Dr. Fabián Acosta Rico • Docente-Investigador UNIVA Guadalajara
Gracias en buena medida a Disney, la bruja representaba hasta hace unas décadas la degradación femenina; arquetípicamente encarnaba, en el mundo onírico de los cuentos de hadas, a la madre falsa y malvada; entiéndase a la madrastra que rivalizaba con la princesa por la primacía en la corte y en el reino.
En el folclor popular europeo, la bruja chamánica era capaz de transformarse en gato negro, en su caldero cocinaba niños o elaboraba todo tipo de pociones, usaba la escoba no para barrer, sino para volar… este hórrido ser era la concubina del diablo; si la monja se desposa castamente con Cristo Jesús; la bruja pactaba con Lucifer para obtener de él un gran poder a cambio de su alma inmortal.
Hoy la figura de la bruja ha sido revalorada por los movimientos progresistas y feministas, quienes la retoman como símbolo arcaico de la emancipación femenina; estos mágicos seres de fantasía inspiran a estos movimientos pues los disciernen y califican como las primeras mujeres que decidieron, desde su soledad y marginación, confrontarse con el poder patriarcal representado por la figura del Dios padre celestial.
Muchas de las adolescentes y jóvenes feministas se sueñan brujas con poderes psíquicos y mágicos entregadas a cultos paganos y anticristianos de adoración a las potencias etéreas y procreativas de la madre naturaleza. En los imaginarios religiosos y culturales de las generaciones nativas digitales las brujas han sido invocadas y están de regreso; no son más hórridas y viejas, sino verdaderas maléficas de góticos encantos capaces de doblegar al masculino opresor sin utilizar la fuerza física; su poder provendría de su dominio de las artes oscuras y demoniacas.
El mundo oculto de Sabrina es una serie en sintonía con este nuevo advenimiento de las brujas, en tiempos postmodernos, con cuatro temporadas todas montadas en la plataforma de Netflix. En sus primeras temporadas, la familia Spellman, compuesta por la propia Sabrina, sus dos tías Hilda y Zelda y su primo Ambrose, quienes son leales a la Iglesia de Satán y al Señor Oscuro o Ángel Caído; para la tercera temporada el protagonismo del mundo infernal se ve eclipsado con la inclusión de otros seres de orden pagano y mitológico. Al pueblo de Greendale llega una feria cuyo elenco está formado por seres demoniacos precristianos que están en franca rivalidad con las brujas. Rompiendo con las concepciones teístas, El mundo oculto de Sabrina, nos sorprende dejándonos en claro que la realidad sobrenatural no sólo la pueblan brujas y santos; ángeles y demonios; la habitan también los dioses antiguos y los seres elementales como los trasgos, los gnomos, las hadas y duendes.
En la cuarta temporada, la ficción literaria gana en el argumento de la serie, incurriendo en una verdadera blasfemia contra el credo satanista, Sabrina reaparece como reina del infierno desplazando a quien resultó ser su verdadero progenitor, Lucifer, estrella de la mañana; es así que la hija adolescente vence y supera al padre.
Los antagonistas de Sabrina no serán finalmente los ángeles celestiales; sino entidades que están más allá de Dios y del diablo. Traídos de la literatura de terror de H. P. Lovecraft, invocados por el antes sumo sacerdote de la Iglesia oscura, el padre Blackwood, hacen aparición los terrores cósmicos, entidades que preexistieron cuando el universo aún era joven, oscuro y caótico. En esta última entrega, Sabrina asume el megalómano rol de salvadora no solo del mundo, sino del cosmos y de la realidad.
La bruja adolescente y postmoderna alcanza su exaltación máxima en esta neo-mitología de ficción en la que tienen cabida credos, símbolos y seres deíficos y demoníacos antiguos y modernos; en este meta-relato, hecho para consumo juvenil, el antes Señor del Mal, Lucifer es tratado con irreverencia y es degrado a su condición de ángel caído, por mucho, inferior a los terrores cósmicos. Es un hecho que, en la cultura y esoterismo de masas, no sólo se le ha perdido el miedo y el respeto a Dios, sino también al adversario, Lucifer.