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La miel no se hizo para las moscas

Por 28 febrero, 2024marzo 3rd, 2024Líderes de Opinión, Voces UNIVA

Mtro. Miguel Camarena Agudo · Gestor de contenidos y Encargado de Corrección y Estilo, Sistema UNIVA

 

¿Podemos confiar en alguien acerca de su conocimiento de nutrición cuando se la ha pasado comiendo en McDonald´s, Burger King y KFC? Lo mismo que el alimento es al cuerpo, lo son las lecturas, las películas, la música, etc., al espíritu, entendido en el sentido que le daba Pierre Hadot a este último. ¿Podemos confiar en un libro prologado por Paty Chapoy? Muy probablemente sí, porque como decía sospechosamente un amigo, un lector de literatura es un chismoso encubierto que lee lo que otros chismosos han escrito. Seguramente, un libro prologado por Edgar Keret, Enrique Ferrari o Elmer Mendoza, sería más confiable.

¿Podemos confiar en profesionistas desprovistos de una cultura más elaborada? Es difícil justificar la falta de gusto por la literatura, cine y música, especialmente, en aquellos que por nacimiento han crecido dentro de la clase media o la opulencia. A pesar de acceder a colegios (a los que los hijos de los obreros no pueden ir), viajar a Europa, Estado Unidos y Canadá, y asistir a universidades privadas, es increíble que vivan con esa desfachatez rampante, quitados de la pena, sin haber leído un libro completo, incluso de la disciplina que estudiaron. No hablo de oídas, los he visto, me ha tocado conocer, inclusive, a quien se ha jactado públicamente de que no le gusta la lectura, con título en mano y con un puesto importante dentro del área de la comunicación de una organización. ¿Cómo así? Dirían los colombianos. Pues sí, así es.

Pero reflexionemos. Si Jesús Quintero, afirmó hace más de veinte años que “… la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza. Nunca como ahora la gente había presumido, de no haberse leído un libro en su vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate”, imaginemos el actual estado de las cosas. Esto no implica culpar a estas personas, sino más bien entenderlas como víctimas de la superficialidad imperante y de los factores externos que los condicionan. Soy de la idea de que muchos jóvenes (sin querer decir con esto que los señalamientos son exclusivos de este sector de la población), no han tenido el acercamiento a ciertas obras, cuya fuerza y profundidad sacude a cualquier alma por más miserable que esta sea.

Esto no quiere decir que uno se autoflagele por estos hijos del nihilismo y de la irresponsabilidad de sus mentores. Total, son resultado de algo que los precede y los supera, es algo perteneciente a su especie, una herencia casi ineludible. No, más bien, lo digo de una forma meramente descriptiva.  Desde luego, las siguientes preguntas formuladas por Fadanelli caben en este contexto: “¿Por qué dejar en paz a estos seres con tal de que lo social continúe creciendo como una franca metástasis? ¿Qué fuerza monumental nos ha llevado a convertirnos en esta especia de pulgas, consumidoras, movidas por la tecnología y la ignorancia? ¿Es posible vivir carente de buenas lecturas y arte sin causar daño al entorno y a la comunidad?”. Quizás estemos viviendo los albores de un apocalipsis indoloro, repleto de TikTok, Instagram, OnlyFans, y, demás, enajenantes cócteles mediáticos.

Es innegable que todo es un reflejo de algo. Los hijos lo son de los padres, los alumnos de los maestros, los ciudadanos de sus gobernantes, los empleados de sus jefes, las instituciones de quienes las dirigen; y así cualquier relación donde haya una supeditación entre gobernados y gobernantes, “mandones y mandaderos”, como decía Galeano. Por otra parte, los amigos y compañeros de trabajo, también influyen en los gustos, hábitos y actitudes de las personas, para bien o para mal. Nuestra manera de estar en el mundo dependerá del entorno en el que nos desenvolvamos y los niveles de falsa conciencia que predomine en el ambiente.

A esto agreguémosle, que hoy, el criterio en los más jóvenes se forma a partir de personajes de la red, muchos de ellos producto de la generación espontánea, cuyas capacidades y conocimientos son de dudosa procedencia. Son vendedores de fayuca filosófica, piratería espiritual y de ideas clonadas, ofertadas como originales. Y sus consumidores, moscas dándose un festín en un basurero.

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