Este evangelio de hoy, se centra en una mujer que ha sido sorprendida en adulterio y por tal razón es acusada y hasta condenada por todos, a tal punto de intentar apedrearla por ese pecado, pero también se centra en Jesús y la compasión que tiene por ella, salvándola de ser lapidada, y, además, de que no la acusa, le invita a irse y no volver a pecar, con lo cual nos muestra que ante sus ojos no hay juicio sino misericordia.
Todos hemos pecado gravemente, y aunque solo nosotros sabemos qué hacemos mal y nadie nos condena, la voz de nuestra conciencia resuena y nos hace ver que es necesario reconciliarnos con Dios y recobrar la paz, porque sabemos que Dios no nos acusa y aunque nuestras faltas sean graves, tenemos la oportunidad de comenzar de nuevo. Este mensaje, que se nos propone reflexionar, nos invita a mirar en nuestro interior y ver nuestros pecados y miserias y en ellas descubrir que no somos mejores que los otros, que cometemos constantemente faltas, por lo cual es necesario nuestra conversión y así, dejar de mirar en los otros sus errores y pecados. Pidamos al Señor la gracia de un verdadero arrepentimiento de corazón, para que así dejemos de mirar las faltas de nuestro prójimo y centremos la mirada en la necesidad que tenemos de reconciliarnos con Dios.