Dr. Juan Manuel Madrigal Miranda • Docente UNIVA Uruapan
Recordando el pasado 22 de abril del 2020, en pleno pico del contagio por el COVID-19, se conmemoraron los 50 años del establecimiento del “Día de la Tierra”. Hubo grandes conferencias virtuales locales y mundiales a cargo de personas expertas en el objetivo de detener la destrucción de los ecosistemas planetarios, la protección de la naturaleza y el ambiente.
Como es harto sabido entre la población más consciente del planeta, la ONU con los países que la integran ha resumido el intento de detener el deterioro ambiental, base de la economía y cultura planetaria, en el paradigma del Desarrollo Sustentable (DS): un equilibrio entre la ecología y la economía. Ya no vamos a repetir aquí las múltiples definiciones del DS pues queda claro que es el concepto más elaborado por la humanidad, hasta hoy, donde se sintetizan todos los aspectos cruciales de la vida humana en su relación con la naturaleza. El DS es quizá el último sueño dorado de la conciencia humana.
La Carta de la Tierra por su parte, es un esfuerzo por aterrizar los principios y valores humanos benignos del DS en la dinámica de cada formación social e incluye el aspecto deseable en lo ecológico, económico, social, cultural, político, ético y espiritual; considerando que estos aspectos son interdependientes y necesarios recíprocamente, sin ellos, no es posible realizar el DS. Una estrategia clave de la Carta de la Tierra es insertar orgánicamente sus principios y valores en los sistemas educativos, en las familias y en cada individuo.
En lo que pudimos ver, se hizo hincapié en cómo acelerar la transformación benigna, es decir, cómo detener la acelerada destrucción de los ecosistemas y aminorar los efectos del cambio climático mundial, ahora retos más agudos por los efectos del COVID-19 cuya manifestación aún no concluye. Respecto al cómo, se habló un poco de la “internalización” de estos principios y valores, de “aumentar la conciencia” para pasar a las acciones transformadoras y lograr la sustentabilidad, de la justicia social y de la paz. Incluso se habló de la gran importancia de la “espiritualidad” pues, un gran obstáculo en la vida cotidiana y sus prácticas existenciales son los defectos de carácter (llamados así por la psicología): avaricia, soberbia, envidia, gula, lujuria, ira ciega, pereza (las religiones humanistas los llaman “Pecados Capitales” o “venenos”).
Una pregunta importante es, ¿qué cambia con el conocimiento, información y acciones compartidas, en eventos como el dedicado al Día de la Tierra? Me parece que el núcleo del asunto, lo más importante, es la noción o teoría del cambio pues ya hay abundante información de los agravios.
En una gira de conferencias y talleres, coordinadas por nuestro amigo Mateo Castillo Ceja, punto focal para la promoción de la Carta de la Tierra en México, fuimos con un gran equipo de expertas y expertos en DS a varias partes de la geografía michoacana para mostrar la importante relación entre el DS y la Carta de la Tierra, con el fin de injertar estas dimensiones en los planes de estudio (currículo) de las instituciones educativas de este Estado y así, coadyuvar a que los ciudadanos hagan sustentables sus estilos de vida personales y sus actividades económicas y productivas.
Entre los expertos docentes y expositores con que fuimos, el Dr. Dante A. Ayala Ortiz (destacado economista e investigador de la UMSNH) mencionó en una de sus participaciones que “habría que pasar del egosistema al ecosistema”, lo cual se me hizo una expresión muy brillante en el sentido de que va al meollo del asunto del cambio, del cómo realizar la trasformación clave del DS y de la Carta de la Tierra, pues se liga lo objetivo con lo subjetivo. Así, retomo la expresión del Dr. Dante y la desarrollo a cierta profundidad enseguida, basándome en un profundo análisis del eminente neurocientífico John Welwood (editor) y asociados, en la obra The meeting of the ways (explorations in East/West psychology), New York: Schocken Books, 1979.
