Dra. Irma Livier De Regil Sánchez Jefa de Investigación de UNIVA Plantel Guadalajara
En días pasados se suscitó una reacción colectiva ante el anuncio de cierta aplicación de redes sociales sobre sus avisos de privacidad y manejo de datos personales de sus usuarios. Es una realidad que la Inteligencia Artificial y la Big Data son utilizadas para trabajar con millones de datos expuestos a través de bases de datos que existen en el “mundo virtual” y no es del desconocimiento de la sociedad que las empresas utilizan dicha información y datos para fines comerciales, de consumo, laborales, por mencionar algunos. Desde hace tiempo se ha cuestionado sobre la dicotomía existente entre la privacidad y la seguridad, como lo plantea en su artículo la Dra. Véliz de la Universidad de Oxford; algunos gobiernos “argumentan” que, para incrementar la seguridad de los ciudadanos, estos deben ceder en la privacidad de sus datos.
Sin embargo, desde meses atrás opino que esta dicotomía seguridad-privacidad, resulta ser también una ambivalencia, sobre todo en su uso. Ambivalente de acuerdo con la RAE es un adjetivo que califica algo “que presenta dos interpretaciones o dos valores, frecuentemente opuestos”, esto me ha llevado a reflexionar sobre las dos caras de la moneda, pues para que exista el bien ha de existir el mal, para que exista la luz ha de existir la obscuridad, para que exista la seguridad se debe ceder en la privacidad. Es decir, cuando hablamos del ente social aparecen los claroscuros, donde considero pueden surgir las ambivalencias. Apelo a la mercadotecnia para explicar cómo los productos tecnológicos (internet, apps, IA) como cualquier otro producto innovador en el mercado, no tienen un valor per se, su valor está determinado por la utilidad percibida por el individuo y por el colectivo al que éste pertenece, así como por el resto de los actores involucrados. Por tanto, distingo dos grupos, el de las organizaciones (internacionales, gobiernos, compañías, industrias, entre otros) y el de los individuos (usuarios, consumidores, ciudadanos, etc.), ambos con intereses propios, conveniencias y por supuesto necesidades que urgen satisfacer. Visualizo un círculo (quizás no virtuoso) donde las organizaciones requieren y procuran información de los individuos con la promesa de ofrecerles satisfactores que estos requieren para cubrir sus necesidades y a su vez, estos individuos procuran obtener dichos satisfactores a cambio de proporcionar información con lo que ayudan a cubrir las necesidades de las organizaciones de operar, ser vigentes y de permanecer en el mercado, ahí el valor que cada uno atribuye a la información, es un tipo de “moneda”.
Para ilustrarlo tomo el caso reciente de las redes sociales del grupo FB las cuales enviaron su acuerdo de confidencialidad a los usuarios donde informan sobre el uso que harán de sus datos y por qué estos deben permitirlo; finalmente, no es cosa secreta que a FB le conviene tener la información para utilizarla, venderla y beneficiarse económicamente pues ese es su negocio, pero entonces ¿Por qué los usuarios reclaman si en el momento de abrir una cuenta y cargar o “subir” su información saben que la colocan en excelsos servidores propiedad de terceros cediendo la administración de la misma? Quizás no lo parezca, pero el usuario cede voluntariamente ante esta situación sin obligación alguna, es quien decide suscribirse en una determinada aplicación, proporcionar información, sacrificar su privacidad y debe asumir la responsabilidad que por ello se le confiere. Pero entonces ¿Por qué lo hace?
Según Maslow y su jerarquía de las necesidades, a los seres humanos nos motiva cubrir lo más básico como asuntos fisiológicos, la seguridad, lo afectivo (amor y amistad), el reconocimiento y la autorrealización. Ahí, entre lo afectivo y el reconocimiento es justo donde encajan las redes sociales (no necesariamente online), ya que el individuo se halla inmerso en un vertiginoso ritmo de vida dedicado a trabajar hasta tiempos extras para hacerse de los satisfactores que se le ofrecen y mantener un nivel de vida que satisfaga su “autorrealización”, pero poco tiempo le queda para el resto, encuentra entonces que hay tecnologías que le permiten cubrir esas necesidades también: afecto y reconocimiento. Empresas como FB han comprendido bien estas necesidades en las personas que ahora son sus usuarios.
Con esta explicación y retomando lo de la ambivalencia, considero que el dilema en la mayoría de los usuarios de este tipo de aplicaciones no es la seguridad vs la privacidad, considero que 2.400 millones de personas en el mundo que exponemos día a día en FB fotos y comentarios de lo que hacemos, lo que vivimos, a dónde vamos y con quién, esperando cierta reacción de nuestros “amigos” traducida en “likes”, depositamos en ello un valor, exponernos para que nos vean, nos aplaudan, nos reconozcan y nos hagan sentir bien; por tanto, debemos asumir el costo de hacerlo. De igual forma, los que decidimos ingresar datos en largos formularios para recibir productos de forma virtual o directamente en nuestro domicilio, lo hacemos por el valor que tiene la comodidad, la practicidad, el evitar desplazarnos, o para evitar hacer largas filas. Para las empresas y organizaciones la información que reciben es valiosa, pero para los usuarios proporcionarla también lo es.
Reconozco que existen prácticas incorrectas sobre el uso de los datos y la información, urge un marco legal y ético que regule a las autoridades y a las empresas en este contexto, pero los usuarios somos corresponsables de este abuso al no moderar la cantidad y tipo de información que compartimos. Los usuarios hemos atribuido cierto valor a las herramientas tecnológicas que las empresas y gobierno han dispuesto a nuestro servicio y por ello exponemos nuestra información dejando de lado la confidencialidad por conveniencia y la privacidad por reconocimiento, de la misma forma hemos de asumir que el tratamiento y manejo de los datos no solo es asunto de las organizaciones y los gobiernos, también es asunto nuestro. Como sociedad y como individuos tenemos el derecho de exigir buen uso de nuestros datos, pero también la obligación de decidir sobre la información que compartimos, comunicamos, de cómo o por cuál medio lo hacemos. Si al usuario le incomoda estar expuesto, que ya no haga uso de las herramientas tecnológicas, pero si no quiere estar al margen de los avances, habrá un costo, guste o no, para bien o para mal, en lo que las autoridades regulan ese mundo virtual. No perdamos de vista que todavía es el individuo el que tiene el poder de decisión de someterse o no a una aplicación, a pesar de la presión social, aún tiene el control sobre lo que comparte y lo que no, pero eso sí, debe estar consciente de que una vez liberada la dirección, el número de celular, los gustos, la foto personal, del lugar y las personas, ya no habrá marcha atrás
Si al lector le interesa profundizar en el tema, recomiendo la siguiente bibliografía:
- Véliz, C. (7 de enero del 2018). ¿Confiar tus desnudos a Facebook? En El País Recuperado de: https://elpais.com/tecnologia/2018/01/05/actualidad/1515171497_361286.html