Mtro. Miguel Camarena Agudo • Encargado de corrección y estilo del Sistema UNIVA
Así que, de momento, nada de adiós muchachos
Me duermo en los entierros de mi generación
Cada noche me invento
Todavía me emborracho
Tan joven y tan viejo, like a Rolling Stone.
Joaquín Sabina
Cuando era niño me daba la impresión de que el tiempo pasaba lento, como un auto atascado en el lodo. El verano o la Navidad recién sucedían y me embargaba una especie de nostalgia. Desde luego, después de una gran felicidad hay una gran tristeza, después de un gran amor hay un gran sufrimiento, después de un gran placer hay un gran dolor. Condición sine qua non para darnos cuenta de que la vida tiene esos matices, relieves o dimensiones, sin los cuales tendríamos una existencia plana.
Pero, en fin, el tiempo en esa edad de la vagancia tenía un ritmo semilento en el que todo transcurría con tranquilidad. Para mi fortuna o desgracia, como sucede en la vida de barrio, convivía con personas más grandes de edad, eran de alguna u otra manera los mensajeros del futuro o de la vida más allá de la etapa que estaba viviendo. Sus crónicas, relatos o simplemente anécdotas, me hacían querer crecer más rápido, volverme uno de ellos lo antes posible. Sus aventuras, exageradas, dicho sea de paso, me llenaban de una ansiedad y hasta cierto punto de una insatisfacción por lo que me ocurría a mí. Quería conocer ese mundo cuanto antes y como un explorador realizar esas expediciones a las que ellos ya se habían embarcado. Quería crecer y ser uno de ellos.
Con el paso de los años irremediablemente fui creciendo y dando cuenta de esas regiones de la existencia humana que tanto anhelé: el maravilloso paraíso del amor de las mujeres, el viaje con los amigos, las fiestas de fin de semana, los conciertos, las resacas de los domingos. Muchas cosas más fueron sucediendo y no siempre placenteras, pero sí llenas de aprendizajes. La etapa de la secundaria a la preparatoria fue un lapso de tiempo muy significativo, la literatura, la música, el cine, la pintura, complementaron aquello que en la calle y en la escuela aprendía de mis pares y no tan pares. Por ellos aprendí que el arte se paladea cuando a la vida no le ocurre nada. Debo reconocer que corrí con buena fortuna de tener, hasta la fecha, muchos de esos amigos, los cuales tienen y mantienen la maravillosa cualidad de ser unos crápulas locuaces, pero no idiotas. Sí, fue una buena época, de mucha diversión, de autoconocimiento, de nacimiento; fue tan buena que se me escurrió de entre las manos con la velocidad del agua.
En la adolescencia, sin darme cuenta, encontré la fórmula de la felicidad y hasta la fecha a mis ya casi cuarenta años de andar por este mundo, la sigo aplicando en la medida de lo posible. El único problema es la velocidad con que se sigue escurriendo, a diferencia de cuando era un niño, pues hoy los días me resultan horas y los meses días. No sé cómo pasó todo, cómo llegué hasta aquí. He perdido y encontrado, he dejado y me han dejado. Hoy me doy cuenta de la gran verdad contenida en ese lugar común de que la vida es un sueño, es cierto, se va rápido créanme. Mi padre no hace mucho cumplió 65 años y estando en su celebración de cumpleaños le pregunté sobre qué pensaba acerca de la vida y me dijo que para él la vida era un instante. Escuchar eso me impresionó en demasía. De la misma manera que me impresionó leer un texto de Enrique Krauze donde él cuenta lo que le respondió Octavio Paz una semana antes de que morir a su pregunta de si, ¿quería algo? o, si ¿se le ofrecía algo?, a lo que el poeta enojado y desde su silla de ruedas le contestó – ¡vivir, vivir! -.
Otros lugares comunes para terminar: la vida es corta. Y a lo mucho es un conjunto de instantes o momentos todos efímeros, muchos sublimes e inefables. Somos presente y recuerdo a la vez. Y por eso pienso que estamos obligados a vivir y a convivir, de tal manera que infundamos o nos infundan el exacerbado deseo de vivir.
Al principio yo no entendía nada, pero ahora lo entiendo. Entiendo lo que dices, entiendo lo que mi papá entendió. Que en la vida te vas a cruzar con un montón de pendejos que no entienden nada, que no saben lo que hay detrás de las cosas, el mundo sólido pues. Que no importa qué pase, siempre que tengas eso, que puedas ver lo que hay detrás de las cosas. Lo único que no te pueden quitar es ese sentimiento… Ahora sé de qué sentimiento hablas. Mi papá decía que, si el mundo era una estación de trenes y la gente los pasajeros, los poetas no son los que van y vienen, sino los que se quedan en la estación viendo los trenes partir.
Fragmento de la película “Güeros”