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La familia como Iglesia doméstica en tiempos de pandemia

Alejandro Mayoral Saldaña • Estudiante de la Licenciatura en Teología UNIVA Online

 

El tiempo de pandemia ha replegado a las personas a permanecer en casa. Los templos, lugares de reunión para celebrar la fe, han quedado vacíos. Si existía la inercia en el mundo de desplazar la vivencia de la espiritualidad del templo a la vida, ahora las circunstancias han acelerado ese proceso. Así como el confinamiento llevó a las personas al aprendizaje del uso de la tecnología de manera acelerada, en este momento, la búsqueda del sentido de la vida se vuelve también apremiante.

Si entendemos la espiritualidad, desde nuestra humanidad, como la manera de canalizar la energía interna hacia la construcción de nuestra persona para vivir en profundidad, o como el contacto que la persona tiene con su interior que lo lleva a descubrir a Dios, entonces, la primera búsqueda de Dios está en el interior y después en los ritos. Es decir, el encuentro con Dios en la vida es previo a la búsqueda de Dios en el templo.

La búsqueda de la trascendencia va más allá de las religiones, del templo y de los ritos. Estos últimos podrían asemejarse al vaso que contiene el agua, siendo el agua la espiritualidad. Sin embargo, puede haber varios tipos de contenedores y resguardar bien el agua, la espiritualidad que contienen. Martin Luther King fue un gran profeta, como lo fue monseñor Romero o Mahatma Gandhi. Todos vivían el encuentro con Dios que los lanzaba a la construcción de su Reino, pero el contenedor del agua era diferente.

Hay quien habla de la añoranza del templo por la cuarentena, pero, si la divinidad habita en la persona, ¿será tan necesario el templo? ¿No será que se ha reducido a través de la historia el encuentro con Dios sólo en el templo? ¿No es la familia un lugar sagrado a quien se le ha llamado la iglesia doméstica? ¿Es posible encontrar a Dios y construir su reino en las relaciones interpersonales? Hoy tenemos la gran oportunidad de descubrir a Dios actuando en la vida, no sólo en los ritos. Los ritos sin amor, que no llevan a acciones concretas de bondad al prójimo en la vida ordinaria, son actos vacíos, secos, no fecundos.

Las primeras comunidades cristianas nacieron en los hogares de los conversos. Fueron estas familias quienes se convirtieron en centros de evangelización, de anuncio de la buena nueva. Lugares en los que a los cristianos los reconocían por la forma en cómo se amaban. Su vida comunicaba esperanza y no había necesidad del templo para evangelizar. ¿Será posible que las familias de hoy se vuelvan a convertir en lugares donde se dé testimonio del amor de Dios?

El papa Francisco nos ha llamado a ser una Iglesia de salida, una Iglesia cercana a la gente. Y, en este contexto, la Iglesia doméstica, la familia, está llamada a eso. Su exhortación apostólica sobre el amor en la familia, Amoris Laetitia, es clara y contundente. Habla de lo que la ciencia llamaría hoy en la investigación indicadores. Es decir, signos visibles y observables de la presencia del amor de Dios. Si los ritos tratan de comunicar verdades de fe, las familias están llamadas a dar testimonio de la manifestación del amor de Dios a la humanidad. No es una utopía. Es posible.

Amar en familia es ser Iglesia que acoge a Dios. La tolerancia, el servicio, el perdón, el diálogo, la paciencia, la comprensión y el no tener envidias, son signos visibles del amor de Dios entre los seres humanos que, vividos en familia, se convierten en clases magistrales de la primera y más importante escuela de vida cristiana: la familia.

Más allá, la vida vivida en profundidad, en una búsqueda constante del sentido de la existencia, abre la puerta al encuentro con Dios, con los demás, consigo mismo y con la naturaleza. Paradójicamente, la vida interior auténtica, no aísla a las personas, sino que las une con lo que las rodea. Los seres humanos que viven una vida interior fuerte dan la vida al servicio de los demás.

No perdamos la esperanza en el confinamiento. Veamos más bien la gran oportunidad de la vida de poder crecer espiritualmente en el encuentro con aquellos con quienes compartimos en el hogar. Este es un llamado para todos. El amor no tiene derechos de autor. Dios se da a todos y en todos se manifiesta.