La figura del pastor resulta muy familiar, puesto que muchos de los líderes habían sido pastores de ovejas y entendían perfectamente la función que tenía un pastor, de tal modo que resulta muy fácil ver la diferencia que existe entre un asalariado, que solo cumple sus obligaciones, pero es indiferente ante las necesidades de las ovejas, y esa figura del verdadero pastor, que vela, cuida y protege a sus ovejas, sobre todo a las más vulnerables, enfermas y débiles, esta figura la relacionan con Dios.
En este evangelio Jesús nos muestra que es el pastor por excelencia, el que ha sido capaz de dar la vida por las ovejas, que no piensa solo en sí, sino que ante las necesidades de sus ovejas las protege, cuida y se entrega por ellas.
Por eso el Señor que nos cuida nos protege y no nos abandona, nos llama a nosotros a ser pastores de los demás, así como el cuerpo es uno y cuidamos de él, así cuidemos de cada uno de nuestros hermanos, sabiendo que el Espíritu Santo nos asiste y nos hace experimentar el gozo y la satisfacción que se siente cuando nos donamos y vemos por el prójimo.
Pidamos pues el don de poder amar a nuestros hermanos, sobre todo a los más necesitados y menos afortunados.