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¿Qué es la conciencia?

Dr. Juan Manuel Madrigal Miranda • Docente UNIVA Uruapan

 

Ante el escenario social actual, dicen los obispos mexicanos (CEM) que la tarea más urgente e importante para los católicos (y todo ser humano) es la “formación de la conciencia” propia y ajena (véase, Cristo Nuestra Paz, 63s). Ante esta aseveración se impone la pregunta ¿Qué es la conciencia?

El papa emérito Benedicto XVI, con toda su sabiduría y erudición, en 1991 ante la Asamblea General de Obispos Norteamericanos, expuso un profundo análisis de lo que es la conciencia humana, esta disertación está recogida en su libro Verdad, Valores, Poder (Ed. Rialp, España, 2006, 6.ª Ed.). Antes de entrar de lleno al aporte del papa haremos algunas precisiones y consideraremos a “conciencia” como sinónimo de “mente”.

Para la psicología profunda, la neurociencia y la filosofía, la conciencia es ser consciente, y ser consciente es darse cuenta de algo ya sea externo o interno a nuestro cuerpo. Esto nos revela que la conciencia y la percepción están íntimamente ligadas. Percibir es adquirir información a través de los datos de los sentidos y de la memoria. El cerebro y la mente perciben por totalidades (unidades de formas de sentido ya sea, sano o insano). La percepción es clave para llegar a lo verdadero (la adecuación del pensamiento con el objeto), pero hay factores que distorsionan la percepción (imágenes erróneas), tales como los intereses económicos mezquinos, creencias y actitudes erróneas, el egoísmo, mensajes falsos, degradantes o manipuladores, el estrés, las emociones destructivas, el ruido, el mal uso de la radio, TV e internet, las prisas, etc. Los obispos nos dicen que el mal surge “de una imagen distorsionada de sí mismo” (CNP, p. 43), es decir, de una percepción errónea, de un falso darse cuenta, como una alucinación o espejismo. Esta es la falsa conciencia.

El P. Ignacio Larrañaga, señala que los tres changos malangos vagando entre las calles de la sociedad que embotan la conciencia son las “3D”: la D de dispersión, la D de distracción y la D de diversiones superficiales e insanas. Este es el contexto de la percepción, y por tanto el alimento venenoso de la falsa conciencia cotidiana. Benedicto XVI nos dice que la conciencia sana es “unidad de conocimiento y verdad”.

Para el liberalismo y el relativismo radical que siempre lo acompaña, considera que no hay verdad sino solo creencias asumidas, y que en todo caso la verdad es el “progreso”, “el éxito”, es decir, la capacidad de consumo de cosas y de personas. Para esta cosmovisión no hay instancia más alta en la propia conciencia que su propia razón, o sea, que considera a la subjetividad como infalible, es a sí misma su norma suprema. Esta es la libertad según el liberalismo, la ideología dominante en Michoacán y el mundo. No es difícil comprender la falsedad y malicia de esta postura: pregúntele a un necio si es necio, a un soberbio si es egoísta, a un alcohólico si es adicto. La falsa conciencia es un círculo vicioso destructivo, un autoencierro.

El papa emérito muestra como en la conciencia verdadera hay un Testigo (Dios, como sumo bien, la Trinidad), la voz del Espíritu Santo, el candor natural que nos muestra la evidencia de que estamos pecando, dando vida al mal. Benedicto retoma el concepto platónico de “anamnesis” (al igual que san Agustín) y lo pone como el núcleo más íntimo de la conciencia: tenemos grabado en nuestro ser la comprensión fundamental de lo bueno, es un recuerdo primordial del amor, la verdad y la justicia. Estamos hechos para hacer el bien. La anamnesis, este sentido interior, es el plano ontológico (substancial) de la conciencia; la otra dimensión de la mente es el juicio, el razonamiento en relación con el recuerdo primordial. El juicio no es una cualidad estable de la conciencia, sino un acto que se elabora ante ciertas circunstancias, lo que es permanente es la anamnesis.

Ante todo lo expuesto, lo cual ha sido el intento por comprender la raíz principal de la violencia y el caos que nos invade, una conclusión se impone: dado que la naturaleza de la conciencia (mente) es el darse cuenta por medio de los estímulos sensoriales (cinco sentidos) y los estímulos de la propia memoria (voluntariamente o por libre asociación), entonces no podemos darnos cuenta fácilmente del recuerdo primordial (anamnesis) cuando hay sobreestimulación sensorial, hiperactividad, estrés y ansiedad.

Sin una metódica reducción y purificación de los estímulos sensoriales y otros factores que distorsionan la percepción, el darse cuenta, entonces la conciencia se desintegra. Mente personal fragmentada es igual a sociedad fragmentada, sin tejido social. Esta desintegración explica simbólica y brutalmente real el fenómeno de los descuartizamientos y caos que nos rodea.

El ejercicio espiritual clave para “formar la conciencia”, “hacer conciencia” en cada uno de nosotros es educar a la atención, la concentración, pues estas nobles amigas son la esencia de la dinámica de la verdadera conciencia: la que escucha, se da cuenta, de la voz del Espíritu Santo. El camino más directo a la raíz de la paz es la oración de silenciamiento, la contemplación, la Lectio Divina, renunciar a la hiperactividad, sobrestimulación sensorial, al consumismo, a la vanidad, pasar del asistencialismo social al compromiso orgánico, político, con los más pobres económicamente por sometimiento estructural, y con los olvidados, con la “escoria del mundo”, y con los perros callejeros. Esta es una vereda llena de serenidad, vitalidad, flores, jilgueros cantando y espinas benditas… es el camino de la paz en Cristo.