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Diego Antonio Calderón Villanueva “Rollo” • Pasante de la Licenciatura en Psicología

 

Eres un gran escultor. Ante ti se encuentra un nuevo lienzo; un bloque de mármol. Te emociona la posibilidad de crear. Pones todo tu empeño en ser preciso. Le inviertes tiempo y esfuerzo. Realmente estás apasionado con este proyecto. Tienes tu confianza puesta en que harás un trabajo extraordinario. Piensas que puede ser tu obra maestra. Y así es; la bella estatua en la que pusiste tanto empeño, de pronto, cobra vida.

A grandes rasgos, eso es lo que acontece en el mito griego escrito por Ovidio, del que deriva “La profecía autocumplida” o “El efecto Pigmalión”, fenómeno investigado por los psicólogos Robert Rosenthal y Leonore Jacobson en 1968; ese proceso mediante el cual las creencias y expectativas afectan a la conducta, ya sea propia o la de los demás. Lo curioso, es que puede ser tanto en un sentido positivo, como negativo.

Quizá, el ejemplo más claro del aspecto positivo sea el de Pinocho; en el que Geppetto anhelaba tanto que aquel muñeco de madera fuera un niño de verdad, que al final el Hada Azul se lo terminó concediendo. Es decir, si hay alguien que constantemente nos valora, nos anima y nos considera capaces, creará un entorno estimulante y nos impulsará a desarrollar una autopercepción potencializada, que, en conjunto, nos permitan alcanzar determinados objetivos que empaten con la expectativa original.

Por otro lado, hablando del aspecto negativo, puede ser ilustrado con la sabiduría contenida en el refrán de la cultura popular: El que con lobos anda, a aullar se enseña. No nos sorprenda que, si nos desenvolvemos en un entorno lleno de “lobos”, es decir, personas que demeritan nuestras capacidades o nos menosprecien, comencemos a desarrollar nuestras propias creencias limitadoras, y eventualmente, terminemos convirtiéndonos en incapaces.

Este fenómeno también puede observarse en las distintas esferas en las que nos desenvolvemos, como la escuela, las empresas, o incluso dentro de la misma familia; por lo que es importante analizar las creencias propias acerca de nuestro desempeño, y percatarnos, a su vez, de la influencia que tienen nuestras expectativas sobre las personas que nos rodean: hijos, alumnos, empleados, amigos, etc.