Me levantaré, volveré a la casa de mi padre.
Excelente miércoles a todos, querida comunidad. Miércoles, mitad de semana, vamos a tomar con calma las actividades de esta semana y a hacer un stop para descubrir la mirada de Dios en nuestra vida. El Evangelio que proponemos es el llamado del hijo pródigo, que tiene muchísima tela de dónde cortar, pero que vamos a centrarnos en dos aspectos, que nos ayuden a hacer una buena confesión.
Primero, el hijo pródigo, después de pecar contra su padre, se siente indigno del nombre de hijo. ¡Algo imposible! No dejamos de ser hijos de Dios por mucho que pequemos, pero podemos sentir tan fuerte la culpa que tengamos ese pensamiento. Aun así, es bueno sentir ese dolor de los pecados, siempre y cuando tenga la seguridad de que el Padre perdona todo y lo mueva a volver a Él, concretamente en la confesión.
Y un segundo aspecto, la actitud del Padre en cuanto ve venir a su hijo: sale corriendo a su encuentro. Así de locamente grande es el amor de Dios: aunque sea decepcionado, siempre perdona, aunque haya sido humillado, responde con ternura, y no pierde tiempo para restaurar a su hijo. Amigos, así pasa cuando nos preparamos para la confesión, Dios nos mira llegando y quiere salir corriendo a nuestro encuentro. Por eso, conviene no perder tiempo y dejar que Él venga y nos sane interior y realmente.
El sacramento de la confesión más que una introspección, que aunque es necesaria, es una experiencia de la mirada y la acción de Dios en nuestra vida. Con este enfoque, no tanto en el hijo pródigo sino en el Padre Misericordioso, acudamos con alegría y esperanza para volver a nuestra verdadera casa, a la casa del Padre.
¡Ánimo! ¡Bonito miércoles