Para hablar del “egosistema” es necesario saber qué es el “ego” o egocentrismo. El ego es la identificación con un pensamiento al cual, idolatramos como testigo (observador) inmutable de toda experiencia y lo consideramos nuestro ser más íntimo y el núcleo de nuestro cuerpo (cerebro).
El ego es una función del egoísmo, no su causa, por eso se puede trascender, relativizar, desprender la conciencia de la autoimagen. El egoísmo es un sistema de creencias, sentimientos, percepciones y conductas que surgen cuando la experiencia está centrada en uno mismo. El producto de esto es la ansiedad y frustración crónicas, la agresividad, la vanidad, la avaricia, la envidia, los celos, el hedonismo y la depresión.
El egoísmo se sostiene en tres pilares: 1) la creencia de que la identidad e importancia de una persona necesita demostrarse; 2) que nuestro valor e identidad dependen del reconocimiento y aprobación de los demás (experiencia intersubjetiva); 3) que la felicidad y la plenitud se dan cuando establecemos nuestra identidad e importancia.
El ego y el egocentrismo se sostienen por la autoimagen en donde el proceso general de la vida (un proceso orgánico ininterrumpido, absoluto) se reduce a un “pliegue” del cerebro, a un “huevo duro” encerrado en una bolsa de piel -como decía el sabio Alan Watts-. Así, el medioambiente y los demás, se ven como enemigos y objetos de uso.
La autoimagen es la síntesis del egoísmo, es su forma concentrada, el lugar donde vive. Se nutre de la autoconciencia: dialogo repetitivo de un pensamiento con otros. La autoconciencia es un círculo vicioso, ilusorio, que nos saca de aquí y ahora no conceptual.
El concepto de ecosistema empezó a madurar con Arthur Stanley en 1935 quien lo entendió como una unidad reconocible de plantas, animales y sus componentes físicos y químicos del ambiente inmediato o hábitat donde la materia inorgánica, a partir de la energía solar, se transforma en flujos energéticos con la acción de los organismos fotosintéticos, los cuales, son la base alimenticia de los organismos consumidores. Un ecosistema es pues una interacción entre un todo específico y sus partes.
A partir de los años 50 y 60 del siglo XX la ecología empezó a considerarse como una disciplina biológica en sí misma, entendiendo al planeta Tierra como un conjunto de sistemas donde conviven elementos bióticos -con vida- y elementos abióticos, donde el espacio y la nutrición mutua los une.
Esta asociación biológica recibe el nombre de “biocenosis” donde hay organismos autótrofos y heterótrofos, los primeros son como las plantas y microbios, que generan substancias orgánicas a partir de fuentes externas de materia y energía. Los heterótrofos son seres vivos que se alimentan de materia orgánica ya existente, como los animales, principalmente. El hábitat o biotipo es el lugar donde un organismo vivo encuentra las condiciones para su ciclo vital.
Las plantas son la puerta de entrada de la energía solar para el ciclo de la vida, donde el carbono inorgánico atmosférico (CO2) se transforma en carbono orgánico (azúcares) con desprendimiento de oxígeno.
La unidad básica de estudio en la ciencia de la Ecología son los ecosistemas. No hay ecosistemas completamente aislados, lo que ocurre en uno afecta a los otros. Un ecotono es una región de transición donde se superponen dos o más ecosistemas; hay especies que pueden pertenecer a dos o varios ecosistemas al mismo tiempo.
Los ecosistemas relacionados se agrupan en clases mayores, en biomas, los cuales están determinados por la precipitación pluvial y la temperatura, son zonas bioclimáticas. Un bioma es pues una parte determinada de la Tierra que comparte un clima, vegetación y fauna, que sirve para organizar el mundo natural. Cada bioma es un conjunto de pequeñas comunidades. Existen varias formas de clasificar los biomas, usualmente se clasifican en terrestres y acuáticos (de agua dulce y marinos) así, tenemos biomas polares, de desiertos, montañas, bosques de coníferas, bosques templados, praderas, bosques tropicales y arrecifes de coral.
