Mtro. Miguel Camarena Agudo · Gestor de contenidos y Encargado de Corrección y Estilo, Sistema UNIVA
En una clase que tuve en la universidad, un maestro una vez preguntó acerca del salario que recibía el gobernador. Nadie de los que estuvieron en el aula supo, él nos dijo que era de 150,000 mensuales, en tono exaltado, y con ojos saltones, como si nosotros hubiéramos sido los culpables de otorgar semejante sueldo. Acto seguido, nos preguntó, ¿quién creen que trabaje más, un albañil o el gobernador? Obviamente, y sin titubeos, respondimos que el albañil, ¿entonces, por qué no gana más el albañil que el gobernador?, preguntó.
Ese episodio de mi vida universitaria ha continuado persiguiéndome hasta el día de hoy, resurgiendo especialmente durante las temporadas de campañas políticas previas a las elecciones. Pienso sobre la retórica y los recursos que los políticos desperdician: dinero y palabras a granel, todo en busca del poder y la opulencia, estos últimos, hermanos mellizos, como bien señaló el viejo Maquiavelo. Desde una perspectiva utilitarista, me planteo quién tiene mayor importancia social: ¿el señor que recoge la basura o el gobernador? Es difícil imaginar la vida sin el servicio de recolección de basura; pienso en cómo la comunidad se vería postrada, con lágrimas en los ojos, suplicando a los trabajadores, si estos decidieran ir a huelga indefinida o simplemente se negaran a trabajar por algunas semanas. Sería un colapso social de proporciones indescriptibles, casi apocalíptico. En contraste, la ausencia de un gobernador probablemente pasaría desapercibida. La rutina seguiría su curso: contaminación, tráfico, accidentes en la Avenida López Mateos, perros callejeros, palomas volando, tenis colgados de los cables, la vecina entrometida, el esposo obediente y el sol fantasmagórico de las tardes en Guadalajara; todo continuaría como siempre, no habría cambio.
Bélgica nos ha proporcionado una demostración vívida de la necesidad y la importancia de los gobernantes. En 2010, el país se quedó sin primer ministro desde la partida de Yves Leterme el 26 de abril hasta que Elio Di Rupo asumió el cargo el 6 de diciembre de 2011. No hace mucho, Bélgica volvió a enfrentar una situación similar, con 650 días sin un líder entre 2019 y 2020, superando así su propio récord. Sin embargo, es crucial recalcar que la ausencia de un servicio de recolección de basura durante el mismo período de tiempo habría tenido consecuencias mucho más graves. Podría haber provocado una crisis sanitaria, con una proliferación descontrolada de desechos, una situación que probablemente habría captado la atención global y generado una reacción enérgica. Mientras tanto, la falta de un gobierno parece haber pasado relativamente desapercibida. Este contraste plantea interrogantes sobre la necesidad real de un presidente, especialmente considerando décadas de presumible inoperancia en nuestro país. En última instancia, prescindir de un presidente podría resultar en un ahorro significativo y plantear preguntas fundamentales sobre la naturaleza y eficacia del liderazgo político.
Esto nos conduce a cuestionarnos sobre la verdadera necesidad de los políticos: ¿nos representan adecuadamente? ¿O acaso sirven únicamente a los intereses de los grupos en el poder, dejando a la población abandonada a su suerte? La población, que sufre las consecuencias de sus decisiones, a menudo indiferente para ellos. A pesar de todo, diría un amigo, criticar a los políticos siempre resulta reconfortante, es como pegarle a una rata de alcantarilla sin que nadie la defienda. Es difícil abordar el tema político en cualquier reunión sin que surjan historias que refuercen la percepción negativa: alguien menciona un político vinculado a escándalos de corrupción o extravagancias, mientras que otro relata supuestos lazos con figuras del crimen organizado. Estas anécdotas, aunque comunes, reflejan la profunda desconfianza y escepticismo hacia la clase política. En última instancia, todo esto nos lleva a cuestionar el sistema en su conjunto.
Desde luego, la efectividad y la representación de los políticos conduce al tema de la democracia, la misma que dijo Galeano que si realmente tuviera algún valor, ya la habrían prohibido. Este sentimiento de desencanto es especialmente palpable entre la población joven, la cual se encuentra desilusionada por dicho ambito. En las elecciones de 2018, apenas un 17 % de los jóvenes entre 18 y 29 años participaron en el proceso electoral. La desconfianza hacia los políticos y el sistema en general es evidente, y las campañas electorales, candidatos y estrategias de marketing no hacen más que reforzar esta percepción negativa. Es comprensible entonces que los jóvenes prefieran dedicar su tiempo a plataformas como TikTok, en lugar de involucrarse en un proceso electoral que perciben como desalentador y poco atractivo. En resumen, ¿cómo podemos esperar que participen en la política si el sistema no les ofrece motivos para hacerlo, excepto por los memes?
La democracia se encuentra en un estado de agonía, sin vislumbrar cómo motivar a la población a participar en el proceso electoral. Los gobiernos continúan representando a las minorías debido a la baja participación; los políticos, una vez terminadas las elecciones y ganados los comicios olvidan sus promesas de campaña, como si de repente sufrieran amnesia o Alzheimer. Así transcurre la vida, con la población luchando contra viento y marea, como los salmones. Sin embargo, como siempre hay una luz al final del túnel y un atisbo de esperanza, no podemos perder la fe, y aunque parezca una superstición, pronto puede suceder que nuestro horóscopo se nos presente como una guía en medio de la incertidumbre, y por más insignificante que parezca, nos diga: “Capricornio, hijo de la Tierra, todo el pasado queda enterrado, ahora empiezas una nueva vida. Vota por el candidato que tu corazón te dicta, pues llegará al poder y será tu benefactor. Cuida a tu mujer, un hombre en su trabajo quiere sonsacarla. Hoy es un buen día para apostar a la lotería, tu número de la suerte es el 7. No esperes nada de nadie, espéralo todo de ti”.