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Epítome acerca del equilibrio y las caídas que me he dado en distintas tablas

Por 20 septiembre, 2023Tendencias

Tejuino Nájera

 

El equilibrio es imposible, comentaba Iván Ferreiro a manera de nombre en su canción.

Siempre se me hizo un título exagerado desde la primera vez que la escuché en aquel esperanzador y colorido 2012, 11 años después, me vino a la mente de manera fulminante y furtiva mientras caía de una tabla de pádel surf y escuchaba al flaco a lado mío gritarme: Nivela tu cadera. De ese golpe, me llevé más que unos moretes en las piernas, de cierta manera resonó en mí, sabiendo que por más que me guste negarlo, el brother e Iván Ferreiro tenían razón.

Mentiría -para no variar- si les dijera que fue ese aislado suceso el que me provocó a escribir esto, sin embargo, sí, por ahí dicen que la oportunidad hace al ladrón, me gusta pensar entonces que la hipersensibilidad construye al escritor.

Fue en esa misma semana que empecé a notar todas las razones por las cuales disfruto mucho andando en cualquier tabla, con ruedas, sobre arena, en tierra o en agua, a manera irónica y un poco absurda, la principal de estas es que me obliga a buscar mitades cuando juro disfrutar siempre cualquier extremo. El reto, siempre ha sido poder mantenerse justo en medio, para avanzar y disfrutar; claro, no estamos exentos de caídas, moretones o autodescubrimientos, este último siendo el tipo de golpe más peligroso en mi opinión, ya que la última vez que revisé, para estos no funciona el paracetamol.

Incluso en mi desesperación provocada por exceso de autoexploración llegué a pensar en mi padre y todas las veces que con rabia, cariño o amor me dijo: Tejuino, así no son las cosas. 

Tal vez, de hecho, tenía razón también. Estuve intentando cortar piñas con cucharas y si bien al final lograba comerme una rebanada, por mi necedad desperdicié las otras 10 que con un cuchillo perfectamente hubiera podido sacar.

Únicamente hago lo que quiero exclamo orgulloso cuando después de pedir ayuda, las palabras de vuelta son ruidos de balas en lugar de los aplausos que espero, buscando invalidar a los demás y de esa manera ser coherente conmigo y mi alter ego -Que, por cierto, ya no sé si soy yo o el gris esqueleto que está escribiendo esto-.

La caída de la tabla de pádel me vino a recordar dos cosas, la primera, que soy humano, la segunda, que el ego solamente funciona como elevador de un solo sentido hacia un edificio cuya única puerta de salida es una caída libre.

La primera de todas ellas, vino, por supuesto, cuando recién estaba aprendiendo a andar en long board, recuerdo haber sido reacio a buscar casco, coderas y rodilleras, ya que no podría ser tan difícil, fue en un parque de Guadalajara, en donde lo único que puedo recordar de ese día, fue la graba abriendo mis rodillas y palmas, las risas de algunos presentes y a Iván Ferreiro mofándose a la distancia con su equilibrio imposible. Salí más o menos bien librado, sin embargo, el miedo y la frustración del fracaso me gritaba al rostro que nunca lo volviera a intentar, yo, jactándome de siempre hacer lo que quiero, compré mi protección adecuada y me puse a andar.

La segunda caída llegó con aquellos ojos azules y cabello rubio, cuyas promesas y futuro resplandecían más que el mar; la situación adversa se dio, con mis distintos modos de coexistir y su enorme, variado y vacío, terreno irregular, si bien había mejorado mi protección física, mis ruedas mentales no aguantaron aquella graba suelta de su edad.

La tercera caída sucedió años después de mi primera tabla, era un nuevo modelo llamado Penny Board -que, como dato cultural, el modelo se llama mini cruiser, sin embargo, al igual que a los pañuelos desechables, el nombre de la marca se apoderó del mercado-. Sus dimensiones eran mucho más pequeñas de lo que solía acostumbrar, entonces al combinarlo con mi infinita soberbia y mis, según yo, bastos años de experiencia… Sopa de suelo fue el resultado, una, vez, más.

Las siguientes 3 se dieron al no lograr entrar a la universidad en mi primer intento, el descuidar lo que tenía por lo que quería y la muerte -probablemente literaria- de mi padre, al estilo kafkiano. Fue allí, cuando noté que el equilibrio y yo, nunca hemos sido amigos, camaradas o compañeros, más bien, tiburones recelosos uno del otro, que a veces la única opción compartida que tienen es unirse para cazar alguna ballena en tiempos de hambruna. Mis encuentros con este, en lugar de ser románticas veladas cobijadas por la luz de la luna en una playa de Jalisco, más bien eran discusiones y atropellos por ver quién consumía primero al otro, a veces yo ganando, siempre encontrándome con el suelo en algún momento.

El ver a blanco y negro, usualmente siempre me ha hecho sentir demasiado todo, la dulce nieve de limón coronando el vaso o el salado último trago de tejuino, donde la boca te queda atiborrada de, la, alguna vez preciada sal de mar.

La libertad de poderme soltar en una tabla es equiparable a todas las veces que he querido conseguir acuerdos sin haberlo logrado, a todas las relaciones que pude haber salvado si hubiese cedido un poco mi postura, a las lágrimas de mar contenidas dentro, porque la situación no era tan grave como para llorar, a todas las veces que sí supe controlar mi irracional ira, a todos los sí, te amo, que se me ahogaron en el camino, a todas esas charlas imaginarias con mi padre, al expresarle amor a mi madre y con una sonrisa pedir y dar perdón a mi hermana, a saber, que por un mísero instante… Estoy equilibrado y andando hacia adelante.

Sí, algo es seguro, te vas a caer. Es inevitable, como abrir tu cerveza favorita en un viaje de playa. La caída es parte, es maestra, es juez, jurado, abucheo y ovación; la caída es aprendizaje y paracetamol, la caída es miedo y combustible, es demostrarle a Iván Ferreiro que, en efecto, el equilibrio es imposible, pero al mismo tiempo gritarle que está equivocado, la caída en este caso, también es la misma razón de que me estés leyendo el día de hoy.

Así que lo único que te deseo en esta vuelta, es que aprendas a que no duele toda la vida, a que llega un momento en el que deja de asustar, ya no te va a paralizar y recordando a aquel brother de la tabla de pádel, cuando alguien en el tono que prefiera te pregunte: ¿te vas a volver a levantar?, y que la respuesta sea Sí, nada más deja tomo aire.

A recomendación personal, usa casco, y dale sin miedo hasta que te puedas volver a levantar.

 

P.D. Si quieres aportar a mis caídas, estoy pensando en comprarme una nueva tabla, contáctame para realizar una donación, te lo cambio, -por supuesto- por un tejuino con nieve.

 

 

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