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Pbro. Lic. Armando González Escoto • Director de Publicaciones del Sistema UNIVA

 

Desde los tiempos más remotos, los pueblos occidentales se han sentido atraídos por una civilización situada allá, donde nace el sol. A esa región le llamaron el extremo oriente, y en torno a ella tejieron innumerables leyendas, destacando aquellas que hablaban de su infinita riqueza. Pero nunca fue fácil, en aquellos tiempos, llegar a ella.

China está naturalmente protegida por tres murallas naturales y una artificial. Al oeste la protege el inmenso desierto de Gobi y el desierto de Taklamakan, que en conjunto constituyen un área de 1,565,000 kilómetros cuadrados, al sur la imponente cordillera del Himalaya, con 2,400 kilómetros de extensión y las 100 cumbres más altas del mundo, al este se encuentra el Océano Pacífico y al norte la gran muralla de más de cinco mil kilómetros de longitud. Es la segunda civilización viva más antigua del mundo, después de la India. Los romanos tuvieron noticia de China desde antes de Cristo, y codiciaban su seda con la cual comerciaban denotando desde entonces la importancia de China en el campo del comercio.

Durante la Edad Media el comercio entre China y Europa se mantuvo vivo y constante, y pronto mercaderes europeos lograron llegar hasta ese remoto imperio trayendo a Europa abundantes noticias sobre la riqueza proverbial de lo que llamaban Sipan.

Estas noticias incluían informes sobre prodigiosos inventos que muchos europeos creyeron imaginarios, como la imprenta, el papel, los sismógrafos, la pólvora, las armas de fuego, la brújula, el timón, el compás, el horno industrial, y muchas cosas desconocidas en el occidente.

A fines del siglo XVI China se convirtió en uno de los principales compradores de la plata americana, con lo cual comenzó un comercio global de gran escala.

Con apego a estrictas normas China se abrió a este comercio estableciendo zonas de Mercado en Cantón y Macao, inicialmente con España y Portugal. Pronto Inglaterra quiso beneficiarse también de este gran mercado, apareciendo por primera vez en el cielo del oriente el fatídico emblema anglosajón que tantos crímenes habrá de perpetrar en el futuro contra esta importante civilización.

En efecto, ya desde mediados del siglo XVIII los ingleses impusieron su presencia en el oriente e incluso pretendieron romper las reglas establecidas por el gobierno chino, sin otro resultado que un castigo ejemplar para los infractores. Desde luego los ingleses no se rindieron, iniciando una lucha deshonesta, desleal y permanente que al final buscaba no sólo comerciar en condiciones desiguales favorables para Inglaterra, sino someter y colonizar a China. Durante todo el siglo XIX la política inglesa en China buscará por todos los medios socavar las estructuras del poder imperial, corromper a los funcionarios y degradar a la misma sociedad, todo en aras de obtener mayores beneficios de un imperio colosal.