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Enseñanza-Aprendizaje: El Desafío

Por 3 octubre, 2023Líderes de Opinión

Dra. Teresita Guzmán del Real · Docente, UNIVA León

 

La virtud es fuerza; los blandengues no pueden ser virtuosos.

Marina D. Buzali

 

La letra con sangre entra, reza un antiquísimo refrán popular, evidenciando que en las primeras etapas de la educación en México, los docentes contaban con la aquiescencia de los padres de familia o tutores, para que pudieran usar cualquier tipo de recurso didáctico a fin de que los escolapios aprendieran a leer y a escribir.

En esos tiempos remotos, los espacios habilitados como aulas iban desde un modesto recinto escasamente equipado, hasta un lugar en el entorno natural, generalmente bajo la protectora sombra de un frondoso árbol. Fue en esos ámbitos donde la voz del maestro se constituía como la única forma de obtener conocimientos y adquirir habilidades y destrezas; voz mediante la cual las niñas y los niños experimentarían el placer legítimo de interpretar un texto escrito.

Y fue precisamente en ese entorno donde la figura del educador alcanzó su mayor estatura social, moral y de conocimientos, otorgada merecidamente por los integrantes de pueblos y comunidades a las que servía, aun a costa del sacrificio que representaba llegar a lomo de bestia, hasta los lugares más remotos e inaccesibles.

Sin embargo, siendo la enseñanza aprendizaje una actividad eminentemente humana, no puede sustraerse a los cambios que provoca la evolución; deja de ser una relación pasiva, unidireccional, para adquirir dinamismo, reciprocidad y relaciones multidireccionales. Ahora se presenta como una actividad que fortalece al educando y al educador, y, como consecuencia, se robustece a sí misma; se eleva a planos superiores y forma otros niveles de conocimiento, con distintas relaciones y aglutinando nuevos elementos de aprendizaje, configurando un productivo círculo virtuoso, o más propiamente dicho, una espiral virtuosa.

De esta forma, el conocimiento científico, se diversifica, se multiplica y termina por impactar los tiempos y las costumbres, a través de los inventos y el desarrollo de la tecnología. Aparecen la computadora, los teléfonos celulares y otros dispositivos semejantes, convirtiéndose en una formidable herramienta para la obtención de contenidos de aprendizaje, y dejando un tanto relegados como fuentes de consulta, a los libros de texto, diccionarios y enciclopedias.

La inmediatez en el acceso a la información y a los contenidos en estos medios digitales, tiene, sin embargo, un inconveniente; si bien optimiza el factor tiempo, también incrementa el riesgo de la falta de profundidad en el estudio de los temas de aprendizaje, pues, por ejemplo, un trabajo de investigación puede verse reducido a la sencilla acción de recortar y pegar.

Es aquí donde surge, tácitamente, el desafío para quien se ostente como maestro (modelo supremo), docente (educere, conducir) o pedagogo (conductor de niños): tolerar que los educandos se limiten a ser manipuladores de información, o promover en ellos el compromiso inalienable de llegar al conocimiento de las cosas desde su raíz buscando y asimilando las causas que lo sustentan. Por supuesto, es un desafío, pero tiene como contraparte a un profesionista que asume la sagrada tarea de conducir a otros hacia su propia formación; y esto, sin dudas, tiene algo de divino.

Parafraseando a Marina David Buzali, y a manera de colofón: El alumno espera que haya en el aula un docente sereno, producto de un equilibrio emocional en su persona; espera la compañía y amistad de un maestro que esté dispuesto a oírlo con gusto y se interese en sus cosas por pequeñas que estas parezcan.

 

 

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