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El alma robada

Pbro. Lic. Armando González Escoto • Director de Publicaciones del Sistema UNIVA

 

Con este subtítulo la Deutsche Welle, una de las radiodifusoras internacionales de mayor prestigio, lanzó un interesante documental sobre el patrimonio artístico que los países colonialistas, Alemania entre ellos, sustrajeron de las naciones africanas ocupadas, sobre todo, durante el siglo XIX y parte del XX.

El ejercicio documental resultó neutral, impecable y crítico, provocando el replanteamiento de numerosas cuestiones que desde hace años siguen sin resolverse, aún más, desde hace siglos.

El botín de guerra fue costumbre primero de los pueblos bárbaros y después de los civilizados; sin mucho averiguar quién hubiese iniciado un conflicto armado o de qué parte estuviese la justicia, el ganador se convertía en saqueador de todo, no sólo del arte. Perviven incluso famosos monumentos que retratan el saqueo de las obras valiosas propiedad de los pueblos vencidos, por ejemplo, en el antiguo Arco de Tito. Napoleón y Hitler siguieron la misma escuela, pero con ellos y antes de ellos todas las potencias imperialistas han actuado de igual manera. En el mejor de los casos se han robado las obras de arte, en el peor, las han destruido, como fueron los casos lamentables del Partenón en Atenas o del Palacio de Verano de Pekín, ambos devastados por las tropas británicas.

Hoy día numerosos juristas, curadores museográficos, y expertos en arte están de acuerdo en que los patrimonios culturales sustraídos a los pueblos ocupados deben ser simplemente devueltos a sus creadores y poseedores originales, tal es la postura de Bénédicte Savoy, miembro del Colegio de Francia, o de Emmanuel Pierrat, entre muchos otros, pero rara vez ha sucedido, ya que una cosa es lo que digan los expertos y otra la que hagan los políticos. Grecia mantiene desde hace años una querella con Inglaterra exigiendo se le devuelvan las piezas que adornaban el Partenón y que los ingleses embalaron y se llevaron sin mayor problema. Otro tanto han exigido diversas naciones africanas, pero también Perú y México.

Si sólo Egipto lograra la devolución de su patrimonio, todos los museos de medio mundo perderían un alto porcentaje de su riqueza, y Egipto, además, no tendría donde exhibirla, aunque los egipcios dirían que ese ya sería problema de ellos.

Cuestión compleja, se ha dicho, pues no todo el patrimonio circulante fue necesariamente robado, muchas obras fueron vendidas o regaladas por particulares o por los mismos gobiernos constituidos. Luego, habría que ponerse a investigar como fue que tales o cuales objetos llegaron a los países que ahora los poseen, y revisar a fondo la actualidad y justicia de las leyes internacionales en esta materia.

Mientras el tema se discute, Mwanzulu Diyabanza, activista africano, se ha dedicado a sustraer piezas artísticas de su país, de los museos europeos que las ostentan, desde luego sin llegar más allá de la salida, pues su acto es más una denuncia que un intento real de recuperarlas. Sin duda que la UNESCO debe aplicarse a la solución de este problema mundial estableciendo posiciones de equilibrio que satisfagan a ambas partes, toda vez que el arte es el alma de los pueblos, y a nadie le agrada que le roben su alma para exhibirla en un museo.

 

Publicado en El Informador del domingo 1 de noviembre de 2020