Este Evangelio nos presenta el relato del Bautismo de Jesús, que se presenta donde Juan para recibirlo al igual que todos los presentes, pero Juan se niega a hacerlo pues reconocía en Jesús esa autoridad de Hijo de Dios, el Mesías esperado, y que debería ser lo opuesto, es decir, que Jesús debería bautizarlo a él.
Se estaba cumpliendo en ese momento, eso de lo cual Juan predicaba, que vendría un hombre con poder y que bautizaría no solo con agua, sino con el Espíritu Santo, pues aquel del que decía, estaba delante de Juan, con esa humildad que lo caracteriza, pues ante la negación de Juan, descubrimos que Jesús le pide realizarlo, ya que es necesario que se cumpla toda justicia y debía ser bautizado con agua y ante tal acontecimiento se confirma que Jesús es realmente el Hijo de Dios, pues se ha escuchado esa voz del Padre que dice; Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo complacencia. Este acto que Jesús acaba de realizar es del agrado del Padre.
Este evangelio nos recuerda que por el bautismo nosotros somos Hijos de Dios y estamos llamados a vivir nuestro ser cristianos, siendo obedientes con el Padre que nos ama y Jesús nos enseña cómo hacerlo, siendo humildes, sencillos, dejando que Dios sea el que obre en cada uno de nosotros y de esta manera transforme nuestra vida.
