacionales, la organizadora del Miss Japón Grand Prix, Ai Wada, sobre la elección de los jueces del certamen apuntó que Shiino había ganado por toda certeza y que su pertenencia a la nación estaba demostrada en lo bien que habla y escribe el japonés. La ganadora anunció en su cuenta de Instagram que en 2023 apenas había recibido la nacionalidad nipona. Y a la vuelta de un año, triunfaba en la 56.a edición de Miss Japón.

Un caso parecido al de Shiino fue el de Athenea Pérez, la representante de España en Miss Universo 2023, certamen que tuvo lugar el 18 de noviembre en El Salvador. Un certamen donde, dicho sea de paso, contendieron dos mujeres transgénero, una de talla grande y dos aspirantes casadas y con hijos. Con la señorita Pérez también se presentó el asunto étnico, ella es de padre murciano y madre ecuatoguineana, es decir, mulata, en un país que apenas se está mestizando como la mayoría de las naciones del Viejo Continente; naciones que, vaya el apunte, desde hace décadas han combatido la xenofobia y el racismo como resabios de su pasado colonialista y, a diferencia de Japón, han sido el destino de oleadas migratorias tanto del norte de África como de Medio Oriente.

A la inversa también tenemos casos, véase lo que ocurrió también en el 2023; pero, en Zimbabue con Brooke Bruk-Jackson, de 21 años, nacida en Harare, capital del país, quien resultó coronada para representar a su país en Miss Universo siendo una mujer totalmente caucásica en una nación donde el 98 % de la población es negra.

No es un secreto antropológico que en naciones como Jamaica y en muchas de África hay una obsesión generalizada entre sus habitantes por blanquearse la piel en el entendido, prejuicioso, de que la gente de color blanco es más bella en lo fisonómico y exitosa en lo social y económico. ¿Pudo este prejuicio cultural, que anima una industria cosmetológica y dermatológica del blanqueo epidérmico, ser lo que le dio la ventaja a Bruk-Jackson para obtener el triunfo? De las 25 participantes, ella era la única blanca. Igual que con Athenea, su triunfo suscitó mucha polémica en las redes sociales. ¿Cómo una rubia iba a representar en el Miss Universo de El Salvador a una nación africana y no del norte, sino del sur? Cibernautas del país y del mundo se dividieron entre los que felicitaron a la ganadora y los que se cuestionaron la imparcialidad de los jueces: ¿la eligieron racistamente, solo por ser una joven de piel clara y rubia?

Bruk-Jackson, Athenea Pérez y Carolina Shiino con sus respectivos triunfos nos retratan el futuro de los certámenes de belleza. Si antes, en estas contiendas que ensalzan la belleza femenina, era para los espectadores un juego fácil adivinar la nacionalidad de las participantes tan sólo por su aspecto: cabello, piel y hasta altura. Pues adiós a los supuestos sustentados en los estereotipos culturales y raciales, ya que una chica de origen hindú bien puede representar a Reino Unido o una hija de migrantes alemanes puede ser la reina de belleza de Camerún.

Con nuestra galopante globalización, y con fronteras cada vez menos refractarias, uno puede nacer en un país y morir en otro al otro lado del mundo. ¿A cuál de los dos perteneces? O mejor aún, por tu apariencia, acento, creencias, forma de vestir, hábitos alimenticios… ¿A cuál representas? Tal parece que lo que profetizó el filósofo mexicano José Vasconcelos al anunciar el surgimiento de una raza cósmica, crisol racial y cultural de todas las etnias del mundo, se está cumpliendo. Adiós al orgullo etnocéntrico, vencido por un cosmopolitismo racial.

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