La biodiversidad que existe en los ecosistemas conforman el milagro y belleza del planeta Tierra, la cual se encuentra hoy dramáticamente amenazada por las actividades humanas, las cuales además del natural cambio geológico han dado lugar al presente calentamiento global del planeta y al cambio mundial de clima con sus amenazantes efectos que ponen en riesgo a la biodiversidad y a la propia especie humana.
Ante este desafiante panorama, precisamente este escrito pretende aportar un grano de arena al punto clave para comprender el proceso de deterioro, es decir, responder a la pregunta crucial: ¿cómo evitar el desastre global, ambiental y social?
Comprendiendo que los grandes problemas mundiales en gran parte dependen de decisiones personales de los líderes de las naciones, lo cual es un espejo del nivel de conciencia de cada comunidad humana y ésta, de la condición de cada individuo, de su grado de evolución personal, de su estado mental y emocional. El todo depende de cada átomo que lo integra, cada uno de nosotros es un conjunto de sensaciones, pensamientos y emociones, lo cual determina nuestros actos y efectos sobre los ecosistemas naturales y urbanos.
Al saber que el ser humano es una unidad mente-cuerpo, donde su mano, pie, vista y habla se activan por su voluntad e intenciones, en una dinámica orgánica, consciente o inconsciente con el ambiente, cuyo piloto es su autoconciencia, y que esta tiene un núcleo en torno al cual gira cualquier sensación e intención: el yo como vehículo de los propios pensamientos y emociones, entonces TODO instante de una persona depende de si se autoconcibe como un yo relativo en interdependencia absoluta con su ambiente (suelo, aire, cosas, personas, árboles, agua, etc.) o como un ego ilusorio y fantasioso (narcisismo) que cree que es algo separado o trascendente de su entorno, ambiente, y que los demás y la biodiversidad, el milagro de la vida, son “cosas” para satisfacer sus insaciables deseos destructivos de todos y todo, la locura, un cuento absurdo…
Así, como en todo pensamiento estratégico con un objetivo benigno, si no tenemos claro cuál es el objetivo fundamental, y en este caso es desinflar nuestro ego (yo falso), entonces siempre estamos fuera de foco, echando balas perdidas, culpando a otras personas, inventando conspiraciones y chivos expiatorios sinfín.
Al estudiar la historia de los métodos de transformación, de lo sano a lo insano, métodos religiosos, espirituales, éticos, psicológicos, económicos, neurocientíficos, políticos, etc., descubrimos que tienen como condición de existencia a los principios y valores humanos nobles. Un principio es una proposición que afirma algo para crear una cadena de pensamientos, es un axioma (una condición indemostrable que permite crear algo) y un valor es una proposición que afirma algo como deseable.
Los valores son jerárquicos, es decir, unos son más amplios e importantes que otros como los conceptos, los cuales tienen contenido (características) y extensión, así, el concepto de “fruta” es más amplio que el de “pera”, y el de “ser” tiene más extensión que el de un objeto (vaso) o persona especifica (Jesús).
El concepto de bondad, justicia, amor, armonía, salud, vida, equilibrio ecológico, etc., están en la cima de los valores y en la sima (fondo), como antivalores e implicaciones están: ego, egocentrismo, narcisismo, injusticia, contaminación ambiental, extinción de especies. Pero dentro de estas dimensiones la clave es la contradicción entre: yo sano, ego enfermizo y ecosistemas, pues cronológica y orgánicamente los ecosistemas anteceden al yo humano, pero sin un “Yo” no hay experiencia de un ecosistema, están en relación dialéctica.
Hoy, hay que pasar del egosistema delirante a los ecosistemas, biomas sanos, sustentables: manantiales potentes, frescos y cristalinos brotando entre los bosques y selvas, donde cantan los jilgueros y sestean los jaguares…
Uno de los métodos más directos y efectivo para pasar del egosistema a los ecosistemas, para relativizar nuestro yo falso, es el cultivo metódico de la atención, la Atención Plena (mindfulness): darnos cuenta de qué estamos sintiendo y pensando en este continuo que llamamos vida, anclados en el principio de que estamos hechos para el bien y la justicia, para el amor a la vida.