Este evangelio nos enseña que cuando hagamos, actos de caridad, lo hagamos sin pretensiones externas. Hagamos siempre el bien, y con amor, no esperando jamás recompensa. Como suele decirse, que no se entere la mano izquierda lo que haga la derecha. Todo debe ser un acto de fraternidad humana. La asistencia al prójimo es un acto de fe.
En este caso el compromiso es ayudar sin que sepan los demás, al menos por nuestra parte. Así que, actos como el de la limosna y el ayunar debe ser un acto de voluntad propia y de conciencia íntima. Que nadie lo sepa. Sólo debe actuarse con amor hacia los demás en un acto caritativo. Eso nos llevará a un estado de fraternidad universal tan necesario en estos tiempos. Pidamos la ayuda a Dios, para que seamos más generosos y busquemos siempre hacer el bien, sin prejuicios o viendo a nuestro juicio quien necesita y quien no, eso solo le corresponde a Dios, a nosotros nos corresponde ser bondadosos y benevolentes con los demás.
