
Mtra. Jazmín Velasco Casas • Docente UNIVA, Plantel Guadalajara
«Para que una ciudad pueda existir y para que pueda salvarse, necesita la verdad».
Michel Foucault
En la columna anterior mencioné que el cínico ejerce la parrhesía y se reconoce como alguien que dice la verdad, que lo dice todo; sin embargo, no se confunde con el cínico impertinente, imprudente o que busca únicamente encolerizar, sino que se distingue por fundamentar su discurso en un principio de razón.
Históricamente la palabra parrhesía aparece en el Siglo V a.C. en los textos del dramaturgo Eurípides, y ahí se enfatizaba que este ejercicio defendía el derecho a tomar en público la palabra, expresando libremente asuntos de interés para la ciudad. En ese siglo, Atenas vivía una democracia incipiente, caracterizada por otorgar a sus habitantes el derecho de hablar franco; no obstante, varios filósofos pusieron en tela de juicio la honradez de los discursos de las instituciones democráticas y la de sus mismos residentes.
¿Por qué surge esta desconfianza? Michel Foucault señala que si la libertad es atribuida a todos de forma indiscriminada, este decir veraz no será ejercido sólo por quienes hablen útilmente para la ciudad, sino que también estará comprometido con los intereses y pasiones de gente que no obra con juicio, que no son sensatos, y que incluso pueden repartir la fortuna pública y el dinero del Estado.
En esta lógica, la población se enfrenta a dos tipos de hombres: aquellos que defienden motivos nobles, interesados en el bienestar común y a aquellos con opiniones nocivas o que utilizan la palabra para agradar enmascarando discursos falsos. Estos últimos oradores son a quienes se suele escuchar, porque saben cómo adular al pueblo y seducirlo. Por ello Foucault concluye que la democracia no es el lugar para el decir veraz, pues la demagogia es su veneno.
Ser cínicos en una democracia, –incipiente o moderna– ha conllevado un riesgo para el interlocutor y un riesgo sobre la existencia misma del que lo practica, ya que provoca malestar y puede despertar la ira, exponiéndose a la venganza o al castigo. Sócrates es un buen ejemplo de que al buscar la verdad en ese tipo de gobierno se pone en riesgo el cuerpo. Él hizo esa lectura de su tiempo, y a pesar de que tenía el propósito de ser útil para la ciudad, nunca se introdujo en la política.
Desde mi punto de vista, estos filósofos nos invitan a reflexionar que tal vez la práctica de la verdad en el ámbito político –especialmente, el de la democracia–, es una utopía, y su orientación debe apuntar al ethos de cada individuo, a su forma de ser, repercutiendo así en su sociedad, poco a poco.
En la siguiente parte concluiré con la transformación de la práctica cínica y las propuestas que podemos extraer del seminario “El coraje de la verdad” de Foucault.